Normalmente, el anime antiguo (y hablo de antes de 1980) tiene mala reputación, tanto desde el punto de vista de los aficionados, que consideran como rancio incluso aquello de apenas unos años de antigüedad, como los profesionales, para los cuales el anime no es animación, y no pasa de ser una illustrated radio, por utilizar la agria expresión de Chuck M. Jones.
Es cierto que muchas series antiguas adolecen de graves defectos, historias inverosímiles, longitudes desmesuradas, movimientos mal animados, personajes mal dibujados, falta de consistencia en los diseños, incongruencias varias, etc, etc, todos los defectos que se han achacado desde siempre al anime, hasta el punto de convertirse en un lugar común, y que convierten a series más que interesantes, como es el caso de la mítica Macross, en un auténtico Via Crucis para el aficionado.
Muy distintos es el caso de los filmes y los OVAs, en este caso, la duración muy limitada y un presupuesto más holgado, permitía a los animadores experimentar y jugar con el medio. Así ocurre que en todos estas producciones antiguas se alcanza un nivel de calidad, en los aspectos puramente técnicos, estéticos y dinámicos que muchas producciones actuales ya quisieran, aunque en el aspecto historia y guión dejen mucho que desear. Un aparente defecto que en sí no lo es, puesto que descubre a unos profesionales a los que se les ha dado via libre, sin las constricciones y limitaciones que supone sujetarse a una historia, y que intentan, como digo llevar al límite las posibilidades de su medio.
De esta manera, en los años sesenta y setenta, la Toei se convirtió en una de las productoras más arriesgadas e innovadoras de su tiempo, superando incluso a la mítica Disney, aunque nadie en occidente se diera cuenta, por esa falta de historias coherentes en sus producciones. Sin embargo, la Toei de entonces, muy diferente a la anquilosada Toei de ahora, se convirtió en un auténtico semillero de talentos que luego continuarían sus carreras en solitario, entre ellos, ni más ni menos que los míticos Miyazaki y Takahata, cofundadores del estudio Ghibli.
Un ejemplo de esto que digo es Animal Treasure Island, una adaptación de la Isla del Tesoro de Robert Stevenson, donde lo único que queda es, obviamente, una isla con un tesoro, y que el protagonista se llame Jim y el pirata Silver. Una divergencia que para los aficionados a las adaptaciones literales suena casi a herejía, pero que sirve, en este caso, para que los animadores se desmelenen, entre ellos un Miyazaki como animador en jefe, aunque no director de la película, y del cual aparecen aquí y allá detalles que son de puro Ghibli, como los personajes femeninos poderosos que no tienen miedo a nada ni a nadie.
Ya desde el momento que comienza la película se puede dar uno cuenta de que no se está ante una producción cualquiera, simplemente por la originalidad y belleza de los diseños, que, como en todos estos animes tempranos, parecen todo menos japoneses,
sino, más bien sacados de algún extraño almacén de sueños de la infancia.
...una película donde se intenta echar el resto en los detalles, llenando la pantalla de vida y de movimiento, lo cual va en contra de todas la ideas que tenemos del anime, como animación limitada, repetición de patrones o tosquedad en los movimientos...
...un lujo de detalles, que llega hasta el virtuosisimo de que algunos sólo son visibles cuando se para la imagen y se examina el plano, como es el caso ilustrado abajo, en que en medio de la batalla se desencadena una fiesta en uno de los galeones, o como abajo a la izquierda aparece un periscopio, detalles puramente de tebeo, practicamente salidos de alguna publicación de Brugera, y que no sirven a la historia, pero hacen reír
...o escenas realmente sorprendentes, por el dinamismo y la pasión con la que están descritas, demostrando, como digo a unos profesionales jóvenes, como eran los de la Toei en aquel entonces, con ganas de jugar y divertirse con el medio, y a los que no se les ha puesto ninguna cortapisa.
¿Y de qué va la película? Pues como en muchas producciones de aquel tiempo, es lo que menos importa, y de hecho es lo que menos les importó a los creadores, que no intentaron ni caracterizar a los personajes, que no pasan de caricaturas, ni de dar consistencia a la trama, pero en cuanto acepta uno esto y lo pone al lado, puede disfrutar de lo realmente importante, dejarse llevar por la película y divertirse con ella, sin preocupaciones ni complicaciones.
Nada más. Y es algo a veces se agradece. Y mucho.
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