Lo de d): este finde se produjo un acto en Mauthausen. La delegación gubernamental esp acudió con la bandera que envió allá a varios miles de presos, y la delegación cat meó fuera del tiesto de otra manera, invocando a los presos políticos -podía o debía hacerlo, pero con otro sentido del contexto, menos porno- de una manera y con una intensidad que invitaba a la comparativa histórica. Las dos delegaciones actuaron dentro de la libertad de expresión, o del protocolo, supongo. Pero, sobre todo y más aun, dentro de la tendencia esp de instrumentalizar cadáveres. Algunos de los cuales, por cierto, murieron, además de por arbitrariedad, crueldad y acuerdo de dos gobiernos, por luchar por un mundo sin banderas. «¿Quiere mi opinión?». Claro. «Escriba: estoy-hasta-el-jopo.»
Gillem Martínez. Caja de brujas. Procesando el proceso al Procés.
Gillem Martínez. Caja de brujas. Procesando el proceso al Procés.
Entre las múltiples revoluciones que ha provocado la pandemia del COVID-19, se encuentra el eclipse casi absoluto de un problema que, hasta ayer mismo, figuraba en primer plano en la agenda política: la independencia de Cataluña. Aunque no del todo, como corresponde todo zombie que se precie. Aún continúan los berrinches del president de la Generalitat, intentando arrimar el ascua a su sardina en cualquier coyuntura política, con independencia de las víctimas mortales que puedan acarrear sus acciones. En paralelo, ERC y el gobierno de la nación se dedican a hacer piruetas imposibles en una misma cuerda floja, fingiendo que la agitan para provocar la caída del otro, pero al mismo tiempo teniendo bien cuidado de no superar el límite que llevaría a ambos a precipitarse. Por un lado, no les interesa mostrarse demasiado blandos frente al supuesto enemigo, no sea que pierdan votos entre sus parroquias, pero al mismo tiempo saben que si caen, quien les substituirá será una derecha hambrienta de venganza. Porque para esa derecha, cada vez más exasperada y vocinglera, todos son traidores a la patria, cuando no terroristas ocultos. Si por ellos fuera, hasta los más tibios entre sus propias filas estarían entre rejas.
Pero me disperso. El caso es que antes de que la pandemia estallase me leí la colección de artículos, recogida con el nombre de Caja de brujas, que Gillem Martínez fue publicando en el diario digital Ctxt a medida que se desarrollaba el largo proceso al Procés, entrelazado con caídas de gobiernos y elecciones generales. Un juicio, ya saben, dirigido contra todos aquéllos que promovieron, o consintieron con su mutismo, el referendum del 1-O de 2017, así como la (no) declaración de (no) independencia de Cataluña del 27-O siguiente. Con anterioridad, había leído con gran interés su 57 días en Piolín, certero análisis de las cadena de malentendidos, empecinamientos y cegueras varias que llevó a la mamarrachada de aquellas fieras, compartida a partes iguales entre todos los actores políticos. Un gobierno que, como era normal en la época de Rajoy, nada hacía hasta que se encontraba al borde del precipicio; unos partidos independentistas que llamaban a la insurrección popular contra el opresor, pero que, a la mínima, corrían a refugiarse en el extranjero o clamaban que todo había sido un juego; Una oposición, PSOE y Podemos, extraviada en un laberinto de confección propia, sin acertar a proponer un nuevo marco institucional en el que todos los habitantes de este país quimérico nos sintiésemos a gusto. Si es que eso es posible aún o es que ya, como titulaba yo esa entrada, «entre todos la matamos y ella sola se murió»