No la de cualquier huérfano, sino un caso muy concreto y difícil de tratar: el de los huérfanos que no lo son de nacimiento, sino que llegan a él cuando ya pueden tener consciencia de su estado y, además, lo han hecho de forma traumática. Se trata de niños que han sufrido, por tanto, daños psicológicos graves, dado que provienen de hogares destrozados -por las drogas, los violencia doméstica o la delincuencia- o que han sufrido maltratos a manos de sus progenitores. Su forma de contemplar el mundo es la de una extrema desconfianza, desengaño y falta de esperanza, que puede expresarse en forma de ensimismamiento -autismo inducido- o de violencia ilógica contra todo y contra todos. Síntomas agravados, además, por una idea desoladora, imposible de apartar a medida que los días de acogida se acumulan: la certeza de que nadie habrá de adoptarlos como hijos, dada su edad y sus circunstancias.
Adaptar esta realidad a una película, sea o no de animación, es muy delicado. No sólo por sus implicaciones, sino por los peligros evidentes que se corre en su tratamiento. El principal es el de la sensiblería de tipo hollywoodiense, que busque la lágrima fácil por parte del espectador, además de reducirlo a una superficialidad maniquea, donde todo quede solucionado con eliminar a los malos. En ese sentido, Ma vie de Courgette es una película ejemplar al evitar cualquier tipo de subrayado. Los elementos más truculentos, como podían ser los malos tratos, suceden o han sucedido fuera de cuadro, para centrarse en la soledad paralizante que atenaza a los huérfanos protagonistas.
Es ese microcosmos de los niños, con sus difíciles relaciones personales y estructuras informales de poder, el que la película va a describir en detalle, con comprensión y humanidad. Un detalle que se conjuga con un ritmo lento y unos recursos casi minimalistas, tanto en la animación como en la banda sonora, apenas compuesta por breves citas pasajeras. Como les anticipaba, la situación personal de estos huérfanos es tan dura, tan irresoluble en apariencia, que no hace falta ningún subrayado. Lo que se necesita es sutileza, talento para describir con fineza los gestos cotidianos, las pequeñas felicidades que pueden parecernos nimias, pero que para estos niños son esenciales para continuar en marcha.
Y esto la película lo da con creces. Motivo suficiente para justificar el rango merecido que ha alcanzado.
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