Fest steht, dass im Zuge der Südexpansion des ptölemäischen Ägypten gegen 100vChr,. Euxodos von Kyzikos zweimal direkt vom Roten Meer nach Indien fuhr und dass vermutlich um dieselbe Zeit ein gewisser Hippalos, der nach Vermutungen der Steuermann des Euxodus gewesen sein soll, das System der Monsune und damit der Möglichkeit der raschen Überquerung des Indischer Ozean für den Westen entdeckte. Die Ptölemaer begannen mit der Ausbau dieser Verbindung, scheinen sie aber wenig genutzt zu haben, auch wenn Kleopatra nach der Niederlage von Aktium die Flucht nach Indient erwog.
Die eigentliche Nutzung dieser neuen Möglichkeit begann erst unter römischer Herrschaft. Der Geographe Strabo berichtet, dass schon unter der ägyptischen Statthalterschaft des Cornelius Gallus (30-27 v.Chr.) jährlich 120 Schiffe von Myos Hornos (am südlichen Ende des Golfs von Suez) nach Indien fuhren, während es unter der Ptolemäern kaum zwanzig gewesen waren. Später wurde Myos Hornos von dem weiter südlichen gelegenen Berenice (auf die Breite von Medina bei Ras Benas) als Hauptindienthafen abgelöst. In beiden Fällen wurden die Güter über Land an den Nil und nach Alexandria transportiert. Man fuhr Mitte Juli von Ägypten ab und entlang der Küste nach Süden, um sich im Oktober vom Südwestmonsum nach Indien treiben zu lasse. Nach Eintritt des Nordostmonsum fuhr man dann noch im November oder Dezember von Indien an die Afrikanische Küste züruck und traf in Frühling den nächsten Jahres wieder in Ägypten ein.
Wolfang Reinhard, La conquista del Mundo (Die Unterwerfung der Welt): Historia Global de la expansión Europea de 1415 a 2015
Es seguro, que en la estela de la expansión del Egipto Ptolemaico hacia el sur, hacia el 100 a.C Euxodos de Kizikos viajó por dos veces directamente del Mar Rojo a la India y que probablemente, hacia la misma época, un tal Hippalos, que se supone debía ser el timonel de Euxodos, descubrió para Occidente el sistema de los vientos monzónicos y, por tanto, la posibilidad de una travesía rápida del Océano Índico. Los Ptolomeos comenzarón a trazar ese conexión, pero parecen haberla aprovechado poco, aunque Cleopatra sopesó huir a la India tras la derrota de Actio.
Un aprovechamiento claro de esta nueva posibilidad sólo comenzó durante el periodo romano. El geógrafo Estrabon nos informa, que ya durante el gobierno de Cornelio Gallo sobre Egipto (del 30 al 27 a.C.) partían hacia la India 120 barcos desde Mios Hornos (situado en el parte sur del Golfo de Suez) mientras que en tiempo de los Ptolomeos apenas lo hacían 20. Más tarde Myos Hornos fue substituido como puerto principal del comercio con la India por Berenice, situado aún más al sur (a la altura de Medina en Ras Benas). En ambos casos, las mercancías eran transportada por tierra hasta el Nilo y luego a Alejandría. Se partía de Egipto a mediados de Julio y se navegaba a lo largo de la costa hacia el sur, para aprovechar en Octubre los vientos monzónicos del Sudoeste para cruzar a la India. Tras la llegada del monzón de noreste se navegaba de vuelta en noviembre o diciembre de la India a la costa de África y para llegar en la primavera del año siguiente a Egipto.
Si han ido siguiendo este blog, habrán podido ver que mis lecturas de este inicio de año giran alrededor de un problema histórico de primera magnitud: el dominio europeo sobre el mundo durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. La pregunta que es preciso responder puede resumirse simplemente en por qué Europa y no, por ejemplo, China, la India o el Imperio Otomano, que eran potencias mundiales en el siglo XVII y XVIII. Las respuestas que se han dado han sido muy variadas, especialmente ahora que la repulsa al colonialismo y el eurocentrismo son requisitos esenciales para realizar ese análisis. De ahí se ha derivado que todo estudio histórico sobre la expansión Europea deba ser obligatoriamente global, no sólo teniendo en cuenta la visión de las otras culturas, aparte de la Europea, que estuvieron implicadas en estos procesos, sino buscando un equilibrio en el relato de los hechos y las transformaciones. Equilibrio que no debe consistir en una mera asignación de un mismo número de páginas, sino que debe huir de atribuir una superioridad esencial a Occidente o una inferioridad no menos originaria a Oriente.
Sin embargo, estos loables propósitos han conducido también a lo que, a mi entender, son errores. Por una parte, circunscribir el ascenso de Europa a ese siglo XIX, sin tener en cuenta los cambios mundiales que produjo la era de los descubrimientos que se inició a finales del siglo XV. Por otro lado, al intentar respetar escrupulosamente la igualdad entre civilizaciones, se ha llegado a la paradójica conclusión de que no hay causas estructurales que expliquen el dominio de Europa, de manera que éste queda limitado a un mero adelantarse en una reñida carrera. Sabrán que, a mi entender, esto no es correcto, puesto que en Europa se habían producido fenómenos que no tenían un correlato en otras civilizaciones, como la ciencia moderna nacida en el siglo XVII. Sin contar que ya desde mediados del siglo XVI, se había creado una red de comercio marítimo global bajo impulso Europeo que conectaba las muchas redes comerciales locales: la china en los mares de Oriente y la Musulmana en el Índico, e incluso las terrestres que cruzaban el Sahara y Asia Central.
Wolfang Reinhard en Die Unterwerfung der Welt, intenta explicar esta supremacía Europea ampliando el campo de estudio. No sólo extendiéndolo geográficamente al planeta entero, sino también de manera temporal, analizando precisamente como las nuevas redes comerciales europeas se superpusieron sobre las ya existentes, llegando incluso a substituirlas en algunas ocasiones, pero siempre transformándolas de manera irreversible. Un ejemplo de estos cambios es la manera en que la conquista española de América influyó en la evolución de la economía china, mediante la colonia spañola de Manila en las Filipinas. A través de ella, un porcentaje creciente de la plata americana, en ocasiones casi un tercio, nunca llegó a las arcas peninsulares, sino que se invertía en comprar artículos de lujo chinos: seda y porcelana. El gobierno imperial chino, tanto el de los Ming como el de los Quing, llegó a depender de estas entradas de metales preciosos, que le sirvieron para equilibrar su presupuesto y convertir su economía en una monetaria, abandonando el papel moneda utilizado hasta el siglo XV.
Es inevitable que esto implique realizar una narración desde el punto de vista Europeo, pero como bien indica Reinhard, lo que se está analizando es precisamente esa expansión de Europa, sin que eso suponga menosprecio hacia las otras capturas. Además, este enfoque permite que Reinhard incluya una inmensa cantidad de datos - estamos hablando de un libro de 1300 páginas - ausente en otras generalizaciones. La expansión es así explicada recurriendo a datos meteorológicos y oceanográficos, a los cambios tecnológicos y científicos necesarios para llevar a cabo esos viajes, junto con las organizaciones político-econímicas que las diferentes potencias europeas tuvieron que crear para aprovechar económicamente esas travesías, tanto en los países de origen como en las sociedades de destino. Hay por ejemplo, un abismo en cómo Portugal construye su imperio oriental en el siglo XVI, utilizando soluciones medievales y aplicando a partes iguales la política del palo y la zanahoria dada su escasez de recursos humanos, a como lo hace en el siglo XVII Holanda, con herramientas ya plenamente capitalistas y procedimientos que prefiguran los coloniales del siglo XIX. Por ejemplo, con el uso de la violencia y la separación estricta entre Europeos y naturales.
Pero incluso más interesante, si cabe, es la narración que hace Reinhard de la prehistoria de la expansión Europa. De las muchas imágenes que Europa, ya desde tiempos de la Antigüedad clásica, se hacía de las otras culturas y de las maneras que buscó el contacto con esas idealizaciones. El modo, por ejemplo, en que la dinastía Ptolemaica y el Imperio Romano utilizaron los vientos monzónicos para navegar hacia la india, manteniendo allí y en Ceilán una serie de factorías comerciales durante los dos primeros siglos de la era Cristiana. Unos contactos que, por cierto, han sido confirmados por la arqueología, no sólo por los muchos hallazgos de monedas imperiales, sino por las excavaciones de alguna de esas factorías.
Contactos directos a larga distancia que volverían a reanudarse en el siglo XIII, sólo que esta vez con el Imperio Mongol en China. Una historia en la que brilla el relato de Marco Polo, conocido por todos, pero que sólo representa una fracción ínfima de lo que realmente ocurrió. En ese breve periodo de tiempo del XII al XIV, incitados por la perspectiva de encontrar un aliado frente al Islam, una auténtica nube de mercaderes, embajadores y religiosos viajó al reino del Jan Kublai, llegando incluso a fundarse un obispado en Pekin. De nuevo, hechos que han sido confirmados por la arqueología, con hallazgos espectaculares como la lápida sepulcral encontrada en Hangzhou, escrita en Latín y perteneciente a una dama de origen italiana.
Contactos que desaparecieron sin dejar apenas huella, cuando la Peste Negra del siglo XIV impidió a Europa continuar invirtiendo en esas aventuras y cuando la caída de la dinastía mongola Yuan a manos de la dinastía autóctona de los Ming, arrastró con ella a los que había medrado bajo su protección, como los católicos europeos. Sólo quedo el recuerdo y la leyenda, como la del mítico rey cristiano conocido como Preste Juan, cuyo reíno había pasado de estar en algún lugar de Mongolia a coincidir con la Abisinia africana. Mito que sirvió de justificación para las expediciones portuguesas del XV, pensadas tanto para obtener especias como para abrir un segundo frente contra el enemigo islámico del otro lado del estrecho
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