miércoles, 15 de julio de 2009

Gnosis (y III)

Porque yo soy la primera y la última
La honrada y la escarnecida
La puta y la santa
La esposa y la virgen
La madre y la hija
Los miembros de mi madre
Soy una mujer estéril
Que ha tenido muchos hijos
He tenido muchos maridos
Pero no he tomado ningún esposo
Soy la comadrona
Y la que nunca ha ayudado a un nacimiento
Soy el alivio de mi propio dolor
La novia y el novio
Y mi esposo me concibió.
La madre de mi padre
Y la hermana de mi esposo
Y él es mi descendencia...
....

...Soy el conocimiento y la ignorancia
Tímida y audaz
Desvergonzada y pudorosa
Soy dura. Soy el terror
Soy la paz y la guerra.

Trueno, Nag Hammadi Codex VI

Hablaba en entradas anteriores de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, y hay quizás pocos textos como Trueno que expresen el problema y la dificultad que suponen esa colección de textos, es meteorito arqueológico que el azar y la causalidad han permitido llegar hasta nosotros.

El primer enigma es precisamente nuestro desconocimiento sobre quienes fueron las personas que compilaron y ocultaron esta biblioteca. Las pruebas circunstanciales permiten suponer que hacia finales del siglo IV, durante una campaña por implantar la "ortodoxia" en los monasterios coptos de Egipto, un grupo de monjes "heréticos" pusieron a salvo una colección de valiosos manuscritos y nunca volvieron a recuperarlos, lo cual coincide con el material de relleno utilizado en los códices que apunta a comunidades monásticas de esa época.

Hasta ahí la reconstrucción arqueológica.

Pero, como digo, nada nos dice sobre quienes fueron los que enterraron estos códices (los simpatizantes, los enemigos) ni, sobre todo, sobre quienes fueron los que los compilaron, los tradujeron y con que intenciones lo hicieron, lo cual no es un problema baladí, especialmente porque muchos, la gran mayoría los documentos sólo son conocidos por esta fuente y como mucho, se han establecido identificaciones tentativas con los libros heréticos citados bien por los cristianos ortodoxos (Ireneo, Tertuliano, Hipólito) o los filósofos neoplatónicos (Porfirio y Plotino), pero siempre de forma deformada y con vistas a demolerlos.

No obstante, ciertas tendencias parecen ser claras en esta recopilación gnóstica. Por una parte sus documentos se adscriben a pertenecer a dos de las corrientes principales del gnosticismo, la de Valentino, con su énfasis en atribuir la creación del mundo a un error de una de las potencias de la divinidad y la necesidad de escapar de él gracias a la iluminación concedida por la Gnósis, y la de los seguidores de Set, obsesionados con reescribir el Génesis para mostrarlo como concebido por las potencias del mal, en combate constante con los descendientes de Set, únicos que conseguirán librarse de la cárcel que creían ser el mundo. Una orientación ideológica que nos indica ya cierto interés por parte de los compiladores de la colección, reforzado porque ciertos documentos se repiten en ciertos códices, como si fueran extremadamente importantes (y estos a su vez aparecen en otros como el códice Tchacos o el de códice Gnóstico de Berlín).

Sin embargo, no hay que perder de vista que si hemos recuperado estos documentos es porque la comunidad que los enterró era esencialmente periférica, lejana a los centros de poder, donde se discutían y resolvían estas cuestiones de fe. Es decir, lo que estamos contemplando es una irradación, un reflejo de lo que estaba ocurriendo en ese instante, pero que puede estar completamente deformado y no corresponderse con el auténtico significado del gnosticismo, si es que este existía (aunque hay que decir para ser justos, que muchos de los documentos parecen coincidir con los nombrados, aunque sea de pasada por nuestras fuentes históricas).

Aún peor. Los documentos de los que disponemos son principalmente traducciones del Griego al Copto, sin que sepamos con certeza cual es la fidelidad. En el caso de aquellos documentos en los que existe más de una copia (bien en la propia biblioteca de Nag Hammadi o en otros códices), las diferencias entre versiones son abrumadoras, llegando a haber páginas enteras de diferencia y sin que sea posible dilucidar qué versión es la original o al menos preferible. La cuestión se complica cuando, como en el caso del códice VI, contamos con una colección de textos que no son estrictamente gnósticos (y ocuparía páginas enteras el averiguar porqué se decidió incluirlas) de lo cuales en varias ocasiones existe su correlato en griego, simplemente porque en unos casos tenemos traducciones donde el escritor no se enteró de lo que decía el original (como es el caso del fragmento de la República de Platón) o una versión que parece más fiel al original que la conservado, como es el caso del fragmento del Logos Teleios, conservado en el corpus latino de Textos Herméticos y que en comparación parece demasiado libre e imaginativo.

Problemas, problemas, como lo es cualquier intento de descubrir el significado del texto, voluntariamente presentado de forma críptica, para que sólo los iniciados, aquellos que habían recibido la iluminación pudiesen entenderlo, como es el caso del fragmento de Trueno que se nos presenta arriba, plagado de enigmas y contradicciones, que a nosotros nos parecen incompresibles, no ya solo por vivir alejados de la atmósfera del gnosticismo del siglo II, sino de todo el clima religioso egipcio de la época, que se filtra y contamina sus manifestaciones y que nos hace preguntarnos hasta que punto estos estos testimonios representan un gnosticismo puro.

Dificultades, sin sentidos, enigmas, misterios para siempre velados, pero de vez en cuando, como en este Trueno, fragmentos de arrebatadora poesía, que como relámpago en la noche, nos permiten vislumbrar paisajes desconocidos para nosotros.

Pero no por ello menos fascinantes.

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