Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Lavatory-Lovestory (Historia de amor en el servicio, sería una traducción bastante torpe) , corto dirigido en 2008 por el animador ruso Konstantin Bronzit
Ya les he comentado en otras ocasiones la catástrofe sin paliativos que supuso la caída del comunismo para la animación del antiguo bloque soviético. Si esta forma ha sobrevivido allí como arte, sin quedar restringida a productos comerciales destinados al público infantil, hay que agradecérselo a una larga serie de héroes, supervivientes y francotiradores. Sin olvidar, por supuesto, a tantos y tantos otros cuyas carreras se han visto frustradas, truncadas o pospuestas indefinidamente, sin importar su fama internacional o su altura artística. Ejemplos egregios de estos desaparecidos serían el de Yuri Norstein, sin estrenar una obra desde los años 80, o el de Alexander Petrov, desaparecido desde hace ya una década.
Entre esos supervivientes se halla Konstantin Bronzit. En la década de los 90, este animador se granjeó fama mundial gracias a Au bout du monde (En el fin del mundo. 1998), que durante varios años fue presencia obligada en todos los festivales que se preciasen. En aquella ocasión Bronzit tomaba una premisa absurda, la de un puesto fronterizo en precario equilibrio sobre la cima de una montaña, para desarrollarla hasta sus últimas consecuencias. El corto se convertía así en una demostración, otra más, de la capacidad de la animación para narrar y construir sobre argumentos mínimos, alcanzando logros vedados a la imagen tradicional. Con el añadido, además, de hacerlo sin proferir una sola palabra, como si el cine hablado nunca hubiese sido inventado y viviésemos aún en tiempos del mudo. No como copia o remedo de un estilo ya casi centenario, sino como evolución lógica del mismo.
Lavatory-Lovestory continúa en esa misma línea. Su base argumental es mínima, tanto que podría resumirse en un par de líneas. Su estilo de dibujo es voluntariamente minimalista, construido con unas pocas líneas, además de renunciar al color, como si el ordenador, la 3D y los CGIs nunca hubieran sido inventados. Añádase a esto la ausencia de la voz, aunque no del sonido, de forma que la historia debe recurrir a la pantomima, la alusión y la metáfora para ser contada. Estas limitaciones podrían suponer obstáculos insuperables para cualquiera, pero no para un animador con talento. De hecho, en el caso de este corto, se revelan escalones necesarios para ascender.
¿A dónde?, pueden preguntarse. Por poner un ejemplo, es habitual acusar a la animación de inexpresividad, de ser incapaz de igualar los matices interpretativos de un actor de carne y hueso. Este lastre sólo podría ser eliminado mediante dos estrategias excluyentes e igual de embarazosas. Por un lado, evitar que el personaje permanezca mucho tiempo en el plano, para que no se haga demasiado evidente su rigidez; por otro, obligarlo a interpretar de manera exagerada, de manera que sus aspavientos corporales suplan las carencias de un rostro reducido a un par de líneas.
Ninguna de estas soluciones parciales e insatisfactorias es seguida por Bronzit. Muy al contrario. Él acepta el reto y busca que sus personajes se expresen con el mínimo de recursos, con sutiles variaciones en la línea de la boca o la caída de los ojos. Las mismas estrategias que el cómic, estático por naturaleza, utiliza para transmitir los múltiples estados anímicos de sus personajes y que aquí, en un arte hermana, se revelan igualmente válidas.
No les entretengo más. Como siempre les dejo aquí el corto, para que lo disfruten. Puede que no sea una obra maestra, pero sí es un magnífico ejemplo de lo mucho que se puede decir con la animación. Con pocas o ninguna palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario