Pierre Laval, Paisaje de Martinica |
La exposición Gaugin y el viaje a lo exótico que se puede visitar en la Thyssen Madrileña parte de un equívoco evidente hasta para los visitantes menos instruidos. El problema es el de siempre: ¿Cómo atraer al público en general con un señuelo que atraiga multitudes? La solución: utiliza a los impresionistas o a la trinidad que rompió con ellos - Gaugin, Van Gogh, Cezanne - pero que en la mente del público está clasificados en la misma casilla. Así ocurre que el visitante cree que va a ver una monográfica del artista que huyó a Tahiti en busca de un mundo aún inocente, sin contaminar por el progreso, y se encuentra con algo muy distinto... lo que puede explicar el inusual descenso de visitantes tras las primeras semanas.
Lo curioso es que la exposición es más que notable, siendo su mayor defecto el nombre publicitario que se ha elegido. De hecho, las obras allí expuestas servirían perfectamente para ilustrar dos temas principales, uno histórico, otro estético, de importancia pareja. Por un lado, la exposición podría servir parqa trazar el modo en que los orientalismos del siglo XIX, la representación de un Oriente exótico y mágico, anclado en el pasado, se perpetúo en el imaginario de las vanguardias, habitante, nos guste o no, en el que todo país europeo se soñaba potencia imperialistas, con todo tipo de colonias a las que dominar y explotar... a cambio, por supuesto, de hacerles gozar de los beneficios de la civilización, la ciencia y el progreso.
Por otra parte, la exposición sirve de recordatorio de una de las corrientes de la vanguardia, aquella que entre 1890 y 1910 dio origen y formuló al complejo de movimientos conocidos como Expresionismo, los cuales buscan representar el mundo tal y como el artista lo siente en ese momento, y no como lo ve, provocando una distorsión y una disociación entre la realidad y lo representado tan crucial, tan renovadora y revolucionario, como el representado por la geometrización de la naturaleza que llevará de Cezanne al Cubismo... y de ahí a la abstracción, destino compartido y alcanzado por ambas vías, aun cuando sus motivos y presupuestos no pudieran ser más más opuestos.
Emile Nolde, Nativa |
En el grupo de artistas representados en esta muestra - Gaugin y todos los pintores en los que se "inspiró", los Fauves y los Naif, el die Brücke alemán, el trio de Macke, Mark y Klee, del que sólo sobreviviría Klee para marcar el arte de entreguerras - los dos elementos antes citados, exotismo/orientalismo y expresionismo se mezclan de muy diversas maneras. Es evidente, como ocurrió con toda la vanguardia, que el deseo de romper con el arte académico del siglo XIX les llevó a huir de una Europa que consideraban encarcelada en su propia gloria, buscando nuevas formas de inspiración en otros países lejanos, que no hubieran sido tocados aún por la mano del progreso, como ocurriera con los cubistas y el arte africano.
Esta rebelión, esta huida hacia otros mundos donde Europa no estuviera presente, estaba desgraciadamente abocada al fracaso. En la época en que se producen estos viajes iniciáticos a los desconocido, el mundo está ya lo suficientemente interconectado - globalizado, podríamos decir - como para que puedan realizarse sin romper los lazos con el entorno cultural de partida, algo que para estos pintores vagabundos era esencial si querían que su obra tuviera repercusión e impacto en la cultura de su tiempo. Esta facilidad de movimiento - pensemos en Verne y su vuelta al mundo en 80 días - significaba que Europa y su efecto deletereo estaban ya presente en cualquier destino que un viajero pudiera alcanzar con seguridad, para él y para sus vínculos con la Europa de origen.
Los nativos - por utilizar la palabra de época - no eran ya los orgullosos indígenas que los primeros exploradores habían descubierto y cuyo relato había hecho soñar a más de un adolescente europeo, entonces y hasta fechas tan tardías como los años 70 del siglo XX. Su modo de vida había sido abolido en demasiadas ocasiones, substituido por los organismos del colonialismo occidental, mientras que su cultura había sucumbido al doble embate del misionero y del tratante de esclavos o, en su versión más civilizada, por el del industrial europeo. Nada quedaba ya del sueño, por tanto, y el viajero tenía que hacer frente a un mundo caracterizado por bien la hibridación, en la que los habitantes originales intentaban sobrevivir como seres anfibios entre el pasado tribal y el presente occidental, o la copia falsa y paródica de un pasado ideal que todo turismo construye y comercializa.
En este sentido, el caso de Gaugin es paradigmático, ya que en pocas ocasiones queda tan claro la amargura y el desengaño que produce ver destruidos los sueños largo tiempo acariciados. Pero por otra parte, también es paradigmático a la hora de mostrar la reacción de estos artistas, puesto que a pesar de este fracaso, de esta desilusión, el hecho de tener que afrontar un mundo cuyas reglas, cuyo escenario, eran completamente distintos al suyo de origen, les llevaba a renovar, a revolucionar, su propio arte, mostrándoles caminos que en la Europa de origen les hubieran parecido poco menos que imposible.
Algo que los artistas viajeros de todos los tiempos siempre han buscado y pretendido, para lo cual la expatriación es uno de los mejores medios que existen.
August Macke, Acuarela Tunecina |
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