sábado, 22 de julio de 2017

Hacia el futuro

Lambert Sustris

Para todos los que hemos sido educados en  la idea del impresionismo como conclusión y semilla de la pintura europea, la escuela veneciana, considerada así como precursora de ese movimiento, ocupa un lugar especial. En esta concepción, el conflicto entre color y dibujo, nacido con el renacimiento, se dirime a favor del color, que lleva necesariamente a la mancha, y de allí a la abstracción. Las aspiraciones originales del renacimiento toscano y romano quedarían por tanto un tanto a trasmano. Casi como una vía muerta que sólo llevaría, siglos más tarde, al gélido esplendor del neoclasicismo y a la rigidez risible de tanta pintura decimonónica, de ésa que sólo servía para cubrir paredes desnudas en los ministerios.

Pueden imaginarse, por tanto, que recibí con especial emoción la noticia de que la Thyssen iba a organizar una exposición dedicada a la pintura veneciana del renacimiento. Después de ver El Renacimiento en Venecia: Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura, que así se llama, les puedo decir que la exposición no defrauda y que en ella hay un buen puñado de obras maestras, además de algunos descubrimientos inesperados. Podría haber sido mucho mejor, es cierto, pero para ello habría necesitado más salas, precisamente con las que no cuenta desde que la Fundación Cajamadrid echó el cierre con la crisis. Aunque si finalmente la condesa Thyssen hace las maletas y se lleva su colección, van a tener espacio de sobra para alquilar en el museo.

No obstante, sí que les tengo que decir que la dejé con un cierto regusto amargo. Aunque la muestra es claramente una celebración de ese momento cumbre de la pintura europea - que se lo digan sino a Tiziano, Veronés y Tintoretto -, no me acaba de cuadrar ese ".. y destrucción de la pintura" con que se cierra el subtítulo de la exposición y concluye su recorrido. Dicho así, da la impresión de que la aventura de la pintura veneciana acabó en fracaso, en callejón sin salida, al que le habría conducido su búsqueda sin freno de la expresividad basada en el color, dejando de un lado el dibujo.

Es cierto que el siglo XVII no fue una época de gloria para la pintura veneciana. Habría que esperar el siglo XVIII, con Gianbattista Tiepolo y los muchos vedutistas, para que surgieran figuras capaces de medirse con los grandes del pasado. Sin embargo, a pesar de este declive y a que el centro de la pintura se movería hacia Roma y su escuela internacional de pintores, la sombra de la pintura veneciana domina todo el siglo. Así lo demostrarían, por ejemplo, los viajes de Velazquez a Italia para rebañar lo que quedaba en los estudios de Tintoretto y Veronés, o las peleas entre las testas coronadas por hacerse con las colecciones italianas de los otros. El bobo de Felipe IV, por ejemplo, le vendió casi todos los Tizianos mitológicos que tenía a Carlos I de Inglaterra, y gracias a que a éste último le decapitaron, algunos de ellos volvieron a España tras compras en la subastas que liquidaron su colección.

Más importante aún, no obstante es que dos personalidades dominantes en la pintura del XVII, como Rubens y Velázquez, harían suya esa pincelada abocetada propia de los venecianos, junto con su confianza casi exclusiva en el color. De hecho, puede decirse que gracias a Rubens y sus discípulos, van Dyck y Jordaens, la lección de Tiziano se extendería por toda Europa, en conflicto y en armonía simultánea con el caravagismo. Por otra parte, tanto Rembrandt como Velazquez llevarían el uso de la mancha hasta sus límites estéticos, aquéllos que superados darían paso ya a otro tipo de pintura, la de los ismos que se inició en la década de 1870 y 1880. O dicho de otra manera que me es más grata. En el siglo XVII la pintura figurativa llegó a su cumbre. No se podía ir más allá y había que encontrar otros caminos.

Lorenzo Lotto
No obstante, la cuestión del eclipse de la pintura veneziana durante el siglo XVII sigue siendo incómoda, ya que justificaría, por sí sóla, esa muerte de la pintura de la que nos habla la exposición. Ese fin podría rastrearse incluso en la obra de algunos de los grandes maestros de esta escuela, como sería el caso de Tintoretto y su creciente tenebrismo, aunque en su caso esa etapa final se ve lastrada por su recurso al taller, o el problema interpretativo de la obra final de Tiziano.

En el caso de Tiziano, hacia 1560 su obra da un giro radical. De repente, su pintura pierde la luminosidad de antaño, se vuelve obscura y difícil de leer, mientras que sus colores amarillean, tornándose pardos y sucios. Por otra parte, casi ninguno de sus cuadros de ese periodo están acabados, ni siquiera los que entregaba a sus clientes, mientras que si tenemos que dar crédito al testimonio de los contemporáneos, el estudio de Tiziano era un inmenso almacén desordenado de cuadros a medio hacer o apenas esbozados. Obras abandonadas incluso durante años y decenios, a las que de repente el maestro volvía, añadía unos cuantos trazos, coloreaba alguna figura, para volver olvidarlas.

La pintura de esa época nos parece ahora, incluso tras tantas revoluciones estéticas, radical e iracunda, incluso desesperada. Casi como si Tiziano luchase con su arte y contra la muerte, frustrado por no poder ser capaz de plasmar por entero sus visiones estéticas, que sólo serían reconocidas como afines por un siglo XX también dado al desequilibrio y el exceso. Ésta sería la versión romántica - vanguardista - de la historia, pero frente a ella se puede proponer otra explicación. La de un artista anciano, que va perdiendo la visión y la apreciación de los colores, a quien comienzan a faltar las fuerzas y el trabajo continuado le agota, de manera sólo es capaz de pintar ya de esa manera. Sucia, taquigráfica, distorsionada, deslucida y desvaída.

No hay que pensar que estas versiones sean incompatibles, pero yo me inclinó más por la primera. A pesar de los estragos de la edad, no es extraño que un pintor anciano sufra un repentino rejuvenecimiento, como ocurrió con Monet, Matisse, Picasso o Goya, cuya obra quedaría incompleta sin la producción de senectud. Y es que se piense lo que se piense, esas obras finales de Tiziano siguen impresionando, porque se nota que fueron pintadas por alguien que seguía luchando, buscando crear  incluso hasta el día de su muerte, si hemos de dar crédito a  la leyenda.

Por eso, no por otra razón, se me hace imposible aceptar esa "muerte de la pintura" que nos propone esta exposición.

Agostino de Lodi


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