On-gaku (Música, en traducción literar, Our Sound en su título inglés, 2020) de Kenji Iwaisawa es, en mi opinión, el mejor film de anime de 2020. Ya sé que eso no dice mucho, en un año que no ha destacado por la calidad de sus animes, así que subiré la apuesta y les diré que es de los mejores de la década. Tengo que confesarles que me habría pasado desapercibido, sino fuera porque figuraba en la lista de mejores películas de animación confeccionada por Alex Dudok deWit -no confundir con Michaël, el inmenso director y animador holandés-. Ahora bien, ¿por qué me parece tan importante? Vayamos por partes.
En primer lugar, no se trata de un anime al uso, ni siquiera de una película que apele al género de héroes y aventuras que, en los últimos años, parece haberse convertido en el único válido. Su anécdota es mínima, casi intrascendente. Un grupo de estudiantes, con fama de pendencieros, forma un conjunto musical, cuyo único rasgo caraterístico es tocar mal. Y cuando digo mal, digo no ir más allá de repetir la misma nota de manera continua. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de ese detalle. Ni ellos mismos, ni sus oyentes, sólo nosotros, los espectadores. La historia parecería derivar hacia la comedia -o incluso hacia la historia de superación- pero como nada se subraya o se fuerza, no llega jamás a serlo.
En realidad, ese grupo de peligrosos gamberros no es tal, son sólo unos excéntricos que, por alguna razón desconocida, se han granjeado esa fama, mientras que en realidad pasan sus días sin hacer algo de provecho. Se podría hablar, incluso, de angustia existencial, ya que se limitan a recorrer un mismo círculo de actividades estereotipadas, sin provecho ni recompensa, pero ellos no son conscientes de esa circunstancia. De hecho, ese hastío, esa desgana, se contagia al propio tempo de la película, que adopta una cadencia lenta, lentísima -al menos para los usos actuales-, en donde la cámara jamás se despega de los personajes, aunque a su alrededor tengan lugar acontecimientos dramáticos. Véase, por ejemplo, la secuencia que abre esta entrada.
¿Aburrida, entonces? Todo lo contrario. Ya saben que cualquier tema es digno de ser tratado, por muy banal o anodino que sea, lo que importa es el talento en narrarlo. Esto es precisamente lo que ocurre con este filme, que al adoptar un punto de vista muy concreto -y mantenerlo con rigor encomiable- consigue que esta historia nos interese. Ayudado, además, por un diseño de personajes muy personal, alejado de ese conjunto de reglas esterotipadas -fáciles de copiar, pero sin originalidad- que se asocia con el manga/anime, a lo que se unen unos fondos que evitan el fotorrealismo, para volver a ese estilo acuarelista tan propio de los animes con solera y tan caro a los viejos aficionados.
Todo esto torna a On-gaku en una excepción, un auténtico OVNI, en el panorama del anime actual. No sólo por lo dicho, sino porque esta película se haya cerca de las variantes de vanguardia/independientes que abundan en los festivales de animación. Si no fuera por su idioma y por sus referencias culturales, podría confundirse con una obra de animación occidental. No de las comerciales basadas en la 3D - el estilo único de nuestro presente-, sino de esa animación minoritaria, consciente de sí misma, de sus recursos y de su historia, que busca exprimir los recursos de expresión tradicionales al máximo, aunque sea con las técnicas modernas.
No es una exageración. El metraje de On-gaku abunda en secciones de lucimiento en los que se abandona todo a la música y a la imagen. Son auténticos cortometrajes que podrían extraerse de la película para disfrutarse por separado, pero que no son pegotes en la narración, sino que le sirven de contrapunto, avance y conclusión dramática. En ellos, el estilo se hace protagonista, mejor dicho, el movimiento, la línea y el color pasan a primer plano, en demostración magnífica de que la animación no necesita de base argumental para ser válida. La basta con la forma y la estética, con constituirse en experiencia sensorial donde la música es su aliada.
En resumen, una película única que merecería ser más conocida de los que es. Pero ya saben en qué mundo vivimos.
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