Shklovsky compares this process to a rapid reproduction of organisms in propitious environment. If it was to take place somewhere in the Galaxy, such a process, covering ever greater areas, could draw into its orbit an increasing number of galactic civilizations. This would lead to the formation of a "superorganism". What is actually most surprising, and, to be honest, completely inexplicable, is that this possibility has not been actualised yet. Let us assume briefly that von Hoerner's catastrophic hypothesis applies widely across the Universe. The statistical character of this supposed rule makes the existence of a small handful of long-lived civilisations (rare as they may be) highly possible. To assume that no civilisation can exist for up to a million years would amount to transforming a statistical rule into fatalistic determinism, a demonic inevitability of rapid extinction. And even if this was indeed the case, then at least several out of those long-lived, million-year-old civilizations should have conquered the star fields a long time ago - fields that are very far away from their home planets. In other words, a handful of those civilizations would have become a decisive factor in the development of a galaxy. The postulated positive feedback would then have become a reality. As a matter of facto, such feedback should already have been fully operational for centuries. Why, then, are there no signals from such civilizations? Why are we seeing no signs of their gigantic astroengineering activity? Why are there no countless information-gathering probes produced by them that would then populate the vacuum; no self propagating machines penetrating the most remote corners of our stellar system?
Why, in other words, are we seeing no miracles?
Stanislaw Lem, Summa Technologiae
Shklovsky compara este proceso con la reproducción rápida de organismo en un entorno favorable. Si este proceso tuviera lugar en alguna parte de la galaxia, al cubrir áreas cada vez mayores, podría atraer a su órbita un número creciente de civilizaciones galácticas. Esto llevaría a la formación de un "superorganismo". Lo que es más sorprendente y, para ser honesto, completamente inexplicable, es que esta posibilidad no se haya hecho aún realidad. Supongamos brevemente que la hipótesis catastrófica de von Hoerner sea aplicable de manera amplia en el Universo. El carácter estadístico de esta supuesta regla convierte la existencia de un pequeño puñado de civilizaciones longevas (aún aceptando su rareza) en una posibilidad muy alta. Suponer que ninguna civilización puede existir durante un millón de años equivaldría a convertir una regla estadística en un determinismo fatalista, una inevitable demoniaco de extinción rápida. E incluso si fuera así, al menos varias de esas civilizaciones de larga vida, de un millón de años de edad, deberían haber conquistado los espacios estelares hace mucho tiempo - espacios muy alejados de sus planetas natales. En otras palabras, un puñado de esas civilizaciones se habrían convertido en un factor decisivo en el desarrollo de la galaxia. La realimentación positiva postulada se habría tornado realidad desde hace siglos. ¿Por qué entonces no hay señales desde esas civilizaciones? ¿Por qué no hay incontables sondas de recogida de datos producidas por ellos poblando el vacío, ni maquinas autopropagantes entrando en las esquinas más remotas de nuestro sistema estelar?
¿Por qué, en otras palabras, no estamos viendo milagros?
En la entrada anterior ya les adelantaba que el objetivo de la Summa Technologiae de Stanislaw Lem no es tanto el predecir tecnologías futuras como intentar adivinar cual será el destino al que la relación con esas mismas tecnologías llevará a la humanidad. En concreto, si la tecnología será una herramienta a nuestro servicio o devendrá una fuerza nueva, independiente de nosotros, similar en su impacto a la evolución. Esta tarea de deslinde sería más fácil si tuviéramos elementos de comparación, otras inteligencias extraterrestres que examinar y estudiar.
Por poner un ejemplo. En un bosque podemos encontrar múltiples especies vegetales en diferentes etapas de crecimiento, de manera que se pueden determinar las fases vitales de esas especies con una mera inspección. Lo mismo ocurre con la observación estelar, donde la existencia de objetos en diferentes etapas de desarrollo nos permite reconstruir la secuencia de nacimiento, crecimiento y muerte. Lo mismo pasaría, utilizando el símil del náufrago que propone Lem, si viviendo aislados en una isla, viéramos estelas de aviones en los cielos o manchas y columnas de humo en el horizonte. De ello, deberíamos deducir la existencia de otros seres humanos, la refutación de nuestra soledad y nuestro aislamiento.
Sin embargo, el resultado de nuestras pesquisas en busca de esas inteligencias extraterrestres ha sido negativo. No hemos descubierto gigantescos fenómenos astronómicos que se revelen irreductibles a una explicación natural, ni tampoco nos hemos encontrado con sondas provenientes de otras civilizaciones. Lo único que hallamos es silencio, la falta de esos signos reveladores, la ausencia de milagros que señala Lem.
Sé que habrá quienes digan que el fenómeno OVNI invalida ese silencio y normalidad del universo, pero en mi opinión esta creencia tan típica de la guerra fría ha quedado completamente desacreditada. Vivimos en un mundo en el que todos llevamos una cámara de alta definición en nuestros bolsillos y podemos inspeccionar, con un solo clic, fotografías de satélite cuya calidad es la de los satelites espías de esa misma guerra fría. A pesar de ello, aunque casi diariamente algún aficionado captura o encuentra un fenómeno natural poco frecuente, no ha producido un río de imágenes que prueben de forma indiscutible la presencia de extraterrestres. Sólo las consabidas imágenes borrosas y movidas.
Volvemos al silencio y la ausencia, pero ¿por qué?
Si se intenta resolver este enigma por medios matemáticos se llega a conclusiones desconcertantes. Sabemos que la presencia de planetas es casi necesaria en cuanto haya una estrella e intuimos que la aparición de vida es igual de natural como la de los planetas, dado lo pronto que ésta apareció en nuestra planeta. No obstante. si somos igualmente optimistas con respecto al surgimiento de la inteligencia llegamos a un imposible lógico, puesto que debería haber una civilización avanzada en un radio de 10 años luz. Es decir, deberíamos haber detectado ya sus emisiones de radio.
Para alejar las civilizaciones extraterrestres y tornarlas indetectables a nuestra tecnología no queda otro camino que postular que la aparición de la inteligencia es un fenómeno poco frecuente. Esta hipótesis parece justificada, ya que en la historia de nuestro planeta la inteligencia es un fenómeno muy, muy tardío. De esta manera, se podría situar la primera civilización avanzada más allá de un radio de 1000 años luz, invisible a nuestros telescopios y radiotelescopios puesto que su información aún no nos habría llegado. Sin embargo, esto nos lleva a un nuevo problema, porque implícitamente estamos suponiendo que toda civilización existente en la galaxia es joven y que mueren pronto.
Como bien indica Lem, si sólo una civilización en la galaxia de todas nuestras contemporáneas tuviese una edad de millones o cientos de miles de años, la Vía Lactea tendría que estar siendo transformada activamente ahora mismo por ella. Esto es una necesidad si suponemos que el desarrollo tecnológico sigue un desarrollo tan explosivo como el nuestro en los últimos siglos, de manera que una civilización con esos inmensos lapsos vitales debería ser capaz de intervenir en los procesos estelares de forma visible o invadir con sondas la galaxia entera.
De nuevo. No estamos viendo desde nuestros telescopios ningún fenómeno que no pueda ser explicado con las leyes naturales, ni estamos siendo invadidos por artefactos alienígenas. Algo hay equivocado en nuestros supuestos y no sabemos qué. Puede ser la vida sea realmente ubicua, pero que la inteligencia sea una aberración y sólo haya tenido lugar dentro de la galaxia en el planeta tierra, al menos en los últimos cientos de miles de años. Puede ser que exista algún tipo de impedimento, un limitante que lleve a la inteligencia a extinguirse irremediablemente o a perder toda traza de tecnología avanzada, sea en forma de guerra termonuclear, catástrofe climática o fenómeno natural cósmico.
Sin embargo, volvemos al mismo callejón sin salida. El número galaxias, de estrellas y de planetas es tan grande que la misma ley de probabilidades haría necesario, inevitable, que una civilización en alguna parte superase todos esos obstáculos. En ese caso, deberíamos estar observando milagros, en nuestra galaxia o en otra. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Dónde se halla el error de nuestros razonamientos?
Para Lem, el problema radica en el antropocentrismo. Lo que buscamos es una civilización similar a la nuestra, otra humanidad que se halle en un escalón superior de desarrollo, pero que siga concibiendo éste como crear máquinas cada vez mayores, consumir crecientes cantidades de energía y expandirse sin término por el universo. Sin embargo, nada obliga a que sea así. No hay ningún factor, ninguna prueba que justifique una ley de ese tipo que rija el desarrollo futuro de una civilización. Simplemente, porque sólo conocemos un ejemplo, el nuestro, y no podemos comparar para determinar su excepcionalidad o normalidad.
Podría ocurrir, por tanto, que pasado un cierto punto de desarrollo, un punto de inflexión, los caminos de las civilizaciones divergiesen. Que se dejase de seguir el modelo de la revolución industrial y se hiciesen invisibles, al menos para civilizaciones industrializadas como la nuestro.
Pero seguimos sin saberlo, porque, al mirar a los cielos, solo encontramos obscuridad y silencio. Un silencio demasiado similar al de Dios.
¿Por qué, en otras palabras, no estamos viendo milagros?
En la entrada anterior ya les adelantaba que el objetivo de la Summa Technologiae de Stanislaw Lem no es tanto el predecir tecnologías futuras como intentar adivinar cual será el destino al que la relación con esas mismas tecnologías llevará a la humanidad. En concreto, si la tecnología será una herramienta a nuestro servicio o devendrá una fuerza nueva, independiente de nosotros, similar en su impacto a la evolución. Esta tarea de deslinde sería más fácil si tuviéramos elementos de comparación, otras inteligencias extraterrestres que examinar y estudiar.
Por poner un ejemplo. En un bosque podemos encontrar múltiples especies vegetales en diferentes etapas de crecimiento, de manera que se pueden determinar las fases vitales de esas especies con una mera inspección. Lo mismo ocurre con la observación estelar, donde la existencia de objetos en diferentes etapas de desarrollo nos permite reconstruir la secuencia de nacimiento, crecimiento y muerte. Lo mismo pasaría, utilizando el símil del náufrago que propone Lem, si viviendo aislados en una isla, viéramos estelas de aviones en los cielos o manchas y columnas de humo en el horizonte. De ello, deberíamos deducir la existencia de otros seres humanos, la refutación de nuestra soledad y nuestro aislamiento.
Sin embargo, el resultado de nuestras pesquisas en busca de esas inteligencias extraterrestres ha sido negativo. No hemos descubierto gigantescos fenómenos astronómicos que se revelen irreductibles a una explicación natural, ni tampoco nos hemos encontrado con sondas provenientes de otras civilizaciones. Lo único que hallamos es silencio, la falta de esos signos reveladores, la ausencia de milagros que señala Lem.
Sé que habrá quienes digan que el fenómeno OVNI invalida ese silencio y normalidad del universo, pero en mi opinión esta creencia tan típica de la guerra fría ha quedado completamente desacreditada. Vivimos en un mundo en el que todos llevamos una cámara de alta definición en nuestros bolsillos y podemos inspeccionar, con un solo clic, fotografías de satélite cuya calidad es la de los satelites espías de esa misma guerra fría. A pesar de ello, aunque casi diariamente algún aficionado captura o encuentra un fenómeno natural poco frecuente, no ha producido un río de imágenes que prueben de forma indiscutible la presencia de extraterrestres. Sólo las consabidas imágenes borrosas y movidas.
Volvemos al silencio y la ausencia, pero ¿por qué?
Si se intenta resolver este enigma por medios matemáticos se llega a conclusiones desconcertantes. Sabemos que la presencia de planetas es casi necesaria en cuanto haya una estrella e intuimos que la aparición de vida es igual de natural como la de los planetas, dado lo pronto que ésta apareció en nuestra planeta. No obstante. si somos igualmente optimistas con respecto al surgimiento de la inteligencia llegamos a un imposible lógico, puesto que debería haber una civilización avanzada en un radio de 10 años luz. Es decir, deberíamos haber detectado ya sus emisiones de radio.
Para alejar las civilizaciones extraterrestres y tornarlas indetectables a nuestra tecnología no queda otro camino que postular que la aparición de la inteligencia es un fenómeno poco frecuente. Esta hipótesis parece justificada, ya que en la historia de nuestro planeta la inteligencia es un fenómeno muy, muy tardío. De esta manera, se podría situar la primera civilización avanzada más allá de un radio de 1000 años luz, invisible a nuestros telescopios y radiotelescopios puesto que su información aún no nos habría llegado. Sin embargo, esto nos lleva a un nuevo problema, porque implícitamente estamos suponiendo que toda civilización existente en la galaxia es joven y que mueren pronto.
Como bien indica Lem, si sólo una civilización en la galaxia de todas nuestras contemporáneas tuviese una edad de millones o cientos de miles de años, la Vía Lactea tendría que estar siendo transformada activamente ahora mismo por ella. Esto es una necesidad si suponemos que el desarrollo tecnológico sigue un desarrollo tan explosivo como el nuestro en los últimos siglos, de manera que una civilización con esos inmensos lapsos vitales debería ser capaz de intervenir en los procesos estelares de forma visible o invadir con sondas la galaxia entera.
De nuevo. No estamos viendo desde nuestros telescopios ningún fenómeno que no pueda ser explicado con las leyes naturales, ni estamos siendo invadidos por artefactos alienígenas. Algo hay equivocado en nuestros supuestos y no sabemos qué. Puede ser la vida sea realmente ubicua, pero que la inteligencia sea una aberración y sólo haya tenido lugar dentro de la galaxia en el planeta tierra, al menos en los últimos cientos de miles de años. Puede ser que exista algún tipo de impedimento, un limitante que lleve a la inteligencia a extinguirse irremediablemente o a perder toda traza de tecnología avanzada, sea en forma de guerra termonuclear, catástrofe climática o fenómeno natural cósmico.
Sin embargo, volvemos al mismo callejón sin salida. El número galaxias, de estrellas y de planetas es tan grande que la misma ley de probabilidades haría necesario, inevitable, que una civilización en alguna parte superase todos esos obstáculos. En ese caso, deberíamos estar observando milagros, en nuestra galaxia o en otra. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Dónde se halla el error de nuestros razonamientos?
Para Lem, el problema radica en el antropocentrismo. Lo que buscamos es una civilización similar a la nuestra, otra humanidad que se halle en un escalón superior de desarrollo, pero que siga concibiendo éste como crear máquinas cada vez mayores, consumir crecientes cantidades de energía y expandirse sin término por el universo. Sin embargo, nada obliga a que sea así. No hay ningún factor, ninguna prueba que justifique una ley de ese tipo que rija el desarrollo futuro de una civilización. Simplemente, porque sólo conocemos un ejemplo, el nuestro, y no podemos comparar para determinar su excepcionalidad o normalidad.
Podría ocurrir, por tanto, que pasado un cierto punto de desarrollo, un punto de inflexión, los caminos de las civilizaciones divergiesen. Que se dejase de seguir el modelo de la revolución industrial y se hiciesen invisibles, al menos para civilizaciones industrializadas como la nuestro.
Pero seguimos sin saberlo, porque, al mirar a los cielos, solo encontramos obscuridad y silencio. Un silencio demasiado similar al de Dios.
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