Como todos los domingos continúo mi con revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a Cousin, corto realizado en 1999 por el animador australianoAdam Elliot.
Adam Elliot es más conocido por el gran público por su mediometraje Harvey Krumpet, que ya comenté hace tiempo en la lista de Annecy, y por su largometraje posterior Mary and Max. En todos ellos, como es el caso de Cousin, Ellio aborda un mismo tema: la fragilidad del ser humano, expresada en una galería de personajes, cercanos y lejanos, para los cuales la enfermedad mental y la incapacidad física constituyen la realidad cotidiana de sus vidas, casi el rasgo que les caracteriza.
En otras circunstancias, piénsese sólo en el cine industrial de marca Hollywood, este núcleo temático serviría para crear un entretenimiento lacrimógeno, donde se manipularía sin escrúpulos la tragedia de esas personas disminuidas por la enfermedad física y mental. La obra de Elliot se libra de ese peligro, tantas veces querido y consentido, porque para este animador la experiencia de esas otras vidas es cercana y cotidiana, parte integral de su familia y de su modo de concebir y entender el mundo. Este conocimiento directo le evita caer en el sentimentalismo, puesto que le confiere una objetividad, una sinceridad, ausente en esos otros productos pensados sólo para ganar dinero a espuertas y un cerro de Oscars, no siempre en ese mismo orden.
Esta familiaridad y cercanía es particularmente visible en sus primeros cortos, cuyos títulos, Cousin, Uncle, Brother, señalan claramente a miembros de su propia familia afectados por la enfermedad en mayor o menor medida. La mirada de Elliot es por tanto la de alguien para quien esas excentricidades, esas anormalidades, han acabado por ser normales y naturales, de manera que no necesita subrayarlas ni exagerarlas, simplemente dar cuenta de ellas, como si se tratará de un informe médico, neutral, frío y objetivo, mediante el que se pudiera emitir un diagnóstico preciso.
Frialdad peligrosa, que podría haber malogrado los cortos, pero necesaria, y que no impode que en ellos se trasluzca un claro calor humano, una evidente solidaridad y hermandad en el sufrimiento. Elliot, como miembro de esa familia de disminuidos, sabe que su normalidad es una mera coincidencia, que sólo la casualidad ha impedido que el también figurase en ese catálogo de síndromes mentales. Además, la convivencia diaria con la excentricidad provoca que tras el muestrario de síntomas y deformaciones que componen su cortos, sea posible descubrir a seres humanos cuyos deseos y afanes son indistinguibles de los nuestros, más aún, cuya experiencia vital puede servirnos de lección y de ejemplo, aunque para qué o cómo no acabe de quedar claro, más allá de esa solidaridad en el sufrimiento y en las limitaciones de nuestros cuerpos a las que hacía referencia.
Por último en lo que respecta a la técnica, Elliot hace uso de la stop-motion en su vertiente de plastilina, quizás porque sólo así, mediante la blandura y flexibilidad de este material, puede transmitir la fragilidad y la provisionalidad de sus familiares y de él mismo, expresada en la amenaza constante de un giro en su enfermedad que les invalide definitivamente o les arroje a la muerte. Detalles y matices que serían imposibles de mostrar - con veracidad, digo - utilizando la perfección inmaculada de la 3D y los CGIs y que podrían explicar porque esas nuevas formas han sido incapaces de terminar con la stop-motion, a la que parecían destinadas a substituir, e incluso han motivado su reciente renacimiento.
No les entretengo más. Como siempre, les dejo aquí el corto, una obra menor, no completamente lograda, pero introducción necesaria de las obras mayores de Eliot.
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