jueves, 4 de octubre de 2012

Courtly Love















Utakoi (Choyaku Hyakuninissu: Utakoi) es una pequeña delicia.

No es una obra maestra, ni siquiera una gran obra, ya que su animación es bastante convencional y mecánica, incluso abundante en errores, que no sólo se limitan al estatismo de los movimientos, habitual y disculpable en el anime, sino que se extienden al propio dibujo, torpe y desmañado en más de una ocasión. Sin embargo, comparte una gran virtud con una serie como Aoi Bungaku - esta sí una obra maestra, de las últimas de la edad de plata de Madhouse - especialmente extraña en un medio como el anime dedicado exclusivamente a satisfacer los apetitos más bajos de los otakus.

Lo que Uta Koi y Aoi Bungaku comparte es su interés por hacer accesible la literatura del pasado a un público que lo desconoce o que en principio puede considerar esas obras como antiguallas sin ningún interés ni validez en el presente. Esta labor de difusión - educativa, podríamos decir, si no fuera por el caracter negativo de ese adjetivo, que trae a la mente imágenes de clases repletas de alumnos somnolientos - se consigue mediante una traición esencial al contenido, que al mismo tiempo se revela como una obra de amor casi perfecta, dicho así, en completa y absoluta exageración.

Aoi Bungaku, de la que ya hablé largo y tendido en otra ocasión y de la que volveré hablar, permitía adentrarse en la literatura japonesa de finales del XIX y del siglo XX, sometiéndola a una turmix postmoderna, en la que los temas originales eran reinterpretados y metamorfoseados, sin que llegasen a ser irreconocibles. Un envoltorio atractivo que no sólo permitía despertar el interés por las obras originales y sus autores, sino que además permitía el lucimiento de los animadores, al otorgarles la libertad creativa que las normas de la industria, oriental y occidental, les niegan muy a menudo.

En Utakoi, basada en la famosa compliacion de poesía clásica japonesa de siglo X que al otaku le resulta conocida por la serie Chihayafuru, ese efecto de actualización se consigue tejiendo una serie de historias de amor sobre los poemas y sus comentarios contemporáneos. Estas narraciones son bastante libérrimas, sin conexión con los personajes reales o lo que la tradición nos ha legado de ellos, pero dado el inmenso lapso temporal, de más de un milenio, que nos separá de ellos y que los pocos datos seguros en los que podemos confiar se reducen en muchas ocasiones a su nombre, sus fechas de nacimiento y muerte y su papel en la corta, esta reescritura de los mitos se puede considerar una versión más de las muchas que los poetas japoneses, a lo largo de la historia de esa literatura, han realizado sobre esos temas fundacionales.

Tan valida y tan valiosa como cualquiera de las anteriores.

Porque en este esfuerzo de actualización, de hacer comprensibles y presentes las historias de amor, generalmente trágicas, de unos hombres y mujeres muertos hace un espacio de tiempo inimaginable, se consigue ese extraño milagro, el de abolir el tiempo y sus fronteras, destruir esa ilusión tan cara y tan resistente que nos hace creer ser esencialmente distintos y mejores de todos aquellos que nos han antecedido, cuando en realidas nuestros anhelos y miserias, nuestras penas y alegrías siguen siendo las mismas.

Y no sólo son estos hombres y mujeres los que vuelven a la vida, sino la literatura que escribieron, aquella cuya creación fue para ellos más importante que sus propias vidas, y que de este manera parece como si se hubiera escrito ayer mismo, expresamente para nosotros y nuestros afanes.

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