Each of the dead become a number. Between them, the Nazi and Stalinist regimes murdered more than 14 million people in the bloodlands. The killing began with a political famine that Stalin directed at Soviet Ukraine, which claimed more than three million lives. It continued with Stalin's great terror of 1937 and 1938, in which some seven hundred thousand people were shot, most of them peasants or members of national minorities. The Soviets and the Germans then cooperated in the destruction of Poland and of its educated classes, killing some two hundred thousand people between 1939 and 1941. After Hitler betrayed Stalin and ordered the invasion of the Soviet Union, the Germans starved the Soviet prisoners of war and the inhabitants of Leningrad, taking the lives of more than four million people. In the occupied Soviet Union, occupied Poland and the occupied Baltic States, the Germans shot and gassed 5.4 million Jews. The Germans and Soviets provoked each other to ever greater crimes, as the partisan wars of Belarus and Warsaw, where the Germans killed about half a million civilians.
Timothy Snyder, Bloodlands.
Cada uno de los muertos se convirtió en un número. Entre los dos, los regímenes nazi y soviético asesinaron más de 14 millones de personas en las "tierras sangrientas". La matanza comenzó con la hambruna por razones políticas que Stalin dirigió contra la Ucrania soviética. Continuó con el Gran Terror estalinista de 1937 y 1938, durante el que fueron ejecutados unas setecientas mil personas, la mayoría campesinos o miembros de minorías nacionales. Luego, alemanes y soviéticos cooperaron en la destrucción de Polonia y de sus clases cultas, asesinando unas doscientas mil personas entre 1939 y 1941. Tras que Hitler traicionase a Stalin y ordenase la invasión de la Unión Soviética, los alemanes dejaron morir de hambre a los prisioneros de guerra soviéticos y a los habitantes de Leningrado, acabando con las vidas de más de cuatro millones de personas. En los territorios ocupados de la Unión Soviética, en Polonia y en los estados Bálticos, los alemanes ejecutaron y gasearon 5,4 millones de judíos. Alemanes y Soviétivos se incitaron mutuamente a crímenes aún mayores, como las guerras de guerrillas en Bielorrusia y Varsovia, donde los alemanes mataron cerca de medio millón de civiles.
Ya les había comentado como me había impresionado otro libro de Snyder, su Blacklands, centrado en la historia del holocausto desencadenado por los nazis contra los judíos entre 1941 y 1945. Tanto, que su lectura me ha llevado a leer otras obras de Snyder, el Bloodlands que hoy centra esta entrada, y el manifiesto On Tyranny, de obligada lectura en los tiempos que corren.
Sin embargo, mi admiración por Blacklands se mezclaba con una cierta decepción. En la estructura de este libro era evidente un cierto desequilibrio, puesto que se dedicaba un amplio espacio, casi un tercio del libro, a la política polaca de antes de la guerra. Un relato que era interesante y pertinente, ya que traía a la luz el difícil equilibrio que ese estado resucitado tuvo que mantener entre dos vecinos, Alemania y la URSS, con claras apetencias sobre su territorio que llevaron finalmente a Polonia a una catástrofe sin paliativos en 1939. Además, se mostraba la cambiante y contradictoria política de ese país sobre su población judía, a la que al mismo tiempo se quería ver desaparecer, mediante la emigración a Palestina, pero que al mismo tiempo se organizaba en formaciones paramilitares, tanto para obtener reconocimiento internacional en caso de guerra mundial, como para alimentar el terrorismo que buscaba fundar un estado propio en el mandato británico de Palestina.
Por otra parte, Blacklands se centraba en algo que se suele dejar de lado en estos relatos. El testimonio de aquéllos que vivieron en este tiempo, especialmente de los pocos supervivientes y de quienes contribuyeron a salvarlos, de tantos héroes desconocidos cuyas hazañas no depende de que salvasen a uno, a varios, o a incontables. En ocasiones llegaba a convertirse en un canto al espíritu humano, a la abnegación y el sacrificio, pero no hurtaba la mirada a las zonas grises, a los descubrimientos turbadores. Para nuestra desgracia, la historia del holocausto no se reduce a la de asesinos nazis e inocentes judíos, entre medias hay muchas zonas de gris. Personas que terminaron siendo torturadores o víctimas por mero azar. Que en ocasiones fueron las dos cosas, según soplase el viento, según las circunstancias les forzasen a decidir para asegurar su supervivencia. Así, soldados rusos que habían sobrevivido a la muerte por hambre a la que sucumbieron gran parte de sus compañeros, podían acabar de guardias en un campo de exterminio, mientras que antiguos colaboradores de los nazis se pasaban a la resistencia con armas y bagajes.
Volviendo a Bloodlands, los desequilibrios que observaba en Blacklands se debían, simplemente, a que gran parte de la historia del holocausto, de sus prolegómenos y sus muchos epílogos se habían narrado ya en la obra anterior. Blacklands, en muchos aspectos, era una ampliación de los contado en Bloodlands, como si fueran dos partes de un mismo libro, que había que leer en un orden preciso, precisamente el contrario al que yo había elegido. Por otra parte, ambos libros ponían de manifiesto algo que suele olvidarse con demasiada frecuencia o que se intenta dejar a un lado, de ordinario con intenciones claramente interesadas. Que las atrocidades nazis y estalinistas acabaron influyéndose unas a otras, alimentándose de las acciones del contrario, incluso asumiendo sus mismas justificaciones y objetivos.
Están tan imbricadas, que narrarlas por separado constituye un error de metodología histórica. No sólo porque su rigor se desarrolló sobre el mismo espacio geográfico: Polonia, los Países Bálticos, Bielorrrusia y Ucrania; sino porque las mismas familias, incluso las mismas personas, se vieron afectadas, perseguidas, exterminadas, por ambos regímenes. Sobre todo en esas tierras limitrofes entre Rusia y Alemania que, como señala Snyder, sufrieron una triple ocupación. Tanto la Polonia Oriental como los Países Bálticos fueron ocupados por la URSS en 1939/40, conquistadas por los alemanes en 1941, reconquistadas por el Ejército Rojo en 1944. Triple ocupación que llevó a una triple atrocidad, la deportación y exteriminio de las élites locales por parte de la NKVD en 1940, el exterminio de los judios y las matanzas antipartisanas por parte de las SS durante la guerra, la renovación de la purgas, acabada la guerra y restituido el régimen soviético.
Acciones que llevarían a esos 14 millones de muertos en el periodo 1932-1950. Cifra que puede repartirse en 4 millones debidos al estalinismo y 10 millones en la cuenta del nazismo. Una competición en el asesinato en la que el régimen soviético llevó la delantera durante los años treinta, debido a las hambrunas inducidas en Ucrania y al Gran Terror, pero que pronto se vería superado por su socio más joven, el nazismo, cuyos asesinatos, por entero, se concentran en el periodo 1941-44. Matanzas justificadas, en el caso soviético, por la necesidad de vencer en la lucha de clases, eliminando a los sectores de la población que se consideraban conservadoras, retrógradas o simplemente un obstáculo en el brillante camino hacia el socialismo; mientras que en el caso nazi se buscaba fundar la comunidad racial pura, aquella que quedase libre de judíos y donde los eslavos se hubieran convertido en esclavos de la raza aria, previo exterminio de la mayor parte de ellos.
Números que, por otra parte, no hacen a un régimen mejor o peor, ni siquiera preferible, como tantos propagandistas y conversos nos quieren hacer creer. Porque, como les decía, en muchos casos las acciones asesinas de cada uno era respuesta o consecuencia de las acciones del otro. Así, la NKVD, en 1939-40, e incluso antes, limpió las zonas fronterizas con Alemania para eliminar de allí cualquier apoyo que allí pudiera surgir en caso de guerra. Por otra parte, la solución final se aceleró y mutó en exterminio cuando los Nazis, en el verano de 1941, heredaron por conquista los millones de judíos soviéticos, a quienes no podían deportar a otro lugar y a quienes no querían alimentar.
O por último, el rigor nazi sobre la población de Bielorrusia, llevó al florecimiento de la resistencia en esas tierras, alentadas por el régimen soviético. Lo que a su vez llevó al recrudecimiento de las represalias nazis y a la virulencia de las acciones partisanas. Hasta que, como resultado, la mitad de la población bielorrusa había desaparecido al final de la guerra. Muertos, sólo un tercio de esa misma población.
Volviendo a Bloodlands, los desequilibrios que observaba en Blacklands se debían, simplemente, a que gran parte de la historia del holocausto, de sus prolegómenos y sus muchos epílogos se habían narrado ya en la obra anterior. Blacklands, en muchos aspectos, era una ampliación de los contado en Bloodlands, como si fueran dos partes de un mismo libro, que había que leer en un orden preciso, precisamente el contrario al que yo había elegido. Por otra parte, ambos libros ponían de manifiesto algo que suele olvidarse con demasiada frecuencia o que se intenta dejar a un lado, de ordinario con intenciones claramente interesadas. Que las atrocidades nazis y estalinistas acabaron influyéndose unas a otras, alimentándose de las acciones del contrario, incluso asumiendo sus mismas justificaciones y objetivos.
Están tan imbricadas, que narrarlas por separado constituye un error de metodología histórica. No sólo porque su rigor se desarrolló sobre el mismo espacio geográfico: Polonia, los Países Bálticos, Bielorrrusia y Ucrania; sino porque las mismas familias, incluso las mismas personas, se vieron afectadas, perseguidas, exterminadas, por ambos regímenes. Sobre todo en esas tierras limitrofes entre Rusia y Alemania que, como señala Snyder, sufrieron una triple ocupación. Tanto la Polonia Oriental como los Países Bálticos fueron ocupados por la URSS en 1939/40, conquistadas por los alemanes en 1941, reconquistadas por el Ejército Rojo en 1944. Triple ocupación que llevó a una triple atrocidad, la deportación y exteriminio de las élites locales por parte de la NKVD en 1940, el exterminio de los judios y las matanzas antipartisanas por parte de las SS durante la guerra, la renovación de la purgas, acabada la guerra y restituido el régimen soviético.
Acciones que llevarían a esos 14 millones de muertos en el periodo 1932-1950. Cifra que puede repartirse en 4 millones debidos al estalinismo y 10 millones en la cuenta del nazismo. Una competición en el asesinato en la que el régimen soviético llevó la delantera durante los años treinta, debido a las hambrunas inducidas en Ucrania y al Gran Terror, pero que pronto se vería superado por su socio más joven, el nazismo, cuyos asesinatos, por entero, se concentran en el periodo 1941-44. Matanzas justificadas, en el caso soviético, por la necesidad de vencer en la lucha de clases, eliminando a los sectores de la población que se consideraban conservadoras, retrógradas o simplemente un obstáculo en el brillante camino hacia el socialismo; mientras que en el caso nazi se buscaba fundar la comunidad racial pura, aquella que quedase libre de judíos y donde los eslavos se hubieran convertido en esclavos de la raza aria, previo exterminio de la mayor parte de ellos.
Números que, por otra parte, no hacen a un régimen mejor o peor, ni siquiera preferible, como tantos propagandistas y conversos nos quieren hacer creer. Porque, como les decía, en muchos casos las acciones asesinas de cada uno era respuesta o consecuencia de las acciones del otro. Así, la NKVD, en 1939-40, e incluso antes, limpió las zonas fronterizas con Alemania para eliminar de allí cualquier apoyo que allí pudiera surgir en caso de guerra. Por otra parte, la solución final se aceleró y mutó en exterminio cuando los Nazis, en el verano de 1941, heredaron por conquista los millones de judíos soviéticos, a quienes no podían deportar a otro lugar y a quienes no querían alimentar.
O por último, el rigor nazi sobre la población de Bielorrusia, llevó al florecimiento de la resistencia en esas tierras, alentadas por el régimen soviético. Lo que a su vez llevó al recrudecimiento de las represalias nazis y a la virulencia de las acciones partisanas. Hasta que, como resultado, la mitad de la población bielorrusa había desaparecido al final de la guerra. Muertos, sólo un tercio de esa misma población.
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