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martes, 29 de diciembre de 2020

El azar y la historia

Or had it really worked? Hancock, like Sykes, Caldwell, and every other Union general that afternoon, managed to shore up Dan Sickles' misbegotten line along the Emminsburg Road by robbing divisions and brigades from anyone not under immediate pressure and sending them to suffocate the emergencies breaking out in place after place from Devil's Den to Plum Run. But there was going to come a moment when some part of the Union defenses was going to find itself so denuded by emergencies elsewhere that it would have nothing left for its own defense and nowhere to borrow more. Hancock had bled his own corps -ten infantry brigades when the day began- down to exactly three, which only about 1400 men. The would have to face over 4200 Confederates, because the last brigades of Richard Henson Anderson's division were stepping out into the lengthening shadows and moving forward, on a line pointed straight at a small woodlot where the last bits of the 2nd Corps readied themselves for what was already looking lile the Army of the Potomac's Götterdämmerung.

Allen C. Guelzo. Gettysburg, the last invasion

Pero, ¿había funcionado? Hancock, como Sykes, Caldwell y todo general de la unión durante esta tarde, se las arreglaron para apuntalar la mala posición de Dan Sickles a lo largo de Emminsbiurg Road, pero sólo arrebatando divisiones y brigadas de cualquier zona que no estuviera bajo presión directa, para así enviarlas a apagar las emergencias que surgían de un lugar a otro, de Devil's Run a Plum Run. Sin embargo, llegaría un momento en el que algún punto de las defensas de la unión se encontraría tan desprovista, debido a las emergencias en otras áreas, que no tendría con qué defenderse ni donde acudir para buscar refuerzos. Hancock había sangrado su propio cuerpo -compuesto por diez brigadas de infantería al comienzo del día- hasta quedarse sólo con tres, que contaban en total unos 1400 hombres. Estas fuerzas tendrían que hacer frente a 4200 confederados, porque las últimas brigadas de la divisíon de Richard Henson Anderson, estaban saliendo de las sombras y comenzando a avanzar, siguiendo una línea que apuntaba a un pequeño bosquecillo, donde los restos del 2º Cuerpo se estaban preparando para lo que parecía iba a ser el Ocaso de los dioses del ejército del Potomac.

Por casualidad, llegué a este magnífico libro de Allen C. Guelzo, donde se narran, con un detalle rayano en la obsesión, los tres días de la batalla de Gettysburg en 1863. Lo más llamativo, y encomiable, del libro es como su autor se esfuerza en despejar las impresiones erróneas que se suelen asociar con esta batalla de la Guerra Civil americana. Originadas, en su mayoría, del hecho de que su relato se ha transmitido se ha realizado en forma resumida, como punto culminante de una sangrienta guerra civil que queda simbolizada en uno o dos detalles llamativos: en concreto, la carga suicida de la brigada Pickett -en realidad, una división- con la que terminaron los combates. A esa escena épica, con la última carga confederada parada en seco y aniquilada por el fuego cruzado de las posiciones de la Unión, se añadían dos conclusiones: su carácter de batalla decisiva y su condición de batalla decidida antes incluso de haberse producido el primer disparo.

Por el contrario, Guelzo pone de manifiesto una realidad que se suele ocultar en las popularizaciones de grandes campañas y batallas, pero que es evidente a poco que se rasque: en los combates, el azar es decisivo. No pocas veces, operaciones preparadas con el mayor detalle han fracasado al estrellarse contra lo imprevisto, mientras que, por el contrario, la improvisación se las ha bastado para ganar el día, simplemente por convertirse en el proverbial grano de arena que atasca un mecanismo preciso. Ese es precisamente el caso de Gettysburg, durante tres días, una y otra vez, los confederados estuvieron a punto de quebrar la resistencia del ejército de la unión, pero de igual manera, éste último encontraba siempre un regimiento o una brigada con la que a rechazar al enemigo, justo cuando éste comenzaba a encontrarse falto de aliento.