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lunes, 21 de junio de 2021

Su propio camino

 

Lo primero, pedirles disculpas por mi silencio en este último mes. Entre unas cosas y otras, no he estado muy por la labor de escribir entradas, pero ha llegado el momento de recuperar el tiempo perdido, que tengo varias entradas muy atrasadas. Entre ellas, mis impresiones sobre la exposición sobre Ida Applebroog, reciéntemente abierta en el MNCARS

Creo que ya les he comentado varias veces lo mucho que me gusta la política expositiva de esa institución. Desde hace ya varios lustros se ha entregado a la exploración del arte posterior a 1950, una región poco conocida por el aficionado medio, de ordinario deslumbrado por el fulgor de las vanguardias históricas. Queda oculto que en ese periodo de posguerra, y hasta la actualidad, el arte va a sufrir unas transformaciones igual de cataclísmicas como las de la primera mitad del siglo XX. Entre ellas, la quiebra de la modernidad y el concepto de progreso asociado al arte, la disolución del concepto de belleza y el mismo de arte, la huida de la prisión en que se habían tornado las formas habituales -pintura y escultura- para volcarse en las artes consideradas menores y las extendidas, etc.

Una política de exposiciones que se combina con otra no menos importante: la reivindicación de las artistas, una labor tanto más de justicia cuanto que no caben las excusas que se utilizan para otras épocas. En especial, justificar su ausencia del espacio del museo basándose en la discriminación pasada, cuando una característica del siglo XX es precisamente la conquista, por parte de las mujeres, del espacio social y cultural reservado hacia los hombres.

En ese sentido, podría decirse que toda exposición dedicada a una mujer tiene una intencionalidad política feminista, sin importar que sea explícita o implícita. Tanto más en el caso de una artista como Ida Applebroog, cuyas inclinaciones sociales y políticas son evidentes. Se hayan en el centro de su obra, cuyo significado sería ininteligible si las dejásemos a un lado.


El inicio de la exposición puede resultar desconcertante: la chispa de la producción artística de Applebroog fue el periodo de depresión que atravesó a finales de los años sesenta. Las acuarelas que pinto en ese periodo se caracterizan por unos colores encendidos y unas formas serpenteantes que tanto pueden deberse a la influencia de la psicodelia contemporánea como a las medicinas que le estuviesen recentando. Sin embargo, esas influencias y circunstancias exteriores no pueden ocultar la originalidad y fuerza de esas representaciones. Sólo pueden provenir de la mente y la mano de una gran artista.

Applebroog, sin embargo, no se quedó encerrada en ese formalismo que podrían hacer presagiar esas primeras obras. Casi de inmediato se entregó a una reflexión sobre la condición femenina, tanto desde un punto de vista personal, como social. Es decir, orientado a la contemplación y exhibición de su propio cuerpo - como la instalación compuesta por dibujos de su vagina - como al lugar social que la sociedad americana - de entonces y de ahora reservaba a las mujeres. 

Para realizar ese análisis Applebroog encontró una forma propia, a medias entre el formato del cómic, el guiñol y el retablo medieval. Su obras contienen una viñeta principal a la que se adosan otras menores, las cuales componen una historia. Narraciones que hablan de soledad y aislamiento, como en las aventuras de un misterioso hombre sin cabeza, que es tanto torturador como víctima, humillado por sus superiores, tirano para los inferiores.
 
Obras que van tornándose cada vez más ambiciosas, despegándose de la superficie de la pared y ocupando el espación del recinto expositivo. Obligando al visitante a perderse por el laberinto que proponen.


domingo, 21 de febrero de 2021

Pasados/Presentes

Tomoko Yoneda, fotografía de la serie Kimusa
 

En la Fundación Mapfre madrileña han coincidido dos exposiciones muy distintas -una de fotografía contemporánea, la otra de pintura de las vanguardias históricas-, que, no obstante, acaban por armonizar de manera inesperada. ¿La razón? Que ambas constituyen el resultado de sendas obsesiones estéticas. La fotógrafa Tomoko Yoneda busca encontrar las escasas huellas del pasado histórico en un  presente anodino, desligado ya de esos hechos, mientras que el pintor Alexéi von Jawlenski plasmaba un mismo tema una y otra vez, hasta borrar todas las conexiones figurativas que pudiesen ligar su pintura con la realidad.

La historia, como les apuntaba, es central en la fotografía de Tomoko Yoneda. Una y otra vez, parte a lugares de gran resonancia, como las playas de Normandía, para retratarlos en su estado actual. Sin embargo, siguiendo el ejemplo del desembarco en el día D, esto no significa que su obra sea un traveloge, un itinerario en el que se vayan marcando los hitos  -búnkeres, cementerios, monumentos-, consagrados en el relato histórico. Sus fotos, por el contrario, tienen como tema escenas y paisajes anodinos, indistinguibles de otros similares en cualquier lugar del mundo. Lo único que los diferencia es que sabemos, gracias al título de la fotografía, lo que ocurrió allí, en ese lugar banal, muchos años atrás, en un tiempo que ya no es el nuestro.

De ese pasado sólo quedan fantasmas, conocidos e ignotos, que el espectador se esfuerza por invocar, muchas veces sin resultado. Por ejemplo, en fotografías como la que abre esta entrada, perteneciente a la serie Kimusa. Kimusa era un antiguo hospital que, tras la guerra de Correa, fue utilizado como centro de detención y tortura por la dictadura surcoreana de Sygman Ree. Con el tiempo fue reconvertido en museo, momento que Yoneda escoge para fotografiarlo, en unas instantáneas planas y claustrofóbicas que buscan evocar los horrores que allí sucedieron, las personas que allí sufrieron. ¿Sin éxito? Sí y no, puesto que aunque ya no queden huellas de ese pasado tétrico, el sólo hecho saber el secreto que ocultan las vuelve inquietantes. Tanto, que ya nos será imposible habitar en esos espacios.

¿Hay retorno posible al pasado?  No, ya no existe, está muerto y ha sido borrado por completo, de manera que cualquier recreación no pasan de garabato. Mentiras toscas, útiles para no perder la conexión con esos hechos que, como muertos vivientes, siguen atormentando nuestro presente. Porque aunque nos esforcemos en eliminarlo, en pensar que nuestros pecados ya no ejercen influencia alguno en nosotros, siguen ahí, en esa realidad paralela, tan real como la tangible, que conforma nuestra memoria y nuestros pensamiento.

Alexei von Jawlensky, Variación

Esa obsesión por intentar plasmar lo invisible -o una realidad superior que apenas llegamos a vislumbrar- es común con la obra de Alexei Jawlensky. Jawlensky es un pintor expresionista, afincado en la Alemania de primeros del siglo XX, cuya gran fama está reñida con su exiguo periodo de gloria: apenas una década, en el entorno de 1920, desde que descubrió su estilo característico hasta que su habilidad técnica se vio coartada por una artrosis degenerativa. De hecho, esa cumbre de su obra se reduce a una serie de variaciones sobre dos temas: el paisaje rural que contemplaba desde su retiro en suiza y las llamadas cabezas místicas o de salvador.

Esta concentración temporal y temática de la producción de Jawlensky trabaja en contra de la exposición de la Mapfre. No por su concepción expositiva, que busca correctamente trazar la evolución de este artista desde sus inicios, sino porque cuando se llega a sus obras más famosas es casi al final de la exposición. Se tarda demasiado en culminar, consecuencia de que Jawlensky fue un pintor al que le costó mucho encontrarse a su mismo, y cuando se hace, la exposición termina de manera abrupta. Pasadas las grandes series ya citadas, las pocas obras que quedan son mediocres, imbuidas de la enfermedad que fue minando la pericia técnica de Jawlensky.

Sin embargo, ese breve segmento final, apenas un chispazo entre dos eriales, justifica el cariño que algunos tenemos por este pintor. Es asombroso, en su Variaciones, comprobar como una curva en un camino, sin belleza propia ni rasgos distintivos, se convierte en un motor de experimentación constante. Roza la abstracción completa, aunque Jawlensky no se atreva a desprenderse de las últimas ataduras figurativas. Por su parte, en los rostros místicos/de salvador, se reduce la faz humana a un conjunto mínimo de rasgos, los justos para hacerlo reconocible, que se representan con una paleta distinta en cada versión. Con colores antinaturales, disonantes incluso, pero que nunca llegan a chirriar

Un único motivo, infinitas versiones, de variedad inagotable, en las que sumergirse sin experimentar jamás canasancio.

Alexei von Jawlensky, Rostro místico

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sábado, 26 de diciembre de 2020

Las ocasiones perdidas

On 23 September 1927, one of the greatest of the silent-era German films, Berlin, Symphony of the City, premiered in Berlin. Directed by Walter Ruthman, the film, through a montage of images, captures the speed and disorientation, and, at the same time, the regimentation and order, of the Weimar city. It opens with a train approaching Berlin, and the film viewer feels as if he or she is sitting on it, peering out the window as the rural landscape melts into the outskirts of the city and, finally, into the density of buildings that defines the metropolis.Slowly the city comes awake, and Ruttman tracks the parallel movements of people, animals, and machines as the day unfolds. Workers, businessmen, schoolchildren, female office workers, males machine operators- the full diversity of urban life is depicted in the film. The movement of life are matched by the engines of industry that start up slowly, reach their rapid pace, and slow down again for lunch. But who is directing whom? Are the machines running human life, or are humans running the machine? It is not totally clear, but the film conveys more than a hint of the condition of alienation, of lives that have now lost their autonomy and free will. At the same time, Ruttrman's directions plays on the wonder and beauty of industrial production. The regular rhythm of a machine's pistons is juxtaposed with repeating architectural forms, much as Moholy-Nagy's shot from the radio tower depicts the grid patterns of the structure. Berlin, Symphony of the City, was not much acclaimed or viewed in its day. Today we can see it as an artistic masterpiece, a celebration of the modern metropolis, with its pace and density and diversity, which, at least at some points, evinces its own kind of beauty -and a worrisome meditation on the power of the machine.

Eric D. Weitz. Weimar Germany, Promise and Tragedy

El 23 de septiembre de 1927, se estrenó en Berlín uno de los mejores films alemanes del periodo mudo: Berlín, sinfonía de una gran ciudad. Dirigido por Walter Ruthman, la película usa el montaje para reflejar la velocidad y desorientación de una ciudad de la república de Weimatr, al tiempo que su orden y regimentalización. Se abre con un tren acercándose a Berlin, de manera que el espectador se siente como si estuviera en él, contemplando por la ventana como el paisaje rural se transforma en las afueras de la ciudad y, al fin, en la densa aglomeración de edificios que define una metrópolis. Poco a poco, la ciudad despierta y Ruttman compara los movimientos paralelos de la gente, los animales y las máquinas a medida que el día avanza. Trabajadores, hombres de negocios, escolares, oficinistas femeninas, operarios masculinos: toda la diversidad de la vida urbana se recoge en el film. Los movimientos de la vida tienen su correspondencia en los de las máquinas industriales que comienzan pausadamente, alcanzan su régimen de trabajo y vuelven a ralentizarse a la hora de comer. Pero, ¿quién gobierna a quién? ¿Dirigen los hombres a las máquinas o las máquinas a lo hombres? No está del todo claro, pero el film va más allá de insinuar las condiciones de alienación de unas vidas que han perdido su autonomía y libre albedrío. Al mismo tiempo, Ruttman coquetea con la maravilla y la belleza de la producción industrial. El ritmo mecánico de los pistones de una máquina se yuxtapone con la repetición de formas arquitectónicas, al igual que la fotografía de Moholy-Nagy de una antena de radiodifusión revela la trama geométrica de su estructura. Berlín, sinfonía de una gran ciudad, no fue muy celebrada, ni siquiera vista, en su época. Hoy se puede considerar como una obra maestra, un homenaje a la metrópolis moderna, con su cadencia, densidad y diversidad, que, al menos en ocasiones, crea su propia belleza -así como una meditación preocupada sobre el poder de la máquina.

Un error muy común -incluso entre los aficionados a la historia de ese periodo- es estudiar la República de Weimar sólo en función de lo que vendría después: el Nazismo. Limitarse a ello supone hacerle un feo a un periodo que inauguró el primer periodo democrático pleno en la historia alemana, comparable a la Segunda República española en ese sentido. Un modelo, para lo bueno y para la malo, para las refundaciones que tendrían lugar tras la caída de los regímenes fascistas. Además, Weimar supone el cénit de la cultura alemana, tanto en los aspectos científicos y filosóficos, como en los literarios y artísticos. La primacía de Alemania dentro de Europa, que había comenzado a despuntar a finales del siglo XVIII  y se consolidó en el siglo XIX, era indiscutible en las primeras décadas del siglo XX, a pesar de la derrota del proyecto expansivo guillermino en la Primera Guerra Mundial. Si se quería estar a la última en los años 20, había que hablar alemán.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Desde el exilio


Es normal asignar a los artistas a sus escuelas nacionales. Al fin y al cabo, de ese substrato patrio provienen sus principales influencias, sin las cuales su obra sería incomprensible. Como mucho, se llega a hablar de escuelas internacionales, caso de aquéllas ciudades, como la Roma del XVII o el París del siglo XX, que acogieron a artistas de múltiples proveniencias, de cuyos intercambios cruzados, de sus múltiples fertilizaciones, habrían de surgir estilos nuevos, perspectivas imposibles de contemplar, mucho menos imaginar, desde el terruño.

Sin embargo, creo que en el siglo XX habría que añadir una categoría más: el del exilio. De rango similar al de un país, puesto que quienes se convirtieron en artistas exiliados acabaron por adquirir rasgos idénticos, incluso sin conocerse entre ellos ni recalar en los mismos países. ¿La razón? Que esos exilios fueron de naturaleza política. Siempre han existido artistas nómadas, que no encajaban en sus sociedades de origen, pero en el siglo XX -y además de forma multitudinaria- muchos artistas fueron extirpados de sus tradiciones culturales, obligados a aclimatarse en culturas que no habían elegido y en donde sólo la suerte -o la casualidad- les había ofrecido abrigo frente a la persecución. No es de extrañar que en todos ellos se refleje la amargura ante la arbitrariedad, el rencor frente a la injusticia, junto con el más profundo desánimo, imbricado e inseparable de una inquebrantable voluntad de lucha y denuncia.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin poderse permitir el descanso

Francisco de Goya, Desgracias aceacidas en el tendido de la plaza de Madrid © Museo del Prado

Como deben ya saber, el Museo del Prado cierra la celebración de su centenario con una exposición-mamuth dedicada a los dibujos de Goya. En ella se han incluido todos sus dibujos conservados en el museo, casi sin excepción, abarcando bocetos, diseños, borradores, apuntes, dibujos preparatorios, sucesivas pruebas de impresión, grabados finales, etc, etc. De hecho, es tan exhaustiva que se puede decir que ése es su mayor defecto, puesto que acaba por toparse con diferentes limites: los de espacio, reproducibilidad y resistencia humana.

Por poner un ejemplo. Una buena cantidad de la obra gráfica de Goya son dibujos preparatorios y pruebas de impresión para sus series de grabados. En esos casos es muy interesante, casi esencial, acompañar esos ensayos del resultado final, como se hizo, hace ya muchos años, en la muestra de Los caprichos realizada por la Real Academia de Bellas Artes. Sólo así se puede apreciar su trabajo creativo de Goya, además de comparar las múltiples diferencias y correcciones entre las sucesivas versiones. Cambios no sólo debidos al perfeccionamiento de la concepción inicial o al descubrimiento de nuevas posibilidades compositivas, sino a la imposibilidad de traducir de forma directa las idiosincracias de una técnica, la del dibujo a lapiz o pluma, en otra bien distinto, la del aguafuerte. Por desgracia, esa posibilidad de análisis se hurta al visitante de  muestra, salvo ocasiones muy contadas,  como con el grabado de la Tauromaquia incluido al comienzo.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Todo acto es, en esencia, político

Jörg Immendorf, Para traer el orden a Alemania
Como viene siendo habitual, el MNCARS sigue obsequiándonos con sus exploraciones en el arte post-1945. Una época que es, a partes iguales, desconocida y despreciada por el público, ya que en ella se acabaron por demoler los últimos dogmas de la experiencia estética occidental: la belleza y el propio concepto de arte. Durante el periodo que media entre 1960 y 1990, se destruyó, asímismo, la propia modernidad de la que habían surgido esas conclusiones, para dar paso a la ambigua postmodernidad en la que nos hallamos sumidos. Una época que fue también de profunda crisis ideológica, cuando pareció que el sistema capitalista estaba dando sus últimas boqueadas para dejar paso a la utopia marxista, pero que llevó en realidad al resultado opuesto, el derrumbamiento del socialismo real y el triunfo de un neoliberalismo devorador y despiadado.

No es extraño que en esas tres décadas se produjera un resurgimiento del arte político, en forma de doble oposición. Primero, reivindicando un arte figurativo, inteligible para el espectador, que le llevase a la acción, permitiendo escapar del autismo y la impotencia política en que se había enclaustrado la abstracción triunfante. Segundo, adoptando formas de contestación -casi subversión- de clara raigambre anarquista, en conflicto y combate con otro tipo de arte político, el de los países comunistas, loa indisimulada de conquistas inexistentes. En ese contexto se desarrolla la obra de los dos artistas cuya trayectoria se esboza en sendas muestras del MNCARS: el alemán Jörg Immendorf y la frances Delphine Seirig.  

Dos personalidades a quienes que ya conocía, sin saberlo. Así que ya se pueden suponer mi doble (agradable) sorpresa

jueves, 10 de octubre de 2019

En combate contra uno mismo


En la Fundación Canal acaba de abrirse un amplia muestra dedicada a una fotógrafa excepcional: Francesca Woodman. Una artista que en apenas un lustro de carrera, antes de haber cumplido siquiera los 23 años, creo un corpus -nunca mejor dicho- de imágenes únicas e inconfundibles. Como se suele decir, de impacto directo, ante las cuales no se puede permanecer indiferente, a menos que se haya sido vaciado de toda sensibilidad.

Una artista plena, cuya valoración puede verse distorsionada, como el de tantas otras creadoras malogradas, por el hecho de su suicidio. Debería dejarlo a un lado, callarlo y centrarme en sus creaciones, pero no puedo hacerlo. Uno de mis mayores miedos, junto con el de acabar pidiendo por las calles, es el de soltarme de los últimos asideros que me ligan a esta vida. Concluir que no se me reservan más esperanzas, sino sólo sinsabores, sin quedarme otra que buscar una manera digna -y rápida y sin sufrimiento- de acabar con una situación insostenible, abrumadora y aplastante.

martes, 18 de junio de 2019

Arte y vida


De ordinario, suelo evitar hablar de la vida de los artistas al referirme a su obra. No porque crea que no tienen relación e influencia la una sobre la otra, la otra sobre la una. Tampoco por la seducción de esa falsa idea que nos habla de sublimación, de huida, como si el artista accediese a nuevos mundos, ajenos y contrarios a su experiencia vital, intentando huir de las frustraciones y limitaciones cotidianas. Es más bien porque esa disociación me permite proyectar mis propias obsesiones, temores y errores  sobre la obra que contemplo, como si fuera un lienzo en blanco. Apropiándomela, cierto, por muy derogatorio que haya devenido ese término, pero que es el único modo que conozco de hacerla mía, de sentirla como parte de mí mismo. De ahí, quizás, mi fascinación por la abstracción, ejemplo máximo de arte que se amordaza a sí mismo, prefiriendo ser lo que el espectador quiera o desee.

Sin embargo, hay veces que ese esfuerzo de separación es imposible. La obra de un artista es su vida, surgió en respuesta a ella, fue conformada por entero por fracasos y decepciones. Ocultar la biografía es amputar la obra, hurtarle su auténtico significado e impulso, traicionar al artista, de manera sutil y amable, casi compasiva, pero no menos cruel y despiadada. Ese el caso de David Wojnarowicz, de quien se puede visitar una amplia muestra en el Reina Sofia, subtitulada La historia me quita el sueño. Una exposición que es tanto encuentro con un artista de raigambre pop y expresionista como un recorrido por la bohemia/marginalidad del Nueva York de los años setenta y ochenta. A través de los ojos de un homosexual y toxicómano, asiduo de ambientes sórdidos, evitados por la gente normal, que acabaría muriendo de la nueva peste finisecular: el SIDA. Esa enfermedad que para el conservadurismo renacido de la América de Reagan era castigo divino infligido sobre pecadores, díscolos, disidentes y contestatarios.

martes, 6 de noviembre de 2018

En la clandestinidad y en el exilio

Carnaval, Max Beckmann

En la fundación Thyssen se acaba de abrir la que puede ser la exposición de este otoño, con permiso de las dedicadas a Lina Bo Bardi en la March y Leonora Carrington en el MNCARS. Su importancia no le viene de que nos descubra a un artista olvidado o en la penumbra. Max Beckman, protagonista de esta muestra, es un artista bien conocido, un expresionista de la segunda generación, aquélla que desarrollo su obra tras la Primera Guerra Mundial y durante la república de Weimar.

Como otros artistas coetáneos, Dix o Gross, Beckmann dejó un tanto de lado las investigaciones formales de los primeros expresionistas, lindantes en muchos casos con la abstracción, para enfrascarse en la crítica social a una Alemania que no acaba de asumir el trauma paralizante de la guerra y que, durante unos breves años, creyó poder emprender un camino democrático y progresista. El resultado, como sabrán, fue el Nazismo y la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, cuya abyección y horror tiñe de manera retrospectiva de obra todo artista alemán de los años 20, aunque la mayoría nunca llegase a identificar ese peligro antes de que fuera ya demasiado tarde.

Lo que distingue a esta exposición de otras similares son dos factores: uno propiamente expositivo, el otro de selección y enfoque. En el aspecto más técnico, hacía tiempo que no veía una muestra tan bien cuidada a la hora de disponer e iluminar los cuadros. En primer lugar, no hay esos brillos molestos que impiden disfrutar de una obra, obligando a hacer complejos ejercicios de trigonometría sobre el suelo de las salas para conseguir eliminarlos. A esto hay que añadir que la cuidad iluminación aísla e individualiza los cuadros, creando la ilusión de que una luz propia surge de ellos. Se consigue así una impresión de cercanía, de intimidad, hogareña y acogedora, que favorece la conexión la pintura de Beckmann, a pesar de su carácter enigmático e indescifrable, de distorsión desesperada de la experiencia humana.

martes, 14 de marzo de 2017

Anfibios


Mientras algunas instituciones expositivas vuelven una y otra vez a los impresionistas - o se convierten en adalides de conservadurismos pictóricos que dicen redescubrir emocionados -, otras se centran en cartografíar las regiones en penumbra del arte contemporáneo. Una tarea elogiosa en la que brillan el MNCARS, con su acento en el arte post 1945, y la fundación Juan March, centrada en las vanguardias históricas.

En el caso concreto de la Fundación March, esta institución ha buscado hacer visible la obra de artistas que podríamos llamar de "segunda fila". No porque su trayectoria no sea importante dentro de las vanguardias, en algunos casos es claramente central, sino porque ha quedado en la penumbra. Así, en los últimos años se ha podido conocer la figura de Depero, ilustrando la popularización y comercialización del Futurismo en la Italia Fascista, o  la de Deineka, como adalid y "director" del Realismo Socialista soviético, aunque en ambas se haya preferido barrer las connotaciones y consecuencias políticas bajo la alfombra. Más interesante ha sido la recurrencia en trazar la historia de la Bauhaus y su pervivencia en el arte de la segunda mitad del siglo XX, tanto en la obra de Max Bill, apostol de las ideas de Kandinski, cuyas obras editó, y de la abstración geométrica pura, así como en la figura de Josef Albers, profesor desde el primer momento en la Bauhaus y artista obsesionado con las relaciones tonales entre los colores.

Dentro de ese recuerdo de la Bauhaus se encuadra exposición recientemente abierta, dedicada a Lyonel Feininger, quien fue profesor de esa institución desde sus orígenes. Sería, por tanto, una figura comparable a Albers o a Oskar Schlemmer, con quienes su arte comparte un aire de familia, pero con una importante diferencia. Feininger es un artista anfibio, una personalidad expansiva cuya creatividad no podía quedar restringida a un único ámbito. Así, además de su importante contribución al expresionismo geométrico, casi abstracto, tan característico de la Bauhaus, Feininger fue también un gran dibujante y grabador - casi mejor en esas técnicas que en la pintura -, lo que le llevó al mundo de la caricatura de prensa y, sorprendentemente, al cómic. 

Su contribución se produjo cuando ese nuevo arte apenas había acabado de nacer, en 1910. En ese año Feininger creo sus series Kin-der-Kids y Wee Willis Winkies World, obras revolucionarias donde la aportación de este artista no se limita a la de pionero de esa a nueva forma, sino a introducir en ella los modos de la vanguardia. Algo que el cine, nacido casi al mismo tiempo, tardaría aún mucho en ver, hasta la década de los 20.

martes, 7 de marzo de 2017

Hologramas



Era obligado comenzar una entrada dedicada al artista norteamericano Bruce Conner con su famoso corto experimental A Movie. Desgraciadamente, por alguna extraña razón, el resto de sus obras han sido eliminadas de esas Internets de dios, mientras que la propia A movie sólo figura en copias de ínfima calidad... aunque esto último quizás subraye más el carácter de este filme y del resto de la obra Conner: Rebuscar entre la basura, (re)montando lo desechado por nuestra sociedad para ofrecer así su  autentico rostro. Ése que no queremos mirar, a pesar de contemplarlo todos los días.

A Movie es, en cierta manera, la obra de Conner. Aquélla que mejor resume, y anticipa, sus intenciones y métodos de trabajo, pero también la única que la mayoría del público suele conocer, incluso los que se precian de pertenecer a la exclusiva clase de los enterados. Tal era mi caso, que supe de este corto gracias a mis aficiones cinéfilas, pero que había encasillado a Conner en ese tipo de cineastas experimentales restringidos a una sola obra de renombre... algo que no supone ningún desdoro hacia Conner, sino indicativo de mis profundas lagunas artísticas.

Por ello, como viene siendo habitual, tengo que agradecer al MNCARS que haya montado una exhaustiva retrospectiva de este artista, reuniendo gran parte de sus filmes, pero también sus escultura, pinturas y dibujos. Como siempre, mientras otras instituciones se dedican a traernos una y otra vez a los impresionistas, aunque sea con obras de segunda fila, mientras las hay que intentan demostrarnos que la vanguardia fue una mala idea, aunque escondan lo inoportuno tras los rincones, el MNCARS continúa su labor de trazar el arte posterior a 1945. Ese tiempo que para los que crecimos en el último tercio de ese siglo XX, nos parece un inmenso erial estético, sin más que desiertos postmodernos tras los informalismos y el pop, e incluso en gran parte de estos movimientos.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Torbellino

Wir trennten uns im Vorspiel der Liebe,
An meinem Herzen glitzerte noch hell dein Wort -
Und still verklangen wir im Stadtgetriebe,
Im Abendschleier der Septembertrübe
In einem schluchzenden Akkord.

Doch in der kurzen Liebesouvertüre,
Entschwanden wir von dieser Erde fort,
Durch Paradiese bis zur Himmelstüre,
Und es bedurfte nicht der ewigen Liebesschwüre,
Und nicht der Küsse blauer Zaubermord.

Und meiden doch seitdem uns wie zwei Diebe -
Und nur geheim betreten wir den Ort,
Wo uns vergoldete - die Liebe.
Bewahren wir sie, daß sie nicht erfriere,
Oder im Alltag blinder Lust verdorrt.
Ich weinte bitterlich - wenn ich es einst erführe.


Obertura, Else Lasker-Schüler

Nos separamos en el preludio del amor
En mi corazón aún brillaba luminosa tu palabra -
Y callados resonamos en los engranajes de la ciudad
en el velo de la tarde del neblinoso septiembre
en un acorde lastimero

Pero durante la corta obertura del amor
nos arrebatamos a esta tierra
a través del paraíso hasta las puertas del cielo
Y no fue preciso un juramento eterno de amor
Ni el beso del amoratado hechizo asesino

Y nos evitamos desde aquel día como dos ladrones
Y sólo secretamente visitamos el lugar
Donde nos hizo de oro - el amor.
Cuidamos que no se congele
o que en el día a día se agote su ciego placer
Lloré amargamente - la primera vez que lo experimenté.


Durante esta tres semanas he estado leyendo unas breves antologías de tres grandes poetisas del siglo XX: la alemana Else Lasker Schüler, la japonesa Yosano Akiko y la iraní Forug Farrojzad. Aunque pertenecen a ámbitos culturales muy distintos y, en el caso de Farrojazad, a una época muy posterior, las tres comparten un mismo substrato ideológico. Se trata de mujeres independientes, que deciden vivir a su manera, lo que les lleva a chocar con sociedades tradicionales y ciertamente discriminatorias hacia los derechos de la mujer, incluso hoy en día. Este deseo de libertad no se limitó a sus actos - no habrían pasado en ese caso de ser consideradas unas excéntricas, o mucho peor, unas locas - sino que se extendió a una obra literaria, e incluso cinematográfica en el caso de Farrodjzad, en donde se atrevían a expresar sin tapujos ni reparos el modo en que ellas sentían y experimentaban el amor y el sexo.

Se embarcaron así en la destrucción voluntaria de un modelo de mujer impuesto por sus respectivas sociedades, aquella despojada de su sexualidad, que obviamente les llevó a entrar en conflicto con los defensores de la decencia y las autoridades religiosas.  Precisamente ésas que de nuevo quieren volver a dictarnos como vivir y sentir, primero en el oriente musulmán desde 1979, más recientemente en el occidente que se creía  postcristiano, con el auge del integrismo protestante.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Viejos conocidos

El almuerzo de los remeros, Auguste Renoir
En el Caixaforum madrileño se puede visitar en estos meses una amplia selección de los fondos de la Colección Phillips de Washington DC. No es la primera vez que esa institución americana nos visita. Ya lo hizo en los años 90, entonces en las salas del MNCARS y con un invitado excepcional: El almuerzo de los Remeros, arriba ilustrado, de Augusto Renoir.

Obviamente, era mucho pedir que en esta ocasión volvieran a prestar ese cuadro excepcional, así que a pesar de las ganas que tenía de volver a verlo no me queda otra que resignarme. Sin embargo, dado que no compré el catálogo de la otra exposición aunque varias veces estuve a punto de hacerlo, no puedo juzgar si el resto de lo que trajeron era mejor o más representativo que lo que se puede ver ahora. Si les diré que no guardo un recuerdo claro, ni para bien ni para mal, de la primera muestra. Quizás porque en aquel entonces yo me guiaba por los nombres más famosos, sin haber descubierto aún la importancia de las carreteras secundarias en el arte... ni contar con el criterio o la experiencia para explorarlas.

Lo que queda bien a las claras es que esta colección, como la de gran parte de los museos de los EEUU, pertenece a un marco histórico muy preciso: el del auge económico de ese país en su camino hacia la hegemonía económica. Las riquezas acumuladas en manos privadas a finales del siglo XIX  principios del XX condujeron a que una buena parte del patrimonio artístico europeo migrase hacia el otro lado del Atlántico. No sólo el que podríamos llamar clásico y que estaba consagrado por la academia de aquel tiempo como digno de admirar y de continuar, sino también el de las vanguardias más avanzadas y tumultuosas, cuya adquisición permitía a los magnates en ascenso distinguirse de los demás también en su gusto artístico.

sábado, 14 de mayo de 2016

Grafitos


He vuelto esta mañana al MNCAR para visitar la exposicíón Campo Cerrado sobre el arte español en la inmediata postguerra, de la que ya les había hablado,  y la retrospectiva del artista cubano Wifredo Lam. Pues bien, aunque ambas muestran se superponen parcialmente en su ámbito temporal, la eclosión definitiva como artista de Lam tiene lugar justo en el momento histórico estudiado por la otra, sus universos estéticos no pueden ser más distantes. 

De la dedicada al arte en el primer franquismo se sale profundamente deprimido, puesto que lo mucho aprovechable que hay en ella se restringe a intentos aislados, clandestinos, disfrazados de otras cosas que no atrajesen sobre sí el rigor de la dictadura, pero siempre sin continuidad y siempre desconectados de los avatares de la vanguardia artística europea tras la guerra mundial, ésa tan bien trazada en la exposición de la fundación Juan March. De la muestra de Lam, por el contrario, se sale entusiasmado - o al menos yo he salido - al encontrarse con un artista que ha quedado un tanto en la penumbra dentro del canón postbelico, pero que se muestra con rara energía y talento, rebosante de ideas y de nuevas formas de plasmarlas.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Horror sin fin

Edward Munch, Cenizas
Como suele ocurrir con las exposiciones del museo Thyssen, la muestra Munch: Arquetipos ha sido anunciada en todos los medios como una de las imprescindibles del año. Como era también de esperar sus salas están a rebosar, lo que en ocasiones hace casi imposible disfrutar de los cuadros, no tanto por la gente, sino por el molesto zumbido de las ubicuas audioguías. Sin embargo, a pesar de que Munch es uno de los grandes y de que nunca sobra una muestra sobre su obra, me van a permitir que exprese algunas críticas a la que se puede visitar ahora en la fundación Thyssen.

El principal problema es que el periodo de plenitud de Munch, como ocurre con su contemporaneo Ensor, se reduce a la década de los 90 del siglo XIX, precedidos y continuados por unos pocos años a ambos lados de ese periodo crucial. En ese tiempo Munch va crear una serie de imágenes/icono, los arquetipos a los que se refiere el título de la muestra, que aún hoy, a un siglo de distancia y tras dramáticos cambios culturales, no han perdido nada de su impacto. Continúan, en muchos casos, siendo auténticos puñetazos brutales hacia nuestras creencias y seguridades, propinados por alguien para quien el mundo no es otra cosa que inmensa trampa, continua mentira, para quien la existencia el  dominada por la muerte, la degradación y el odio.

sábado, 14 de marzo de 2015

Sensualidad y Erotismo

Raoul Dufy, La Grille
Llevo una buena temporada quejándome de las exposiciones organizadas por la Thyssen, La razón principal es su estrategia de referirlo todo al impresionismo, aunque se trate de una exposición de báteres, a lo que se une su táctica de confundir al visitante con nombres publicitarios que poco tienen que ver con lo que se muestra. Afortunadamente, las dos exposiciones abiertas ahora mismo, son monográficas, dedicadas a pintores, Raoul Dufy y Pauk Delvaux, que no son grandes divas de la vanguardia, de manera que con etiquetarlas con el nombre del artista basta y sobra, sin distraer de un contenido que, ésta vez, es de primerísima categoría.

Por explicarles un poco el título de la entrada, la sensualidad se refiere a Raoul Dufy, pintor que hizo del color, de su uso sensorial, su marca de estilo. Es lo que podría eaperarse de un pintor fauvista, movimiento caracterizado una utilización expresionista, aunque optimista, del color, pero lo que nos muestra la exposición es que Dufy descubrió  su estilo propio en fecha muy tardía, los años veinte. Un momento historico, tras la primera guerra mundial, en el que el fauvismo ya era cosa del pasado, un tanto viejo y caduco, tanto que sus participantes pretendieron realizar una vuelta al orden, a una pintura más académica, menos audaz y combativa. El resultado de esa vuelta atrás es que un pintor esencial como Matisse se vio sumido en una profunda depresión, mientras que otros, como Derain, se perderían definitivamente para la historia de la pintura.

martes, 20 de mayo de 2014

Multiple Visions


Supongo que ya sabrán de mi costumbre de no comentar las exposiciones que visito hasta que lo he hecho por segunda vez. Sabrán también que este año, por unas cosas y por otras, mi programa de visitas se ha visto retrasado, así que estoy dando esa segunda vuelta justo antes de que las cierren, con lo que no creo que mis comentarios les sean de mucha ayuda o guía. Pero bueno, al menos hay que dejar constancia.

En el caso de instituciones que parecen concebir el arte sólo como impresionismo - ya saben cuales - y que tienen más que sobrados medios de propaganda institucional, mis comentarios iban a cambiar el mundo, especialmente cuando se trata de reseñas in extremis. La pena es que en el caso del MNCARS, empeñado desde hace años en explorar de forma enciclopédica las regiones obscuras de la vanguardia histórica o de iluminarlas desde puntos de vista insospechados, cualquier aportación que se haga para llamar la atención sobre ellas, por poco que contribuya a su difusión, es estrictamente necesaria, casi un deber insoslayable. De ahí que las anotaciones entusiasmadas que van a leer a continuación tengan un cierto regusto a amargura y a fracaso, por no haber estado a la altura del deber que yo mismo me había impuesto.