viernes, 28 de diciembre de 2012

The Cliff




 En cierta manera, todo lo que puedo decir del Koyaanisqatsi de Godfrey Reggio, lo dije hace casi una década en un artículo escrito para la extinta revista Tren de Sombras, que aún se puede leer aquí. Ahora que la he visto en (casi) toda su gloria, gracias a al Blue Ray editado por Criterion, tengo que decirles que mis pensamientos siguen dando vuelta a mis ideas o percepciones de entonces, independientemente de lo equivocadas o acertadas que estuvieran, de lo apresuradas o meditadas que fueran.

Lo que si ha sido un descubrimiento - aunque creo que ya lo vi en su momento - ha sido el pequeño documental que acompaña a la película, en el que Reggio  - y Glass - hablan todo lo que su película calla, porque esta locuacidad del director de Kooya es lo precisamente lo que llama la atención en ese documental. Reggio es ante todo un ideologo, una persona con un ideario político perfectamente definido que le lleva a actuar sobre la sociedad el mundo - lo que en inglés se conoce como activista - pero que en esta ocasión decidió que las imágenes hablasen por si solas y contasen su propia historia, si es que tenían alguna.

La película, por ese silencio se revela como esencialmente ambigua, a pesar de que el ideario de Reggio sea perfectamente claro, revelado apenas en los letreros que la concluyen. Esa ambigüedad hace que, en las propias palabras de Reggio, la cinta pueda parecer tanto un alegato ecologista - que lo es y mucho - como una loa a la tecnología, colisión de opuesto que es tolerada y promovida por el propio director. Por utilizar las propias palabras del director, su objetivo no es realizar una crítica a la sociedad occidental - que de nuevo lo es y mucho - sino mostrar sin géneros de dudas el cambio fundamental que el mundo ha experimientado durante el siglo XX. Un cambio que no aparece en los títulares de los periódicos, los cuales se limitan a comentar lo efímero, pero que es tan decisivo en la historia de la humanidad como pudo haberlo sido el invento de la agricultura, tras el final de la última glaciación.

Se trata simplemente, de que los hombres ya no vivimos en un ambiente natural sino en uno completamente artificial. Un nuevo espacio donde los ciclos ya no son los del sol y la luna, el día y la noche, la lluvia y la sequía, el transcurrir de las estaciones, sino los marcados por el reloj, las necesidades laborales, las vicisitudes económicas. Una nueva vida en la que los hombres - otra vez  en las palabras de Reggio - no usamos la tecnología, como un labrador medieval podría utilizar su arado, sino que vivimos la tecnología, convertida en nuestro simbionte - o parásito - sin la cual no concebimos ya nuestra existencia y que si se nos retirase, inmediatamente provocaría nuestra muerte.




 Reggio narra este salto cualitativo, este abismo que nos separa de nuestros antepasados de apenas hace cien años, con una serie de metáforas visuales a cada cual más potente - reforzadas por la fotografía de Fricle y la música Glass - que realizan una comparación continua entre el paísaje natural y el artificial, los ritmos naturales y los humanos. El resultado es que esta nueva forma de vida, creada por los humanos, acaba por asumir una existencia propia, independiente de los seres cuya vida se ajusta a ella, creando su propio orden, su propia racionalidad, su propia justificación para perpetuarse, en la cual los seres individuales, esas hormigas sin las cuales no existiría el hormiguero, dejan de tener importancia o valor alguno, fuera de ser piezas del inmenso engranaje que mantiene en marcha el mundo.





 Un brave new world artificial, creado por los hombres para situarse al abrigo de los caprichos del orden natural, que al final acaba tornándose tan inexorable, tan implacable, tan despiadado, como ese estado salvaje del que se pretendía defensa, y donde el individuo acaba siendo destrozado, aniquilado, por los mecanismos de ese mundo en que la máquina es rey, mientras que el hombre ha devenido su esclavo






Y ese - y no otro - es el mundo en desequilibrio en que hemos sido condenados a vivir, el mundo que creemos gobernar y dirigir, mentiras conveniente que la gran recesión actual - no merece ya otro nombre - ha venido a hacer trizas, a derribar sin posibilidad de reconstrucción, excepto para aquellos que continúan la fiesta como si nada hubiera ocurrido.

2 comentarios:

elzo dijo...

Casualmente hace un par de días vi Samsara de Ron Frickle, a la sazón montador de Koyaanisqatsi. Alcanza por momentos altas cotas estéticas pero para mí no tiene ni de lejos la profundidad de esta obra. Al menos para mí se queda en eso, en una revista de National Geographic pasada a cine.

David Flórez dijo...

No he visto aún Samsara, así que por ahora no comentaré nada de ella. Sí que puedo decir que Reggio no hace más que acumular elogios sobre Fricke, en especial que tenía la capacidad de traducir en imágenes las ideas que se le ocurrían a Reggio.

Por lo que cuentas puede ser que el talento de Fricke se reduza a eso, a traducir abstraciones en concrecciones, lo cual no es poco, pero que sin una guía -y una concepción - firme como la de Reggio, el resultado acaba por ser intrascedente.