McKlintock thought that Ootgoolik referred to the west coast of King William Island, but we have seen that this term applies to the west coast of the Adelaide Peninsula. Hall was told that the natives found this second ship "in the ice of the sea between Dease Strait and Simpson Strait" - modern Queen Maud Gulf. From descriptions of the actual wreck site, Hall concluded that the ship, "sank some time after they [the Inuit] found it but no so bad what the topmast were above water - ultimatley (sic) the ice broke the vessel that masts, timbers etc. drifted to the land south side of Ook-joo-lik sea & and there found in abundance by Ook-joo-lik natives.
Hall was later given more detail about this wreck by an Oot-goolik native named Ek-pre-ree-a.
This ship first seen he said by Nuk-kee-che-uk an Ook-joo-lik Innuit who in now dead, having been killed by his (Ek-kee-pee-ree-a0's) father. This he told me with a smile. This ship had 4boats hanging at the sides and 1 of them was above the quarter deck. The ice about the ship one winter's make, all a smooth flow (sic) & and a plank was found extending from the ship down to the ice. The innuit were sure some white men must have lived there through the winter. Heard of tracks of 4 strangers, not Innuits, being seen on the land adjacent to the ship (Emphasis in the original)
David C. Woodman. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony
McKlintock pensó que Ootgoolik se refería a la costa oeste de la isla del Rey Guillermo, pero ya hemos visto que ese apelativo se aplica a la costa occidental de la península de Adelaida. A Hall se le contó que los nativos habían encontrado ese segundo barco « en el hielo, en el mar entre el estrecho de Dease y el de Simpson » - el actual golfo de la Reína Maud. De la descripción del lugar del naufragio, Hall concluyó que el barco « se había hundio al poco de ser encontrado [por los Inuit], pero no tan profundo que los mástiles no sobresalieran del agua - al fimal (sic) el hielo troncho el barco, de manera que los mástiles y el maderamen fueron arrastrado a tierra, al sur del mar de Ook-joo-lik, donde los nativos los encontraron en abundancia.
Hall consiguió aún más detalles del pecio por medio de un nativo de Oot-goolik de nombre Ek-pre-ree-a.
« Este barco fue visto primero por Nuk-kee-che-uk un Inuit de Ook-joo-lik ya muerto,k asesinado por su padre (el de Ek-kee-pee-ree). Esto me lo narró sonriendo. Este barco tenía cuatro botes colgados a sus lados y 1 de ellos estaba sobre la cubierta. El hielo que rodeaba al barco era de un invierno de edad, todo suave fluido (sic) y se encontró una plancha de madera que descendía del barco hasta el hielo. Los Inuit tenían la certeza de que algunos hombres blancos debían haber vivido allí durante el invierno. Se hablaba de rastros en la nieve de cuatro extraños, que no eran Inuit, vistos en las tierras próximas al barco »
Buscando libros que resumiesen el estado de las investigaciones sobre la expedición Franklin, llegué por casualidad a éste de Woodman. Sin sospecharlo, me había tocado el premio gordo de la loteria. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony (Desenredando el misterio de Franklin, el testimonio de los Inuit), es un libro clave en la investigación moderna de la desaparición de esa expedición.
Publicado en los años 90, Woodman realiza en él un análisis exhaustivo del cúmulo de noticias obtenidas de los Inuit por los exploradores que fueron en busca de Franklin. No sólo los más famosos, y que ya les señale en la entrada anterior, como Rae, MacKlintock o Hall, sino otros menos conocidos o mucho más tardíos, como Schwatka, el propio Admundsen o Rassmussen, éstos últimos ya en el siglo XX. Y no sólo lo publicado por ellos, ya corregido y pulido, sino los diarios originales que dormían en los archivos, más cercanos a la verdad y con menos distorsiones, tanto voluntarias como involuntarias. Con esas fuentes, Woodman construyó una versión alternativa al destino de la expedición que destaca por su lógica y su verosimilitud, y que ha sidoconfirmada en gran medida por los descubrimientos de los pecios del Erebus y el Terror, encontrados en los lugares señalados por los Inuit y en condiciones casi idénticas a las descritas por ellos.
Pero, ¿por qué es tan importante el testimonio Inuit? Simplemente porque no tenemos casi ningún tesmimonio procedente de los miembros expedición perdida. El principal se reduce a las pocas líneas que el comandante Fitzjames escondió en un cairn al norte de la isla del Guillermo al inicio de la primavera de 1848. Apenas contenía una referencia a la muerte de Franklin en 1847, el fallecimiento de otros veinte miembros de la expedición y la decisión de abandonar los dos buques, el Erebus y el Terror, para tratar de alcanzar la desembocadura del río Back, más de cien millas al sur. Este documento, por su concisión, sus omisiones y sus errores, como la fecha de la primera invernada en la isla de Beechey, ha dado pábulo a todo tipo de especulaciones, sin que sea posible decantarse por ninguna en concreto.
El otro documento es aún más desconcertante, ya que se trata de una serie de cartas escritas por un camarero de la expedición, cifradas con un método naif. Lo que ocultaba esa clave no tiene la importancia que daba a entender, ya que se trata de una mezcla de recuerdos de viajes al Caribe, bromas de marineros y piezas ligeras de teatro. Sólo aquí y allá pueden hallarse referencias veladas, apenas inteligibles, al posible entierro de un oficial, a campamentos en la orilla, a preparativos para una larga marcha. Se sabe que debieron existir muchos otros más documentos, en especial los diarios de los oficiales, pero es casi seguro que todos se han perdido, tanto por la acción de la naturaleza como la de los Inuits. Éstos, en los años siguientes, fueron recogiendo toda la quincalla abandonada por los fugitivos, aprovechando lo que podía servirles, pero dejando el resto a merced de los elemento. Como papeles y libros, para ellos sin utilidad . Algunos de estos escritos fueron entregados a los niños para que jugasen, pero cuando Rae y McKlintock llegaron a esas regiones, diez años tras la desaparición de la expedición. hacía ya mucho que se habían convertido en polvo.
Sólo queda, por tanto, lo que los Inuit pudieran haber conservado y transmitido en su tradición oral. Y aquí comienzan los problemas. Aunque lo que nos cuentan se ha revelado correcto siempre que se ha hallado una corroboración externa, como la situación pecios, cuando se intenta ordenarlos para construir una narración coherente, el esfuerzo se revela insuperable. El investigador acaba perdido en un laberinto de testimonios que parecen contradecirse entre sí o que no concuerdan con el relato oficial de la expedición, según da a entender el informe de Fitzjames: el abandono de los barcos, la marcha desesperada hacia el sur, la paulatina muerte de los expedicionarios en esa ruta. Todo en el corto periodo del verano/otoño de 1848.
Woodman deja claro que gran parte de esa imposibilidad de conciliar los relatos tiene razones culturales: el abismo lingüístico y mental que separaba a los Inuit de los occidentales. En primer lugar, las dificultades de traducción podían modificar una historia hasta hacerla decir lo contrario, como ocurrió en el caso de Adam Beck, traductor de origen Inuit, que reportó la muerte de los miembros de la expedición de Franklin asesinado a manos de los Inuit, aun cuando a quienes entrevistó lo negaron luego por señas. Un relato que durante mucho tiempo no se tuvo en cuenta, pero que en líneas generales sigue el modelo de otros más fiables: el de dos barcos, atrapados por los hielos, cuya tripulación debe abandonarlos para perecer posteriormente durante su huida
Estas dificultades de traducción se extienden también a los nombres que los Inuit indicaban para algunos miembros de la expedición, que no es posible relacionar con las listas de tripulantes del Erebus y el Teror. No es extraño, puesto que otros expedicionarios polares ya se dieron cuenta de la enorme dificultad de los Inuit a la hora de pronunciar palabras de origen indoeuropeo - y viceversa - de forma que los nombres más sencillos se tornaban irreconocibles. No es sorprendente, por tanto, que en muchas ocasiones los Inuit "bautizasen" a los visitantes con nombres propios suyos, como Aglooka o Tolooark, que recordaban alguna peculiaridad notable. Aglooka, por ejemplo, significa el que camina a zancadas y de hecho, uno de los oficiales desaparecidos, Crozier, había recinido ese mismo nombre en la expedición de Parry. Podría pensarse que los Inuit reconocieron a Crozier y que la idemtificación es por eso segura. Pero esa pista, por desgracia, no es tal, puesto que ese mismo nombre, y otros similares, fueron utilizados para referirse a personas de otras expediciones anteriores, como las de Parry o Ross, cuyos capitanes fueron también llamados Aglooka.
Aquí entramos en otra diferencia cultural crucial. En los relatos Inuit se mezclan historias de las diferentes expediciones que visitaron esas regiones entre 1820 y 1860, sin que sea fácil saber a quién o a qué tiempo se puede estar refiriendo un relato concreto. Esto no significa que los no sepan distinguir entre sucesos y situaciones, sino de sus esquemas mentales son diferentes a los nuestros. Si nosotros ordenamos temporalmente, ellos prefieren hacerlo de manera espacial, por razones de mera supervivencia. Distinguiendo los diferentes lugares en los que habitan mediante historias extrordinarias, como las de las expediciones de los Qalunaaq, los Inuit pueden contruir una cartografía mental que les ayude a orientarse en un ambiente tan hostil como el de las regiones polares. De hecho, los expedicionarios decimonónicos se asombraron de la facilidad de los Inuit para trazar mapas fiables y exactos, una vez que se les enseñaban los rudimentos de la cartografía. Una habilidad que explica, por otra parte, como los restos de la expedición Franlin, como los pecios, han resultado estar donde los testimonios Inuit los señalaban.
Hay otro factor, no obstante, que contribuye a esta dificultad. Woodman tuvo la idea de construir un grafo de relaciones entre los diferentes informantes de Rae, McKlintock y Hall. Aunque varios de los testigos presenciales ya habían muerto y los testimonios provenían de hijos y conocidos, no estuvieron presentes en los hechos, casi todos pertenecían a un pequeño grupo de familias emparentadas entre sí. Existía un origen claro y firme, un germen casi único del que habían surgido los relatos. Esto ayudaba a reconstruir una historia coherente y daba crédito a su veracidad. Sin embargo, surgía otro problema. Estos testigos no eran originarios de la región de la isla del Rey Guillermo y la península de Adelaida. Su etnia, dentro de los Inuit, se correspondía con una tribu nomada que ocupaba la regiones polares centrales y servía de nexo y comunicación entre los esquimales del Este, en la bahía de Baffin y los del Oeste, cuya frontera estaba justo en la región en la que desapareció la expedición de Franklin.
Su presencia en la zona fue, por consiguiente, casual, en el curso de una de sus periódicas migraciones, sin que pudiesen ofrecer más que una pequeña ventana sobre los sucesos y sin tener continuidad. Pero en ese caso ¿dónde estaban los habitantes habituales de esa región? ¿Donde se ocultaban los testigos que vieron todo el desastre, extendido a lo largo de varios años? Woodman ya indica que Franklin tuvo la desgracia de quedar atrapado en una región que los Inuit evitaban, debido a la falta de caza. Sin embargo, las rutas finales de huida y los mismos pecios están en zonas visitiadas a menudo por los Inuit. ¿Qué es lo que falta?
La respuesta es muy sencilla. En el mismo periodo en que Franklin quedaba atrapado entre los hielos, se producía una catástrofe entre los esquimales de la isla del Rey Guillermo y la península Adelada. Una hambruna, provocada por los fríos extremos de esos años y quizás agravada por la presencia de los expedicionarios, acabó con la vida de muchos de los Inuit de esas tierras, cuyos clanes quedaron reducidos a unas pocas decenas de individuos, cuando antes contaban con cientos de miembros. El hueco que dejaron fue ocupado por otras tribus Inuit occidentales, que además se expandieron de forma agresiva. Como consecuencia de estos cambios catástroficos, muchos de los testigos y las tradiciones se desvanecieron, mientras que los pocos supervivientes comenzaron a evitar las tierra que antes eran su casa. Esto explicaría por ejemplo, la negativa de los guías de Rae y Hall a llegar y permanecer en la Isla del Rey Guillermo. Por un lado, el pavor supersicioso a los espiritús errantes de tanto Qalunaq allí muerto; por otro, el miedo a ser víctimas de los nuevos ocupantes, tan agresivos y belicosos
Y lo tengo que dejar aquí, pero podría continuar narrándoles más y más detalles del libro de Woodman. Pero para eso, mejor es que se lo lean.
Su presencia en la zona fue, por consiguiente, casual, en el curso de una de sus periódicas migraciones, sin que pudiesen ofrecer más que una pequeña ventana sobre los sucesos y sin tener continuidad. Pero en ese caso ¿dónde estaban los habitantes habituales de esa región? ¿Donde se ocultaban los testigos que vieron todo el desastre, extendido a lo largo de varios años? Woodman ya indica que Franklin tuvo la desgracia de quedar atrapado en una región que los Inuit evitaban, debido a la falta de caza. Sin embargo, las rutas finales de huida y los mismos pecios están en zonas visitiadas a menudo por los Inuit. ¿Qué es lo que falta?
La respuesta es muy sencilla. En el mismo periodo en que Franklin quedaba atrapado entre los hielos, se producía una catástrofe entre los esquimales de la isla del Rey Guillermo y la península Adelada. Una hambruna, provocada por los fríos extremos de esos años y quizás agravada por la presencia de los expedicionarios, acabó con la vida de muchos de los Inuit de esas tierras, cuyos clanes quedaron reducidos a unas pocas decenas de individuos, cuando antes contaban con cientos de miembros. El hueco que dejaron fue ocupado por otras tribus Inuit occidentales, que además se expandieron de forma agresiva. Como consecuencia de estos cambios catástroficos, muchos de los testigos y las tradiciones se desvanecieron, mientras que los pocos supervivientes comenzaron a evitar las tierra que antes eran su casa. Esto explicaría por ejemplo, la negativa de los guías de Rae y Hall a llegar y permanecer en la Isla del Rey Guillermo. Por un lado, el pavor supersicioso a los espiritús errantes de tanto Qalunaq allí muerto; por otro, el miedo a ser víctimas de los nuevos ocupantes, tan agresivos y belicosos
Y lo tengo que dejar aquí, pero podría continuar narrándoles más y más detalles del libro de Woodman. Pero para eso, mejor es que se lo lean.
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