viernes, 1 de agosto de 2008

To the Stars













La secuencia de imágenes anterior es un fallido intento de reproducir uno de los tres o cuatro finales que se suceden en los últimos minutos de Ooritsu uchuugun/Oneamisu no tsubase (Royal Space Force, The Wings of Honneamise) el largo de animación que en 1987, puso al estudio Gainax en el mapa, y que aún hoy 20 años más tarde y varias revoluciones tecnológicas después continúa imbatible e insuperable, un film que se adelanto a su tiempo y cuyos logros estéticos no han aún sido superados, no ya en el anime, sino en la animación comercial sin adjetivos calificativos.

Ahora que tanto se habla de la 3D y de su capacidad para reproducir la realidad hasta hacerse indistinguible de ella (con el peligro de convertirse en un mero efecto especial completamente prescindible), conviene recordar que esta película ya había alcanzado ese objetivo, en un tiempo en que no había ordenadores y en que todo, absolutamente todo tenía que ser dibujado y coloreado a mano, tras haberlo planificado al detalle con anterioridad. Un trabajo duro, tedioso y enloquecedor al que se añadía con la dificultad de que el equipo al mando de la producción, el núcleo duro de Gainax, con nombres tan famosos como Hideaki Anno (el de Evangelion) eran en aquel entonces unos simples aficionados desconocidos que se iniciaban en el mundo de la animación comercial, y de los que nadie en su sano juicio hubiera esperado un producto de este calibre, al igual que nadie hubiera esperado que el grupo de outcasts que protagonizan la película fuera capaz de realizar el primer lanzamiento de un cohete tripulado en el mundo paralelo en el que transcurre la historia.

¿Exagero?

Ni por un instante. Esta película tiene algo que pocas películas de animación poseen. Se trata ni mas ni menos de un efecto muy habitual en el cine de acción real, pero casi imposible de realizar en las películas de animación, el conseguir que en la pantalla ocurran otras cosas distintas de la que es el foco de atención. Así sucede que para saborear esta película es necesario verla varias veces, para así poder desviar la atención de lo que ya conocemos y poder saborear de cada uno de los pequeños detalles, algunos de apenas unos segundo de animación con los que los animadores, jóvenes enamorados de su profesión por aquel entonces, la han rellenado, en una especie de juego secreto con los espectadores, similar al de los pintores de antaño.

Un detalle que como digo preña toda la película, al mostrarnos una ciudad y una civilización en completa ebullición, que no se nos explica, sino que se nos ofrece para que la descubramos, unos personajes donde cada gesto esta perfectamente pensado y expresado en la pantalla o una planificación que sabe armonizar los momentos más íntimos e introspectivos, con las escenas de acción más completa.

Una acción que no se nos muestra descerebrada, just for the fun, sino que en todo momento intenta explicarnos, con todo lujo de detalles, porque esas personas que vemos están fascinadas con la posibilidad del vuelo espacial, como es la secuencia en que se nos narra el primer vuelo de uno de ellos, señalando cada uno de los efectos físicos que tiene lugar en él, como si fuéramos nosotros los pasajeros, y pasando de una tierra cubierta por las nubes, con lloviznas intermitentes, donde el agua impide la visibilidad, a los cielos abiertos, azules y eternos.

O como es la escena final, o mejor dicho el primer final de los finales, en el que el despegue se realiza en medio de una batalla campal, por tierra y aire, ya que una potencia enemiga pretende apoderarse de la nave y de los resultados del proyecto. Una escena de una dificultad técnica increíble, que parece imposible de realizar sin ayuda de ordenadores, pero que se hizo así, con lápiz y papel, y donde los animadores consiguen los imposible, representar y hacer reales, casi como si los hubiera rodado una cámara, acciones de una complejidad inimaginable, como es un duelo aéreo real de varias decenas de aviones reales, sometidos a las leyes de la física y utilizando armamento real, lo que requiere una persona que conozca a la perfección las leyes implicadas y tenga la sensibilidad, el talento y la pericia para representarlo.

Algo que un ordenador haría ahora en un pis/pas, pero que entonces era como digo una tarea al alcance de unos pocos genios, como los que trabajaron en esta cinta.

Pero aún hay más, y como los buenos anfitriones, nos reservaban lo mejor para el final. Ya he dicho que la cinta tiene varios finales y tras la batalla campal y el lanzamiento, se nos narra la infancia del protagonista, enlazándola con un resumen completo de la historia de ese mundo, tan distinto al nuestro.

Una sección narrada en modo experimental, sin narrador ni explicaciones, con un dibujo completamente opuesto al normal del anime y al de la película y donde se van enlazando, superponiendo, mezclando, imagen tras imagen, bombardeando nuestros ojos y nuestro cerebro, sin darle tiempo a reaccionar, ni a procesar, ni por supuesto a entender lo que vemos, hasta que se hace la luz y nos maravillamos de lo que acaba de suceder.

1 comentario:

Fabber dijo...

La mejor película de animación jamás hecha, y una de mis 10 películas favoritas de todos los tiempos. Lástima que esta magnífica obra siga siendo una joya escondida. El final con el resumen de la historia del mundo alternativo de Honneamise aún me saca lágrimas de emoción por algo tan aparentemente tan poco sentimental como el progreso de la civilización.