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Al borde del apocalipsis (y II)
The moves away from dictatorship and toward more accountable forms of government in many parts of the world at the end of the Cold War were much helped by invigorated international debates on rights and norms. Many of these debates questioned the strong and in some places almost overwhelming role of the state in Cold War politics. The Cold War had helped states to expand their power over people and communities everywhere. Even in the United States, where so many ideological positions privileged individual freedoms and rights, the practice have been toward and enlargement of the capacity of the federal government. The argument, everywhere, had been won by the combined needs of military preparedness and social improvement. The former was to fend off enemy expansion. The latter was to organise society better and to present it as the model of the future. But in the 1980 these forms of thinking were coming under pressure both in the East and West. In the Soviet Union, Gorbachev began to reconsider the established belief that mere state power was the solution to all the problems. In the United States and Britain neoliberals challenged the very foundations that postwar interventionism was built on: that capitalism functioned better if it was regulated by governments. While before state seemed to be the answer (or at least part of it), now, for some, it was the mother of all ills.
Odd Arne Westad, The Cold War: A World History
El alejamiento, en muchas partes del mundo, de formas de gobierno dictatoriales en favor formas sujetas a escrutinio al final de la Guerra Fría fue promovido por un renovado debate internacional sobre derechos y deberes. Muchos de esos debates ponían en cuestión el poderoso papel del estado en la política de la Guerra Fría, abrumador en ocasiones. La Guerra Fría había permitido en todas partes que los estados expandieran su poder sobre la población y la comunidad. Incluso en los Estados Unidos, donde se privilegiaba ideológicamente los derechos y libertades individuales, en la práctica se había promovido la ampliación de los poderes del estado federal. La discusión, aquí y a allá, había sido ganada por una doble necesidad combinada: la preparación militar y la mejora social. Aquélla debía mantener a raya la expansión enemiga. Ésta tenía que mejorar la organización social y mostrarla como modelo futuro. Pero en 1980 estos modos de pensamientos estaban siendo puestos a prueba tanto en el Este como en el Oeste. En la Unión Soviética, Gorbachev comenzó a cuestionarse la creencia heredada según la que el estado era la solución a todos los problemas. En los Estados Unidos y Gran Bretaña, los neoliberales impugnaron los fundamentos que los que se basaba el intervencionismo estatal de la postguerra: que el capitalismo marchaba mejor si estaba regulado por el gobierno. Mientras que antes el estado parecía ser la solución (o al menos parte de ella), ahora, para algunos, era la fuente de todos los males.
En la entrada anterior, les comentaba las muchas dudas que comienza a haber sobre la versión oficial del comienzo de la guerra fría. Según ella, tras la desidia de Roosevelt y su manifiesta indulgencia hacía Stalin, Truman había tenido que adoptar una política de intransigencia hacía la URSS, única manera de evitar que el totalitarismo soviético se hiciera con el continente europeo, tal y como ya había ocurrido en el Este de Europa. Sin embargo, lo que se comienza a pensar ahora es que salvo países muy concretos, caso de Polonia, Stalin hubiera estado dispuesto a neutralizar gran parte del continente a cambio de disponer de tiempo para reconstruir la URSS. De hecho, y para sustentar esa tesis, la toma del poder definitiva en países como Checoslovaquia sucede no en 1945, sino en 1948, y como respuesta a los primeros desaires de los aliados occidentales.
No se puede aventurar qué hubiera ocurrido en el contienente si los EE.UU hubiera adoptado una postura más negociadora y hubieran jugado las bazas que tenían para obtener concesiones de Stalin. Lo que sí sabemos es que la Guerra Fría cristalizó en Europa, en 1948, para mantener dividido el continente durante cuarenta años. Durante ese periodo, ambos bandos se observarían, intranquilos, desde su lado de una frontera militarizada en un grado impensable. Dispuestos a invadir al contrario, o detener su ofensiva, utilizando todo su poder militar, sin descartar el uso de armas nucleares. Es más, incluyendo ese arma definitiva en sus planes, desde su uso meramente táctico, hasta el ataque masivo que debía arrasar por entero los países enemigos.
Esa militarización extrema, unida a la certeza de que cualquier conflicto en Europa derivaría en guerra nuclear total, congeló la frontera entre ambos bloques y el propio desarrollo de la Guerra Fría. La única solución para obtener la victoria, se creía, era trasladar las operaciones militares a otros países, los de tercer mundo y las excolonias europeas, donde la guerra entre EEUU y la URSS se libraría por intermediarios, sin arriesgarse a desencadenar la Tercera Guerra Mundial. El objetivo de ambas partes era robar al enemigo el mayor número de fichas sobre el tablero, de manera que éste se derrumbase sobre sí mismo, incapaz de mantener una supremacía planetaria. El resultado fue un inmenso sufrimiento humano, cuyas secuelas aún permanecen, con el añadido perverso de que además fue completamente inútil. Al final, la Guerra Fría se decidió en Europa, en las mismas regiones del Este del continente donde se había iniciado.
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