Tenía pensado cerrar mis comentarios sobre cine polaco con la versión larga del episodio 6 de Dekalog (Decálogo, 1988), de nombre Krótki film o miłości (No amarás, 1988). No porque me faltase material, todo lo contrario. La edición en BR de Dekalog está repleta de obras "primerizas" del cineasta polaco, pero las juzgaba "menores", antes incluso de conocerlas. Había que verlas, eso sí, pero sólo apreciar lo mucho que había mejorado este director desde sus inicios, sin que mereciera la pena perder el tiempo en reseñarlas.
No se pueden imaginar lo equivocado que estaba.
Mi desinterés, lindando con el desprecio, se debía a mi ignorancia. La brillantez de la década final del cine de Kieslowski, de Dekalog a Trois Couleurs: Rouge (Tres colores: Rojo, 1994), me hacía pensar en un director joven, tempranamente malogrado, que tras unos inicios notables, pero algo titubeantes, caso de Przypadek (El azar, 1987), había encontrado una forma personal y característica, contemplativa, preciosista y atemporal, en la que plasmaría sus mejores obras. Sin embargo, cuando rodó esas películas finales, Kieslowski era ya un hombre maduro, que llevaba en activo desde mediados de los sesenta. Y además como documentalista, género que no abandonó por entero hasta principios de los 70 y que parecería hallarse en las antípodas de su cine más conocido.
Así, cuando vi Przejście podziemne (Paso substerráneo, 1975), a la que pertenecen las capturas que abren esta entrada, me daba la impresión de estar viendo una película de otro director. En gran parte estaba rodada cámara al hombro, como si se tratase de una obra de un director de la Nouvelle Vague, quienes preferían un acabado más burdo, si con ello conseguían una impresión de cercanía y autenticidad. En el caso de Kiesloski este estilo era producto de su formación como documentalista, pero los resultados eran casi los mismos.
Debido a esa inmediatez y cercanía, la película se teñía del carácter de los espacios en los que había sido rodada. El pasaje subterráneo donde estaba la tienda de la protagonista era un lugar de paso, inhóspito; el mismo comercio, angosto y provisional; ambos excluyendo la posibilidad de asentarse, el calor de hogar. El intento del protagonista, profesor de instituto, por recuperar a su antiguo amor se revela así, desde el principio, como inútil e infructuoso. Mero revolverse contra la estrechez claustrofóbica de una vida que no tiene sentido. O al menos un sentido afortunado.
Si Przejście podziemne era un mezcla entre documental y drama, Pierwsza miłość (Primer Amor, 1974) es un documental puro. En él, Kieslowski sigue los pasos de una joven pareja que se ve obligada a casarse debido a un embarazo no deseado. Este hecho trastoca sus planes por entero, especialmente los de la protagonista, quien debe abandonar sus estudios de bachillerato sin haber conseguido su titulación, al tiempo que ambos deben luchar con la burocracia comunista para encontrar un piso donde poder criar a su futuro hijo. Tarea harto difícil en un sistema en que todo funciona con cuotas y a años vistas, donde toda solución no reglamentada es perseguida por dureza.
Hay por tanto, una crítica a la asfixia y desánimo que los sistemas comunistas infligían sobre sus poblaciones, aunque este ataque no se exprese de manera clara y directa. Como todos los cineastas de los países del este, Kieslowski tenía que lidiar con la censura, tener muy claro qué podía decir y qué no, saber en todo momento hasta donde podía llegar, así que la crítica se realiza de forma sutil, mediante alusiones. Disfrazada en todo momento de denuncia con propósito de reforma, no como una enmienda total al sistema, pero que cuya intencionalidad es clara y meridiana vista desde fuera.
Como ocurre con la humillación que sufre la protagonista a manos de los profesores de su instituto, que vienen a acusarla de haber mancillado la reputación de la escuela al haberse quedado embarazada, negándose a darle el título que reclama o incluso cualquier posibilidad de conseguirlo. O el estado lamentable de los hospitales polacos, desprovistos de medios y personal, y donde los largos turnos y la falta de perspectiva llevan a los médicos y enfermeras a presumir de un cinismo desengañado, sin reparar en la situación de los pacientes. O la irrupción de la policía en los espacios íntimos, como cuando el futuro matrimonio se halla arreglando, para habitarla, la habitación de un pariente, y están a punto de ser desahuciados por no haberse empadronado en ese distrito.
Una sociedad donde el desánimo, la angustia pesan sobre todos su miembros, sin importar la edad o las perspectivas. Incluso llevando a unos padres, como en la secuencia ilustrada, a desear a su hija que no sea tan desgraciada como ellos lo fueron, aún lo son, en su matrimonio.
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