So sehr sie seit Wochen jeder Tag darauf vorbereitet hatte, fürchteten sie in diese Sekunde, den Verstand verloren zu haben. Aber es war alles klar in ihnen. Keine Vision. Eher eine übermäßige Klarheit. Und dort schienen sie nicht nur der Verstand, sonder alle ihr Vermögen verloren und abgelegt zu haben; es regte sich keine Gedanke in ihnen, sie konnten keinen Vorsatz fassen, alle Worte waren weithin zurückgewichen, der Wille leblos; - alles, was sich im Menschen bewegt, war reglos eingerollt wie Blätter in glühender Windstille. Aber es lastete diese todähnliche Ohnmacht nicht auf Ihnen, sonder das war, als ob sich eine Grabplatte von ihnen weggewälzt hatte. Was sich hören ließ in der Nacht, schluchzte ohne Laut und Maß, was sie anblickten, war formlos und weiselos und hatte doch alle Formen und Weisen freudenreiche Lust in sich. Es war eigentlich wundersam einfach: Mit den begrenzenden Kräften hatten sich alle Grenzen verloren. und da sie keinerlei Scheidung mehr spürten, weder in sich, noch von den Dingen, waren sie eins geworden.
Robert Musil, Die Reise in Paradies (el viaje al paraíso) de los esbozos para la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El Hombre sin Atributos).
A pesar de cuanto se habían preparado para ello cada día desde hace semanas, en esos segundos temían perder la razón. Pero todo estaba claro. Ninguna visión. Sólo una abrumadora claridad. Y allí parecían perder no sólo la razón, sino haber abdicado de toda capacidad; ningún pensamiento se agitaba en su interior, no podían tomar decisión alguna, todas las palabras se hallaban perdidas en la lejanía, la voluntad inanimada; todo, lo que se mueve en un ser humano, permanecía inmóvil, como hojas embutidas en la ardiente calma. Pero esta inconsciencia semejante a la muerte no les pesaba, como si una lápida hubiera sido removida de encima de ellos. Lo que oían, quedaba en la noche, suspiraba sin sonido y medida, lo que miraban, era informe y sin modo, y tenía, no obstante, en sí todas las formas y modos del placer rebosante de alegría. Era propia y sencillamente maravilloso: Con sus fuerzas limitadas habían rebasado todos los límites, y allí ya no sentían más separación, ni en sí, ni de las cosas, que se habían tornado una sola.
Sigo, como pueden ver, con mi exploración de los borradores y esbozos de la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos) que Musil dejó inacabados a su muerte. Los hay de esos mismos días que la precedieron, mientras que otros provienen de fases tempranas de la composición de la novela, antes de que ésta fuera publicada, antes incluso de que los nombres de los personajes, al menos el del protagonista principal, fueran completamente decididos. El mayor problema con todo ese material, como podrán sospechar, es que es casi imposible averiguar las intenciones del escritor, saber si tal fragmento se conservaría o no en la versión final, o si simplemente se mantenía para uso interno, como recuerdo, como aviso, como indicación, de los otros muchos caminos, senderos, vericuetos y laberintos por los que podía haberse aventurado la novela.
Lo que no evita que entre ellos se encuentren algunas de las páginas más inspiradas, hermosas y arrebatadoras, de Musil. Como este Die Reise in Paradies (El Viaje en Paradies), en el que se concluía, en parte, la aventura/encrucijada incestuosa y al mismo tiempo, mística, transcendente y liberadora, de los hermanos Agathe y Ulrich, por entonces aún llamado Anders.
No le oculto que gran parte de mi motivación por rebuscar entre los escombros de Der Mann ohne Eigenschaften, se debe a mi necesidad por conocer cual era la conclusión de esa relación, que como les digo alcanza rasgos de redención y salvación. O mejor dicho, de luz en medio de la obscuridad, de llegada de una persona, Agathe, que pone patas arriba, hasta tornarla irreconocible, la vida gris y sin perspectivas del protagonista de la novela.
Esa búsqueda ha tenido rasgos de decepción, ya que esa dirección y su desenlace era sólo uno de los múltiples caminos que la novela iba a explorar en su conclusión... y de los queda la duda de si iban a caber en el exiguo tiempo que quedaba en la misma, hasta el estallido de esa primera guerra mundial que iba a poner fin a las ansias e ilusiones de los protagonistas. Curiosamente, en esa segunda parte, Clarise, esposa de Walter y medio amante de Ulrich, iba a tener una importancia capital, debido a su creciente locura, que remedaba la del asesino Moosbrugger y que iba a poner en movimiento mecanismos y sucesos que apenas llegamos a intuir o adivinar.
Por otra parte, para Ulrich - o Anders -, tan importante como el tiempo con Agathe iba a ser el tiempo sin Agathe, el lento camino de soledad posterior a la ruptura, que le devolvería a una sociedad desgarrada por la guerra. donde la aventuras y conquistas amorosas, como la de la distante y orgullosa Diotima, que en la versión que nos ha llegado toma rasgos de violación, no serían sino nuevas derrotas, hitos en un camino hacia un suicidio inevitable, solo que infligido por otros, queda prefigurado en el suicidio, en ese caso por su propia mano, del antiguo revolucionario pangermanista, Hans Sepp.
Conclusión desoladora, por tanto, de la que incluso se dice, se apunta, que habría de llevar a la traición última, a un Ulrich denunciando a Agathe como espía, para que fuese ejecutada, tras lo cual él marcharía a la muerte en la guerra, en realización descarnada e inhumana de la promesa que se habían hecho, una eternidad atrás, de suicidarse ambos, si no alcanzaban ese Paraíso que el milenio efímero y frágil que habían vivido y compartido parecía anunciar. La pregunta, por tanto, no es saber que sucedió, demasiado bien los sabemos, sino cómo, el porqué ese paraíso no llegó a materializarse, a pesar de que todo apuntaba y señalaba a su favor.
Porque en la parte publicada y en los borradores que Musil ultimaba justo antes de morir, la novela marchaba en la dirección opuesta a esa conclusión trágica y pesimista: ni más ni menos que hacia la abolición absoluta y completa del mundo y su poder. En esas hojas últimas, también de los mejor y más arrebatador que este escritor escribio, ambos hermanos escapaban del mundo y de sus leyes, encontrando en su amor incestuoso, pero al mismo tiempo puro y sagrado, la clave que les permitía liberarse de todo y de todos, ser ellos mismos sin limitaciones, sin restricciones, sin censuras, ni distorsiones.
Y sin embargo, en esa parte, la salvación y el paraíso futuros aún quedaban en esbozo, sin que ambos amantes que aún no sabían que lo eran, llegasen a confesarse, a compartir lo que realmente sentían y anhelaban, ni mucho menos a plasmarlo física y corporalmente, tornándolo una realidad tan sólida e innegable como la de cualquiera de los objetos y relaciones que nos rodean y percibimos. Quedaba por tanto, para una sección posterior, el verlo, el leerlo, en su estado perfecto de acto, no el de potencia ni proyecto, para descubrir, a través de ello, cuál y como era ese paraíso que les estaba reservado, privado suyo y al mismo tiempo, abierto también a cada uno de nosotros, porque es el mismo que todos deseamos y ansiamos, sea en una forma o en otra.
Eso es lo que ocurre es este esbozo perteneciente a los primeros tiempos de composición de la novela, en este Reise in Paradies, en el que los protagonistas se substraen al tiempo y al espacio, marchan a un lugar alejado y ajeno de la Viena que habitan, separado de ella por inmensidades y océanos infranqueables, a pesar de estar situado, ese paraíso, en la muy cercana Italia. En un tiempo que no es el de la guerra que se avecina, ni siquiera el de su propia época, sino un verano eterno, intemporal, inmutable, en el que todo parece haberse detenido y congelado, no para caer en la inconsciencia o en la muerte, sino para dotar a todo, a todos, de su auténtico significado, de su verdadera esencia.
Amor sin fin, unión sin fin, paraíso sin limites y sin ubicación, que abarca todo lugar y todo tiempo, donde, como señala Musil, no es ya que los amantes sean uno, se confundan entre sí y en sí, sino que los amantes son todo y todo son los amantes, donde nada es más necesario, ni ningún cambio es preciso, porque todo es perfecto y completo, al fin y para siempre.
Eternidad, pero sólo por un instante. Porque como en todo paraíso, en ellos se oculta la serpiente, de ellos seremos expulsados sin posibilidad de retorno, sin que podamos culpar a nadie por nuestro destino, ya que fueron nuestras acciones, nuestras propias decisiones, fueran correctas o equivocadas, las que nos hicieron aborrecerlo, las que nos llevaron a abandonarlo voluntariamente, para perderlo así para siempre.
Y llegado este punto, no puedo ni debo escribir más sobre Musil, al menos hasta una próxima relectura de esta novela - ¿la próxima década, quizás? -, y no sé si seguiré revolviendo en estos esbozos y apuntes. Porque no creo que vaya a descubrir más de lo que ya sé o lo que ya he encontrado, ni averiguar si lo leído figuraría finalmente en la versión final, porque no quiero descubrir que este paraíso, esta gloria narrada también sería descartada y olvidada, como el sueño irrealizable que es.
Robert Musil, Die Reise in Paradies (el viaje al paraíso) de los esbozos para la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El Hombre sin Atributos).
A pesar de cuanto se habían preparado para ello cada día desde hace semanas, en esos segundos temían perder la razón. Pero todo estaba claro. Ninguna visión. Sólo una abrumadora claridad. Y allí parecían perder no sólo la razón, sino haber abdicado de toda capacidad; ningún pensamiento se agitaba en su interior, no podían tomar decisión alguna, todas las palabras se hallaban perdidas en la lejanía, la voluntad inanimada; todo, lo que se mueve en un ser humano, permanecía inmóvil, como hojas embutidas en la ardiente calma. Pero esta inconsciencia semejante a la muerte no les pesaba, como si una lápida hubiera sido removida de encima de ellos. Lo que oían, quedaba en la noche, suspiraba sin sonido y medida, lo que miraban, era informe y sin modo, y tenía, no obstante, en sí todas las formas y modos del placer rebosante de alegría. Era propia y sencillamente maravilloso: Con sus fuerzas limitadas habían rebasado todos los límites, y allí ya no sentían más separación, ni en sí, ni de las cosas, que se habían tornado una sola.
Sigo, como pueden ver, con mi exploración de los borradores y esbozos de la continuación de Der Mann Ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos) que Musil dejó inacabados a su muerte. Los hay de esos mismos días que la precedieron, mientras que otros provienen de fases tempranas de la composición de la novela, antes de que ésta fuera publicada, antes incluso de que los nombres de los personajes, al menos el del protagonista principal, fueran completamente decididos. El mayor problema con todo ese material, como podrán sospechar, es que es casi imposible averiguar las intenciones del escritor, saber si tal fragmento se conservaría o no en la versión final, o si simplemente se mantenía para uso interno, como recuerdo, como aviso, como indicación, de los otros muchos caminos, senderos, vericuetos y laberintos por los que podía haberse aventurado la novela.
Lo que no evita que entre ellos se encuentren algunas de las páginas más inspiradas, hermosas y arrebatadoras, de Musil. Como este Die Reise in Paradies (El Viaje en Paradies), en el que se concluía, en parte, la aventura/encrucijada incestuosa y al mismo tiempo, mística, transcendente y liberadora, de los hermanos Agathe y Ulrich, por entonces aún llamado Anders.
No le oculto que gran parte de mi motivación por rebuscar entre los escombros de Der Mann ohne Eigenschaften, se debe a mi necesidad por conocer cual era la conclusión de esa relación, que como les digo alcanza rasgos de redención y salvación. O mejor dicho, de luz en medio de la obscuridad, de llegada de una persona, Agathe, que pone patas arriba, hasta tornarla irreconocible, la vida gris y sin perspectivas del protagonista de la novela.
Esa búsqueda ha tenido rasgos de decepción, ya que esa dirección y su desenlace era sólo uno de los múltiples caminos que la novela iba a explorar en su conclusión... y de los queda la duda de si iban a caber en el exiguo tiempo que quedaba en la misma, hasta el estallido de esa primera guerra mundial que iba a poner fin a las ansias e ilusiones de los protagonistas. Curiosamente, en esa segunda parte, Clarise, esposa de Walter y medio amante de Ulrich, iba a tener una importancia capital, debido a su creciente locura, que remedaba la del asesino Moosbrugger y que iba a poner en movimiento mecanismos y sucesos que apenas llegamos a intuir o adivinar.
Por otra parte, para Ulrich - o Anders -, tan importante como el tiempo con Agathe iba a ser el tiempo sin Agathe, el lento camino de soledad posterior a la ruptura, que le devolvería a una sociedad desgarrada por la guerra. donde la aventuras y conquistas amorosas, como la de la distante y orgullosa Diotima, que en la versión que nos ha llegado toma rasgos de violación, no serían sino nuevas derrotas, hitos en un camino hacia un suicidio inevitable, solo que infligido por otros, queda prefigurado en el suicidio, en ese caso por su propia mano, del antiguo revolucionario pangermanista, Hans Sepp.
Conclusión desoladora, por tanto, de la que incluso se dice, se apunta, que habría de llevar a la traición última, a un Ulrich denunciando a Agathe como espía, para que fuese ejecutada, tras lo cual él marcharía a la muerte en la guerra, en realización descarnada e inhumana de la promesa que se habían hecho, una eternidad atrás, de suicidarse ambos, si no alcanzaban ese Paraíso que el milenio efímero y frágil que habían vivido y compartido parecía anunciar. La pregunta, por tanto, no es saber que sucedió, demasiado bien los sabemos, sino cómo, el porqué ese paraíso no llegó a materializarse, a pesar de que todo apuntaba y señalaba a su favor.
Porque en la parte publicada y en los borradores que Musil ultimaba justo antes de morir, la novela marchaba en la dirección opuesta a esa conclusión trágica y pesimista: ni más ni menos que hacia la abolición absoluta y completa del mundo y su poder. En esas hojas últimas, también de los mejor y más arrebatador que este escritor escribio, ambos hermanos escapaban del mundo y de sus leyes, encontrando en su amor incestuoso, pero al mismo tiempo puro y sagrado, la clave que les permitía liberarse de todo y de todos, ser ellos mismos sin limitaciones, sin restricciones, sin censuras, ni distorsiones.
Y sin embargo, en esa parte, la salvación y el paraíso futuros aún quedaban en esbozo, sin que ambos amantes que aún no sabían que lo eran, llegasen a confesarse, a compartir lo que realmente sentían y anhelaban, ni mucho menos a plasmarlo física y corporalmente, tornándolo una realidad tan sólida e innegable como la de cualquiera de los objetos y relaciones que nos rodean y percibimos. Quedaba por tanto, para una sección posterior, el verlo, el leerlo, en su estado perfecto de acto, no el de potencia ni proyecto, para descubrir, a través de ello, cuál y como era ese paraíso que les estaba reservado, privado suyo y al mismo tiempo, abierto también a cada uno de nosotros, porque es el mismo que todos deseamos y ansiamos, sea en una forma o en otra.
Eso es lo que ocurre es este esbozo perteneciente a los primeros tiempos de composición de la novela, en este Reise in Paradies, en el que los protagonistas se substraen al tiempo y al espacio, marchan a un lugar alejado y ajeno de la Viena que habitan, separado de ella por inmensidades y océanos infranqueables, a pesar de estar situado, ese paraíso, en la muy cercana Italia. En un tiempo que no es el de la guerra que se avecina, ni siquiera el de su propia época, sino un verano eterno, intemporal, inmutable, en el que todo parece haberse detenido y congelado, no para caer en la inconsciencia o en la muerte, sino para dotar a todo, a todos, de su auténtico significado, de su verdadera esencia.
Amor sin fin, unión sin fin, paraíso sin limites y sin ubicación, que abarca todo lugar y todo tiempo, donde, como señala Musil, no es ya que los amantes sean uno, se confundan entre sí y en sí, sino que los amantes son todo y todo son los amantes, donde nada es más necesario, ni ningún cambio es preciso, porque todo es perfecto y completo, al fin y para siempre.
Eternidad, pero sólo por un instante. Porque como en todo paraíso, en ellos se oculta la serpiente, de ellos seremos expulsados sin posibilidad de retorno, sin que podamos culpar a nadie por nuestro destino, ya que fueron nuestras acciones, nuestras propias decisiones, fueran correctas o equivocadas, las que nos hicieron aborrecerlo, las que nos llevaron a abandonarlo voluntariamente, para perderlo así para siempre.
Y llegado este punto, no puedo ni debo escribir más sobre Musil, al menos hasta una próxima relectura de esta novela - ¿la próxima década, quizás? -, y no sé si seguiré revolviendo en estos esbozos y apuntes. Porque no creo que vaya a descubrir más de lo que ya sé o lo que ya he encontrado, ni averiguar si lo leído figuraría finalmente en la versión final, porque no quiero descubrir que este paraíso, esta gloria narrada también sería descartada y olvidada, como el sueño irrealizable que es.
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