Fotografía de Lisette Model |
De nuevo tengo que alabar y agradecer a la Fundación Mapfre por su empeño en divulgar la historia de la fotografía. Este verano, en su sede principal no sólo se puede disfrutar de la exposición monográfica de Renger-Patschz, que ya les comenté hace unos días, sino también de una colectiva dedicada al retrato. Más concretamente, al retrato "moderno".
Moderno en el sentido de desprenderse del significado de encargo que ese género tiene en el arte hermana de la pintura, y que aún conserva en manos de aficionados y de la fotografía de "estudio". Es decir, no se trata de inmortalizar a alguien que desea tener una imagen representativa de sí mismo o de otra persona, bien para exponerla en lugar preferente del hogar o esconderla en un cajón como recuerdo secreto. En el retrato "moderno", por el contrario, el fotografiado es normalmente anónimo, sin que el resultado final esté destinado a él o a alguien que le conoce estrechamente, sino a un público normalmente lejano o ausente. Indiferente y ajeno.
Se produce por tanto una clara desconexión entre fotografía y fotografiado que permite, en primer lugar, una mayor libertad del fotógrafo, exento de tener que responder a las ilusiones y esperanzas que todos nos hacemos de nosotros mismos, para llevar así ese género por dos direcciones nuevas y contrapuestas. La primera, la de descubrir a sus modelos en su naturalidad cotidiana, sin poses ni afectaciones, tal y cómo, suponemos, se comportan en su vida diaria, se dejan ver cuando no son conscientes de sí mismos. Cuando son ellos mismos, sin simulación ni fingimiento. Sin las mentiras con que nos engañamos, nos contentamos, y que pretendemos convertir en verdades.
Un esfuerzo de autenticidad, por tanto, de acercarse a alguien para descubrirlo en su verdad. Pero al mismo tiempo, un movimiento de alejamiento, de disociación. Porque al no estar destinado al modelo, la imagen tiende a cobrar categoría de símbolo y de testimonio. De un lugar, de un tiempo, de un proceso. Incluso del propio ser e ideales del fotógrafo, de sus sentimientos e intenciones en ese momento.
Como si el espejo se hubiera dado la vuelta y nos reflejase a nosotros.
Fotografía de Jitka Hanzlova |
Por supuesto, una vez rotas las reglas nada impide que se vuelvan a romper otra vez. O que, distorsionadas, apliquemos de nuevo las del pasado. Es por, ejemplo, lo que ocurre con los retratos de Jitka Hanzlova, retratos fotográficos que son clara referencia a retratos pictóricos, pero que por situar su modelo muy lejos en el tiempo, en el renacimiento italiano del siglo XV, devienen objetos casi abstractos.
La mención de Hanzlova, por otra parte, nos lleva a la otra gran virtud de la exposición, aparte de su calidad de resumen del retrato moderno: contar con una paridad casi estricta entre artistas masculinos y femeninos. Logro que no debe restringirse aun mero mecánico cumplimiento de cuotas, sino ampliarse a la oportunidad de descubrir un buen puñado de autoras de primera categoría y de tantas otras visiones distintas. Respecto a la nuestra y entre ellas mismas.
Porque entre lo que más me impresionó del modo de plasmar su arte, está su continua atención en la vejez. Su retratos de mujeres ya ancianas, o bien entradas en la madurez, no están exentos de dignidad y respecto. Como si esos rostros ajados, esos cuerpos debilitados, fueran pruebas, cicatrices, de toda una vida de lucha y de combate. Tras de la cual sólo quedase intacta la energía, aún visible, que les llevó a sobrevivir. Y una profunda, inextinguible y serena tristeza.
La de quienes ya no esperan nada. La de quienes han sido derrotados demasiadas veces.
Fotografía de Diane Arbus |
Y junto con esas miradas de estos otros - de estas otras -, a quienes no solemos recordar al hacer las listas de imprescindibles, las miradas a aquellos otros. A los que viven en los márgenes, a los que habitan en la lejanía.
Todos los olvidados, todos los relegados, cuya dignidad se ve ahora restablecida.
Fotografía de Fazal Sheikh |
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