miércoles, 22 de julio de 2009
Transitions (y II)
Había hablado en otra entrada anterior, de como las series que para mí son notables, especialmente por el modo en que son narradas sus historias, no suelen ser las apreciadas por el resto de los otakus, más pendientes de la diversión fácil y la gratificación fácil. Un punto de vista, el de buscar algo con el que pasar el rato, con el que no tengo nada en contra, al fin y al cabo, esta vida ya es lo suficientemente dura como para habitar siempre en las más altas alturas. No, lo que realmente me molesta es que esas preferencias acaban por convertirse en un ciclo de realimentación, en que el público pide cada vez menos y se le da cada vez menos, cerrando todas las vías a una posible evolución, transformación y mejora, por muy gafapastas, cursis y retrógradas puedan parecer ahora estas palabras, motivadas por que quizás aún me acuerdo que un canal cultural no consistía en programar documentales de animalitos a la hora de la siesta, sino uno en que se discutía de arte, literatura, política e historia a todas horas.
Negras perspectivas, comentaba entonces, para el anime.
Y sin embargo, todos los años digo lo mismo, y todos los años tengo que retirar mis palabras. Éste parecía el definitivo, en la temporada de primavera apenas había habido sorpresas, Madhouse parecía desaparecido, Bones tras la debacle de Bounen no Xamdo había embarrancado en su propia pericia técnica, KyoAni con K-ON y Clannad se dedicaba a vivir de las rentas, etc, etc...
Y sin embargo este verano ha empezado con ganas, con series distintas, más allá del complejo moe/kawai dirigido a los otakus. Por un lado ha vuelto Spice & Wolf, y con ella, dos personajes principales que parecen salidos de una screwball comedy de los 40. Por otro tenemos a Bones, dinamitando el género de catástrofes y convirtiéndolo en drama intimista con Tokyo Magnitude 8.0. Sin olvidar los amores adolescentes de Aoi Hana, enmarcados en un mundo pintado a la acuarela o la locura visual de un estudio desconocido como P.A. Works, que ya sorprendiera el año pasado con True Tears y que ahora hace lo propio con Canaan.
Sólo falta Madhouse, pero a cambio tenemos a Shaft y a su jeje Shimbou Akiyuki, completamente desmadrados en Bakemonogatari, como muestra la secuencia del principio.
Demostrando, por enésima vez que no importa el tema, sino como lo cuentas y que la pantalla es como el papel en blanco, un espacio vacío donde nada está determinado y todo está permitido.
Dejando al resto de los estudios a la altura del betún, puesto que no se atreven a esas audacias, temerosos de perder su público, más en estos tiempos de crisis.
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