martes, 30 de junio de 2009

Gnosis (y II)

Un usurero poseía una viña y la alquiló a unos aparceros, para que pudieran trabajarla y él pudiera recaudar el producto. Él envió a un criado para que los aparceros entregaran al criado el producto de la viña. Ellos le atraparon, le golpearon y casi le mataron, y el sirviente volvió y lo contó a su amo. Su amo dijo: Quizás no le conocían. Envió a otro criado e igual le golpearon. Entonces el amo envió a su propio hijo, diciendo: Quizás tengan más respeto ante mi hijo. Puesto que los aparceros sabían que eran el heredero de la viña, le agarraron y le mataron. Quien tenga oídos para oír que oiga.

Evangelio de Tomás, Biblioteca Gnóstica de Nag Hammadi.

Había dejado esta serie de entradas algo abandonada. Tiempo es de recuperarlas.

El caso es que hace no muchos años hubo un congreso de arqueólogos e historiadores sobre la Gnósis de primeros tiempos del cristianismo, en el cual se propuso el abandono de ese término para definir ese fenómeno. Una decisión tan radical tenía su origen en que había demasiadas gnósis, demasiados gnosticismos. En primer lugar el constructo teórico creado por los estudiosos del fenómeno durante los siglos XIX y XX. Luego estaba el neognosticismos de la edad moderna europea, con sus orígenes renacentistas y sus ramificaciones hasta nuestros días. Sin olvidar claro esta, la imagen que los padres de la iglesia nos habían transmitido de esas herejías abominables, al menos para ellos.

Visiones muchas veces contrapuestas y contradictorias, a las que había que añadir una cuarta, lo que los propios "gnósticos" habían escrito y que había llegado hasta nuestros días por una cadena de afortunadas casualidades, no siendo la menor de ellas su propio descubrimiento.

Visto, podríamos decir que la cuestión está resuelta. Dejemos de un lado los constructos teóricos, las visiones interesadas, las fabulaciones a posteriori y bebamos directamente de las fuentes. Algo muy sencillo, si no fuera porque la Biblioteca de Nag Hammadi es todo menos un corpus ordenado y coherente. Muchos de los tratados contradicen a otros, lo que se cuenta en uno no tiene reflejo en otros, ni tampoco es refutado, mientras que de algunos documentos se nos escapa la razón y el motivo por el que fueron conservados, al no coincidir ni aproximarse a las ideas gnósticas.

Entre esos documentos inesperados, el más fascinante y el más polémico es el llamado Evangelio de Tomás, conservado en traducción copta, pero del cual se han encontrado algunos folios del original griego en el antiguo basurero de Oxyrrincho. No es el único evangelio que puede leerse en la colección, pero la mayoría de ellos son tratados de teología gnóstica donde la aparición de Jesús, los apóstoles u otros personajes bíblicos es un intento de dar un mayor peso teológico a lo allí contado, de forma que no se queden en unas meras disquisiciones teológicas sino que tome la forma de la palabra revelada (no hay que sorprenderse mucho del método, el propio libro bíblico de Daniel, que aparenta haber sido escrito en el siglo V a.C, fue redactado en el siglo II a.C, siendo sus profecías no otra cosa que relatos distorsionados de la actualidad política de ese instante).

Sin embargo el evangelio de Tomas es distinto. Muy distinto. Aparte de estar exento de los conceptos gnósticos, esa concepción del mundo como ilusión, creado por un demiurgo más o menos malvado, y descrito como cárcel de espíritus caídos de las alturas, suena demasiado familiar, demasiado conocido, especialmente para aquellos que hayan leído la biblia. Ese efecto no es una ilusión, ocurre ni más ni menos que la mayor parte de su contenido tiene un correlato, a veces exacto, en pasajes conocidos de los evangelios, especialmente los sinópticos, es decir, Mateo, Marcos y Lucas.

Es aquí donde conviene hacer una parada. La teoría más extendida sobre la redacción de los evangelios, esa que los coloca más o menos entre el año 60 y 80 con Marcos cerca del límite inferior y Lucas en en el límite superior de la banda, nos dice también que Mateo y Lucas copian a Marcos, adaptando su material al público lector y al momento histórico. Así por ejemplo Lucas que está orientado a un público griego no palestino, lima todo el sentimiento antirromano e independentista que es patente en Marcos y Mateo.

Sin embargo, la historia no acaba aquí. Aparte de copiar a Marcos, Mateo y Lucas comparten una buena cantidad de material que no tiene correlación en Marcos, lo cual ha llevado a formular la hipótesis de que existiera una fuente más, supuestamente perdida, y anterior a ambos que se suele llamar comúnmente Q, y de la cual existen varias reconstrucciones posibles, más o menos fiables.

Es aquí donde salta la sorpresa y la alarma. Como he dicho Tomas tiene grandes semejanzas con los sinópticos, lo cual ya es llamativo, pero lo es aún más que ese material común es, casi en su totalidad el de la supuesta fuente Q, lo cual ha llevado a que algunos aventuren que Tomas es Q, proclamando lo que sería el hallazgo del eslabón perdido en la composición de los evangelios.

Ahora bien, lo que casi nadie niega es que Tomas es uno de los documentos más antiguos de la colección de Nag Hammadi y que con completa seguridad proviene del siglo I. Sin embargo. esto no quiere decir que fuera la fuente Q, podría ser un refundición de los evangelios sinópticos, o simplemente otra tradición evangélica que quedo abortada, sin ser aceptada en el canon, al contrario de el evangelio de Juan, tan distinto de los sinópticos y casi podría decirse que protognóstico.

Sin embargo, aún quedan más sorpresas, que nos explican porqué este evangelio apócrifo, tan cercano en apariencia a los sinópticos no fue admitido en el canon.

En primer lugar, su autor se nos presenta como Thomas Dydimos, dos palabras que no son nombres propios, sino que en arameo y griego significan la misma cosa, gemelo, refiriéndose a la antigua tradición paleocristiana según la cual Jesús tuvo hermanos y uno de ellos era, ni más ni menos, un gemelo suyo, este Thomas Dydimos, su dopplegänger terrenal, al igual que el lo era divino.

Y no es menos sorprendente lo diferente que es la visión de Jesús que se ofrece aquí con respecto a la de los evangelios. En este texto, no se hace referencia a la muerte y resurrección de Jesús, ni por supuesto a su divinidad, ni tampoco se nos narran anécdotas y acontecimientos de su vida, sino que se describe como un hombre más, un maestro de justicia cuyos dichos, recogidos y ordenados en el texto, deben servirnos de guía y referencia.

No es de extrañar, por tanto, que en una iglesia empeñada en exaltar el aspecto divino de Jesús, el Evangelio de Tomas, con su Cristo demasiado humano, se cayera inevitablemente del canon.

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