martes, 18 de septiembre de 2018

Sin dejar rastro (y I)

The skeleton bore with it one of the most enigmatic documents in the whole Franklin mistery. In the words of Allen Young, who published this separate account in the Cornhill Magazine in 1860. "The captain's party found a human skeleton upon the beach as the man had fallen down and died, with his face down to the ground, and a pocket book, containing letters in German which have no been deciphered, was found closed by".

Whose was the skeleton? And what were these letters? As it turns out, they were not written in German, although the mistake was understandable, given the frequent occurrence of  strange words such as "Meht," "Kniht", and "Eht". On further examination, it was discovered they were in fact in English, only written backwards (that is with the letters in backwards order, not mirror-back backwards), Why this would have done is a difficult question - for my part, I can only suppose that there was some desire to conceal the contents of a sailor's letters from his shipmates, whose rudimentary literacy would have made transposing the letters a daunting task.

Russel A. Potter. Finding Franklin.

Junto al esqueleto se hallaba un documento especialmente enigmatico, para lo que es corriente en el misterio de la expedición Franklin. En palabras de Allen Young, que publicó este informe por separado en la Cornhill Magazine en 1860. « El grupo del capitán (MacKlintock) encontró un esqueleto humano en la playa, tal y como había caído y fallecido, de cara al suelo, y en las cercanías, una cartera de bolsillo, que contenía cartas en que aún no descifradas».

¿De quién era ese esqueleto? ¿Y qué eran esas cartas? Ha resultado que no estaban escritas en alemán, aunque el error es comprensible, dada la aparición frecuente de palabras extralas como "Meht", "Knith" o "Eth". Al examinarlo más de cerca, se descubrió que estaban escritas en inglés sólo que al revés (es decir, con las letras en order inverso, no en sentido especular). El porqué de haberlo hecho así es una pregunta difícil - a mi entender, sólo puedo aventurar que el marinero deseaba esconder el contenido de estas cartas a sus compañeros de tripulación, cuyo alfabetismo rudimentario habría tornado la transposición de las letras en una tarea insuperable.

Hace unas semanas les comentaba el libro Artic Labyrinth, de Glyn Williams, centrado en la exploración y descubrimiento del paso del Noroeste. Una buena parte del texto se dedicaba a la narración y elucidación de un misterio central en esas expediciones articas, sino el misterio por antonomasia: la desaparición sin dejar rastro, junto con sus tripulaciones, de los dos navíos de la expedición Franklin, el Erebus y el Terror, en 1845.

Por hacer un breve resumen. La expedición de John Franklin, un experto en las regiones polares, estaba concebida para ser la que finalmente descubriera el paso del Noroeste. Con provisiones para tres años, dotada con los últimos avances técnicos y científicos, recopilando todo el saber y experiencia de tres decenios de exploraciones árticas e invernadas en esas regiones, parecía destinada al triunfo. Sin embargo,  tras ser vista por última vez por algunos balleneros cuando entraba en el estrecho de Lancaster, al final de la bahía de Baffin, se desvaneció por completo. No fue hasta 1848, tras tres años sin noticias, cuando las provisiones del Erebus y el Terror ya debían estar comenzando a agotarse, que se empezaron a planear las primeras operaciones de rescate, a pesar de que otros exploradores, como Jouhn Ross, habían propuesto esfuerzos tempranos. Los que pudiesen llegar a tiempo de salvar a los posibles supervivientes, antes de que tuviesen que abandonar sus barcos o fueran diezmados por el frío, el hambre y el escorbuto.



Desde un principio, estas expediciones de socorro se vieron marcadas por las mala suerte. Las malas condiciones climáticas impidieron que se pudiese entrar en el estrecho de Lancaster hasta 1850. Allí, en la isla de Beechey, se encontraron huellas de una invernada de la expedición, restos de tiendas, rastros de trineos, depósitos de latas desechadas, junto con tres tumbas. Ningún documento, sin embargo, a pesar de que era constumbre dejar notas bajos hitos de piedra, los llamados cairn, donde indicar qué había ocurrido hasta entonces y qué se pretendía hacer después. Para mayor confusión, en ese punto se abrían tres rutas posibles: hacía el norte, por el estrecho de Wellington, hacía el oeste, por el estrecho de Melville, y hacia el sur, por el estrecho de Peel. Franklin, tras explorar el estrecho de Wellington y circunnavegar la isla Cornwallis, había invernado en Beechey y tomado la ruta de Peel. Un estrecho que, en el siglo XIX, estaba siempre bloqueado por los hielos, excepto en unos pocos años favorables. Ninguno de los cuales coincidió con las expediciones de rescate.

Como resultado, aunque las expediciones, mas de 20, consiguieron cartografíar la mayor parte de las islas y pasos que conforman el paso del Noroeste, ninguna se acercó al área donde los barcos de Franklin habían quedado atrapados por los hielos. Esto había sucedido en el vértice norte, de la isla del Rey Guillermo, donde, para su desgracia confluyen hielos varios años, de gran dureza y espesor, arrastrados por las corrientes. Fue sólo en 1854, casi una década tras la desaparición de Franklin, cuando una expedición terrestre procedente de la bahía de Hudson, al mando de John Rae, recopiló una serie de testimonios intranquilizadores procedentes de los Inuit que habitaban  esas tierras. Según ellos, un número crecido de hombres blancos, llamados qalunat en esa lengua, al mando de un tal Aglooka, habían sido vistos intentando llegar a pie al río Back, en bastante malas condiciones, desnutridos y debilitados. Un año más tarde, cuando los esquimales volvieron a esa región, no encontraron más que cadáveres, algunos dispersos por la costa, otros amontonados en campamentos bajo tiendas de lona aún en pie, muchos con rastros de haber sido víctimas de canibalismo a manos de sus compañeros. Dato que produjo indignación en la sociedad victoriana, siendo incluso refutado por Dickens, pero que las excavaciones modernas han demostrado auténtico.

Volveremos luego al testimonio inuit, crucial en cualquier investigación. Rae, a pesar de recopilar estos relatos y gran cantidad de restos materiales, que demostraban la muerte de todos los miembros de la expedición Franklin, no consiguió llegar a la isla del Rey Guillermo. Su guía Inuit se negó a llevarle e incluso intento escapar cuando ya estaban en las cercanías. Fue McKlintock quien en  1859, también a pie, llegaría a la isla y descubriría las pruebas concluyentes del desastre completo de la expedición, confusos depósitos de material inútil abandonados en cualquier parte, botes en medio de la nada cuyos ocupantes, aún en ellos, parecían haber muerto de agotamiento, arrastrándolos. Y la primera prueba documental. Un informe en un Cairn que había sido redactado dos veces. La primera, en mayo de 1847, señalando que todo iba bien. La segunda, en abril de 1848, informando de la muerte de Franklin el año anterior, además del fallecimiento de más de 20 miembros de la exposición. Esas noticias ya eran turbadoras, puesto que ninguna otra expedición polar había sufrido pérdidas tan graves, pero eran superadas por el anuncio de que los supervivientes, al mando del capitán Crozier, habían decidido abandonar los barcos e iban a intentar llegar a pie al río Back, muy  al sur de donde estaban.

Esa decisión ha sido muy discutida por investigadores posteriores. En primer lugar, la ruta directa hasta el río, a través de la isla, les estaba vedada, de manera que los supervivientes tuvieron que seguir la costa, como demuestra el reguero de restos que dejaron tras de sí. Esto triplicaba la distancia que tenían que recorrer. lo que disminuía considerablemente sus posibilidades de éxito. Para empeorarlas, esa zona de la isla del Rey Guillermo es casi un desierto, sin apenas vida animal que permitiese sustentar a los exploradores y apenas frecuentada por los Inuit. Éstos sólo se encontraron con los supervivientes al sur de la isla, cuando su número ya era mucho menor, apenas unos cuarenta de los cien que partieron. Por último, la ruta del sur les alejaba del estrecho de Lancaster, al norte, por donde vendrían las expediciones de rescate. De hecho, todos los oficiales de la expedición lo sabían, el camino que llevaba allí ya había sido explorado y trazado por la expedición de Ross, veinte años antes, e incluso existían algunos depósitos de comida en el camino.

¿Por qué entonces se eligió la ruta sur y no la norte? Seguramente nunca lo sabremos, dado que cualquier testimonio escrito se debe haber perdido ya hace tiempo, tanto por la acción de la naturaleza como la de los hombres. Sin embargo, este silencio se ha visto colmado por una fuente que hasta tiempos recientes ha sido menospreciada, la ya citada de de los Inuit. Entre 1860 y 1869, Charles Francis Hall recogió todos los testimonios que pudo, que han sido completados por expediciones posteriores y las investigaciones de estudiosos, tanto occidentales como Inuit. La imagen que surge es confusa y desconcertante, deformada por los problemas de traducción y la incomprensión entre culturas. Sin embargo, a grandes rasgos se puede deducir que el viaje hacia el sur no fue de una vez, ni una marcha desesperada, al menos al principio. Se hizo en varios saltos, incluso acompañados por los barcos, que los Inuit dicen haber visto tripulados y naufragar en lugares distintos. Fue sólo después de perderse éstos y tras mortandades masivas en campamentos intermedios, que se produjo esa huida desesperada que acabó con todos. E incluso entonces, algunos de los expedicionarios pudieron haber sobrevivido largos años entre los Inuit.

En la siguiente entrada hablaremos de los problemas que presenta el testimonio Inuit, pero hay que señalar que su veracidad y fidelidad se ha visto confirmada por dos descubrimientos sorprendentes. En 2014 se halló el pecio del Erebus y, en 2016, el del Terror, éste último prácticamente intacto. Para el asombro de todos, fueron encontrados en los lugares en donde la tradición Inuit los situaba, pero que había sido descartados por estar muy alejados del lugar marcado en el informe hallado por McKlintock. El Terror está al otro lado, el meridional, de la isla del Principe Guillermo y el Erebus aún más al sur, en el laberinto de islas de la península de la Reina Maud. Las excavaciones acaban de comenzar, pero todo apunta a que fueron llevados allí intencionadamente, o que al menos parte de la tripulación reembarcó en ellos, como también señalaban las narraciones Inuit.

Pues bien, todo esto es lo que cuenta el libro de Potter, que va enumerando las diferentes pruebas encontradas en orden temporal, desde la desaparición de Franklin hasta el hallazgo del Erebus. Un camino en el que cada nuevo descubrimiento sólo contribuye a plantear nuevas preguntas, acrecentando el enigma y con el la fascinación por el destino de esta expedición.

Como me ha ocurrido a mí, que llevo el verano entero leyendo libros sobre ella.

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