jueves, 19 de octubre de 2017

La cámara como arma de combate (y II)



















Le hablaba, en una entrada anterior, de Lionel Rogosin y de su Good Times, Wonderful times (Buenos tiempos, magníficos tiempos, 1965), un documental eminentemente político y de denuncia, y por ello mismo, incómodo y molesto. No era su primer film, sino uno de su periodo de madurez estilística, mientras que la obra que le dio a conocer fue otro documental: On The Bowery (En el Bowery, 1956). Esta película supusó, en su tiempo, una sorpresa entre la crítica y un pequeño escándalo en el mundo cinematrográfico estadounidense. Tanto, que apenas se proyecto fuera de las salas independientes - de arte y ensayo, que se decía antes -, de manera que su fama y la que granjeó a Rogosin, vino más bien de su presencia en festivales internacionales, como en Venecia, donde fue premiado.

Pero... ¿Qué es el Bowery? Se trata de una calle de Nueva York, apenas separada unas manzanas de la más famosa Broadway, que, durante los tres primeros cuartos del siglo XX, se convirtió en un auténtico limbo urbano. Una de tantas zonas olvidadas de las ciudades, donde cuyos habitantes no se atreven a entrar. Un lugar cuya geografía puede resumirse en prostíbulos, garitos y hostales de mala muerte, por los que vagan mendigos, borrachos y ladrones de poca monta. Un auténtico basurero humano, donde la sociedad vierte a aquéllos que ha expulsado de su seno y a los que no confía ya recuperar. Seres humanos a los que se les condena a una muerte lenta, lejos de los ojos y las conciencias de la gente respetable. De todos nosotros, en definitiva.

No es de extrañar que este lugar y estas gentes fascinasen a un cineasta político, como lo fue Rogosin. Era una excusa perfecta  para atacar a una sociedad como la de entonces, como la de ahora, que presume de altos niveles de vida, casi universales, pero que permite miseria y depravación sin medida en su seno, lacras que considera incurables, inevitables. asociadas al propio progreso. Sin embargo, la película no es una obra de tesis. La crítica social es muy sutil, casi indectetable, limitada a obligarnos a ver esa realidad que nos repugna y repele. Casi podría hablarse de obra de cámara, de drama psicológico, de novela realista del XIX, tan dada a encerrar a sus protagonistas en espirales descendentes, donde cual acción suya no hace más que acelerar su desastre y caída.

Esa ausencia de "mensaje" impuesto, substituido por la primacía de la imagen, se debe a dos factores. En primer lugar, Rogosin no se limitó al papel de "turista", al del reportero - o el político - que sólo visita los lugares de la desgracia cuando salen en todos los medios. Para rodar On the Bowery, Rogosin vivió cerca de seis meses en esa calle que iba a ser la protagonista de sus película. Observando sus ritmos y sus transformaciones, sus gentes y sus movimientos, hasta conocerlos a la perfección. Hasta llegar a distinguir lo que era distintivo y característico, lo que era propio del Bowery. Ese conocimiento íntimo se deja notar en la "mirada" de la película, que, como digo, sabe ver y además sabe ver sin ser notada. No tanto ocultándose a quienes captura en imágenes, sino de cara a los espectadores, que pueden llegar a creer que ven con sus propios ojos. Ese ideal soñado e inalcanzable del documental.

Pero esa clara mirada de habitante, y no de visitante, no sería nada más allá de una colección de fotos bonitas, sino fuera por el segundo factor. Los "actores" que pueblan la tenue peripecia narrada, esa historia de derrota y caida irremediable, son auténticos habitantes del Bowery. Alcoholicos a los que lo único que les queda es su adicción, de la que nunca podrán ya librarse. Gentes que se limitan a vagar de garito en garito, de tugurio en tugurio, hasta que la bebida les haga perder la consciencia, les condene a pasar otra noche durmiendo en el arroyo. Personas a las que la filmación de la película les haría vivir, por unas semanas, en otro mundo completamente distinto al de sus borracheras, que por un breve periodo serían tratados como seres humanos, para luego volver a desaparecer en esa obscuridad, en ese limbo el que habían surgido.

Porque uno de ellos, de los dos protagonistas, moriría al poco de finalizar el rodaje, de una borrachera que concluyó en coma etílico. Mientras que el otro, de rostro berroqueño, a quien pueden ver en las capturas que abren esta entrada, gracias a la película fue entrevistado en la televisión, recibió incluso ofertas para debutar en Holywood como actor, pero no pudo zafarse de las garras del alcoholismo. Agobiado, asfixiado por la atención que despertaba, decidió desaparecer para siempre, se montó a un tren como polizón y se desvaneció sin dejar rastro.

Sólo nos quedan de ellos las imágenes de Rogosin. De ellos y del Bowery, porque a finales del siglo XX y principios del siglo XXI esa zona se vió envuelta en un proceso de "gentrification" que lo convirtió en una de las áreas "chic" de Nueva York. Ya saben, esos procesos de aseo urbano que consisten en expulsar a la población empobrecida, en vez de ofrecerle los medios para que mejores sus condiciones de vida.

Trasladándoles, por tanto, a otro limbo distinto, donde continuarán sus miserias.

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