viernes, 19 de julio de 2019

Caleidoscopios históricos (I)

- Honra de muchos y respeto de todos. ¿Te gusta? Te lo regalo como definición del socialismo. Los anarquistas se satisfacen con la mitad: respeto de todos. La honra... Vosotros, y ves si os concedo - ,e paso de honrado -, os batiréis siempre por el honor, que es gloria y reputación, brillo y anaquelería, por la presentación y el escaparate, por la vista y el qué dirán. El honor no es una cualidad moral, es una apariencia, un signo exterior, un realidad palpable, una cosa que se toca y se cotiza, que hasta es cuestión de palabras, de partículas, de dineros, de deudas. Honor para unos y ceguera para todos. También te lo regalo como definición de lo vuestro; ya no es «de», sino «para»; no es «de adentro», sino «para afuera». Tanto monta para vosotros el ser humano; cuenta su caparazón; no os importa el talle, sino la cotilla, la vista. No niego que es muy español. Aquí nadie se asombra de pagar con su vida las apariencias. Teatro. Os vale el boato; en lo cristiano, las sobrepellices, las casullas, las ataujías. Ya sé que es hermoso morir por una palabra... Heroico, pero no honrado. Igual confundís púdico con pudiente.
- ¿Algo más?
. Sí.  Y como siempre, los idealistas nosotros; nos costará la ida, pero no escarmentamos; nosotros honrados que honrados - y deshonrados por vosotros -. Hasta que llegue el día...

Max Aub, Campo Cerrado

Se habla de la novela picaresca como un género literario característico de España, pero quizás habría que añadir otro que se podría llamar meditación o rememoración histórica. Sin confundirla con novela histórica, en el sentido habitual del término, tan cargado de consideraciones negativas. Demasiadas novelas de ese otro género, tan común en nuestros días, tienen bien poco de historia, siendo más bien excusas para liberarse del rigor del realismo novelístico estricto, de manera que se pueda narrar al antojo de la fantasía del autor, sin que nadie les venga a pedirles cuentas. Fuera, claro está,  de cuatro eruditos picajosos, especializados en esa época, a los que nadie hace mucho caso y cuyos reparos tienen más de rabieta.

Un ejemplo, en otras literaturas, de ese subgénero de la rememoración/meditación histórica sería  Guerra y Paz de León Tólstoi. La distancia que separa los acontecimientos novelados de los reales, la invasión napoleónica de Rusia, es demasiado corta, unos cuarenta años, como para producir una cisura real entre el novelista y el pasado. Lo que narra, aunque pueda parecer extraño para nuestra sociedad desmemoriada, pertenece a su presente, ya que le ha sido transmitido a través de padres y abuelos. Los sentimientos de sus mayores en ese tiempo, sus temores, aspiraciones, vacilaciones y dilemas, han sido escuchados de primera mano, en incontables reuniones familiares. Una experiencia que cualquier español crecido en los setenta reconoce como propia, puesto que la guerra civil de cuatro décadas antes, era una realidad palpable para él. Objeto de orgullo o de temor, de rencor o de exaltación, según el bando al que hubiesen pertenecido sus abuelos y los avatares que hubiesen atravesado.

Así, en la literatura española de los siglos XIX y XX, hay multitud de novelas que miran a ese pasado reciente, intentando desentrañar los hechos de los que no se fue testigo, pero cuyas repercusiones siguen pesando en las nuevas generaciones. Y no sólo en novelas aisladas, sino constituyéndose en titanovelas, que dicen en ciertos blogs, como el Herrumbrosas lanzas de Benet, incluso en ciclos completos que buscan recrear toda una época, en su inagotable variedad y complejidad, como los Episodios nacionales de Galdós o el Ruedo Ibérico de Vallé Inclán, que les he estado comentando en entradas anteriores.

O El laberinto mágico de Max Aub.


Max Aub es una pequeña excepción en este ámbito. Al contrario que Benet, Galdós o Vallé Inclán, el fue testigo, incluso protagonista, de los hechos que relata, la Guerra Civil Española. Su empresa novelística comenzó cuando apenas habían callado las armas, mientras el escritor, en el exilio, era trasladado de un campo de internamiento francés a otro. Hay, por tanto, un claro sentimiento de urgencia, de testimoniar antes que el olvido borre la verdad, que se halla ausente en otros intentos de rememoración.  No obstante, y a diferencia de otras novelas de circunstancias o de tesis, el largo periodo de redacción del ciclo, de 1943 a 1969, contribuyó a limar las asperezas y las generalidades ideológicas, a lo que no es ausente un desengaño clarividente, tan español también él.

En la consideración de la novela, ha pesado durante muchos años la condiciones políticas, ese largo paréntesis que supuso la dictadura franquista en la cultura española. Como ocurrió con tantos otros exiliados, su obra permaneció ignorada para la inmensa mayoría de la población hasta 1975, e incluso después quedó excluida de los manuales escolares de la democracia. De hecho, podría decirse que ha sido sólo hasta las primeras décadas de este siglo cuando ha empezado a reconocérsele como uno de los grandes escritores del siglo XX. Paradójicamente, con la llegada a la madurez de generaciones para los que la guerra civil pertenece, o debería hacerlo, a un ámbito histórico desconectado de su presente, en el mismo totus revolutum de la Guerra de la Independencia o las Carlistas.

No exagero al hablar de uno de los escritores máximos del siglo XX.  Pocos autores son capaces de contar una historia tan bien como él, extrayendo y subrayando aquéllos elementos que nos llevan a verla. No se queda ahí, en mera descripción de ambientes, sino que es capaz de individualizarla, entra en la mente de sus personajes y nos permite conocerla en profundidad, haciendo además que cada uno de ellos hable con su propio lenguaje, de acuerdo a su clase social y región de origen, sin miedo a los modismo, los arcaísmo o a hacerse ininteligible, si con ello el rigor realista se cumple a rajatabla. Coherencia tanto más loable no sólo por el contraste de nuestra novelística de consumo, tan dada a reducir todo a estándares comercializables, sino porque se adecúa de forma perfecta a la estructura sobre la que El laberinto mágico acaba erigiéndose.

Enfrentado a un hecho, como la Guerra Civil, que afectó y escindió a un páis entero, Aub no puede restringir su relato a un puñado de personajes. Por el contrario, tiene que incluir cientos de voces, al modo Valleinclanesco, sólo que llevando esto al extremo, tensando el edificio de la novela hasta casi el derrumbe . En sus páginas nunca hay seguridad de que un personaje vuelva a aparecer o cuándo. Dentro del caos del conflicto, surgen y desaparecen sin previo aviso, quedan olvidados o se pierden definitivamente, al hilo de los altibajos políticos y el azar de las operaciones bélicas. Sin que ese coro de voces llegue nunca a convertirse en una cacofonía, ni se tornen intervenciones aisladas que pongan en entredicho una necesaria unidad.

En ese sentido, la primera novela del Ciclo, Campo Cerrado, puede considerarse la más normal de todas. En ella seguimos la evolución personal e ideológica de un único personaje, Rafael López Serrador, desde su infancia en un pueblo del Maestrazgo hasta la fatídica fecha del 18 de julio de 1936 en Barcelia. Unidad que no significa que sea fácil ni simplona. De hecho, su lenguaje puede ser el más difícil de todo el ciclo, por rebosar de localismos, mientras que ideológicamente consigue un logro único: narrar los múltiples caminos, ese intrincado laberinto, que podían conducir a una persona en concreto hasta uno de los bandos de la contienda.

 Porque en contra de lo que podamos deducir a posteriori, ninguno de ellos estaba definido, cerrado, hasta el día del golpe, al menos en lo que se refiere a las personas de a pie. El azar, la ceguera, la ignorancia, podían terminar llevando a una persona a militar con sus enemigos.

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