Viendo Matka Joanna od Aniołów (Madre Juana de los Ángeles), película dirigida en 1961 por Jerzy Kawalerowicz, no podía dejar pensar en otra obra anterior. En concreto, el Vredens Dag (Dies Irae) que Carl Theodor Dreyer dirigió en 1943. No por las implicaciones políticas de ambas películas, creaciones en tiempo de totalitarismo, sino porque dos directores, en principio escépticos ante la religión y lo sobrenatural, habían creado paradójicamente historias en donde estos fenómenos del más allá terminaban por parecer reales. Tan sólidos, tan poderosos e influyentes, como el mundo sensible que habitaban los personajes, como las estructuras sociales que dictaban su comportamiento y su destino.
En Dies Irae, la brujería termina siendo una realidad palpable. No porque las brujas o los hechizos realmente existan, sino porque todos los personajes, víctimas y verdugos creen en ella. La realidad, por tanto, es interpretada de acuerdo a esos parámetros, determinando su conducta, sus reacciones, incluso su bando, como bien ocurre en su desconcertante final. Lo mismo acontece en Matka Joanna od Aniołów, puesto tanto la monja supuestamente poseída por los demonios como el propio exorcista que viene a salvarla creen con tanta fe, casi mayor que la que profesan a Dios, en el demonio y sus artes, que la propia realidad se ve distorsionada por esas certezas. Contaminando incluso la percepción del propio espectador, quien experimenta sus mismas alucinaciones, sin que se le conceda asidero externo que permita romper el ensueño.
Por supuesto, esta estrategia podía interpretarse como medio para desenmascarar la religión, caso de Kawalerowicz, o el fanatismo y la intolerancia, caso de Dreyer. Cierto en ambos casos, pero no lo es menos que ambos, e Ingmar Bergmann con ellos, son descreídos que han construido películas de profunda ascendencia espiritual. No porque busquen demostrar el cristianismo en alguna de sus variantes, sino porque no tienen miedo a debatir cuestiones teológicas. O mejor dicho, a plantear, plantearse y plantearnos preguntas existenciales que quedan sin respuesta, fuera del silencio y enigma sobre el que se sustenta, precisamente, su escepticismo, su agnosticismo, incluso su ateísmo.
Enigmas sin resolver, pero sólo porque no parece haber nadie más allá que pueda escucharnos, mucho menos dirigirnos la palabra. Respuestas inexistentes porque las reales, las ciertas, las de este mundo, no responden a nuestros ideales, ni a los frágiles edificios que sobre ellos hemos construido. Laberintos que sólo existen en nuestra cabeza y de los que sólo la acción extrema, desaforada y espantosa, puede conducirnos a su salida, como ocurre en la historia narrada por Kawarelowicz. Donde el más profundo amor, apenas expresado, apenas confeso, siempre negado y reprimido, sólo puede plasmarse mediante medios violentos, que niegan su esencia y su sentido, pero que lo hacen patente ante el mundo.
Paradoja sobre paradoja. Amor que, en su realización, no vacila ante el mayor de los crímenes. Como bien conviene a un mundo donde la violencia, la mentira, el engaño, la humillación y el sometimiento campan a sus anchas. Donde ellos son más naturales, más cercanos, más comunes, incluso más humanos, que cualquier sentimiento de bondad.
Porque quizás, como se insinúa en el diálogo central de Matka Joanna od Aniołów, ha sido el diablo quien ha creado este mundo y son sus leyes las que lo rigen.
Única explicación que queda a que él siempre venza, a que se cebe en los débiles.
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