Con demasiada frecuencia hablamos de la esencia de un país. Decimos, éste es un páís árabe, éste es un país musulman, esto es así así o asao, siempre lo ha sido, siempre lo será, no puede cambiar.
Confundimos a las ideas con las personas que las portan... sin darnos cuenta que si las personas desaparecen, las ideas se desvanecerán sin dejar rastro, que basta una conquista, un movimiento de población, una catástrofe natural, o la simple alternancia entre generaciones, para que la esencia de un país se desvaneza.
Así ocurre con Siria. Podemos hablar de país arabe, como grupo étnico, y de país musulman, como identidad cultural, pero cualquier paseo, si se está suficientement atento, nos descubrirá, para nuestras sorpresa, a personas cuyo tipo sería más propio de Rusia o de Escandinavia, y, si se escarba un pocos más, descubriremos que Siria coexisten, por llamarlo de alguna manera, ambas corrientes del Islam, alternando entre la indiferencia origullosa y el odio homicida, como el la guerra civil larvada de los años '80, y que ambos grupos se enfrentan y se oponen a las diferentes confesiones cristianas, armenios, monofisitas, ortodoxosos, que se siente orgullosos de lo que son, viven en barrios separados, no se mezclan con los otros, y casi se podría decir que los desprecian.
Y si se mira a la historia, no es menos complicado descubrir una supuesta "esencia siria", reinos sirios, egipcios, hititas, hurritas, reinos neohititas, asirios, babilonios, persas, macedonios, seleúcidas, romanos, bizantinos, árabes, cruzados.... todas esas civilizaciones han pasado por esa región, todas han dejado su huella, ciudades, esculturas, inscripciones, pinturas, todas han desaparecido una tras otras, completamente, sin que quede otra cosa que ruinas y recuerdos olvidados en libros de historia polvorientos, que nadie consulta.
¿Pensaba yo en algo de esto cuando llegué a Sergila?
No... éstas son ideas que sólo se le ocurren a uno a posteriori, cuando llega a casa e intenta ordenar los recuerdos... Allí, sólo tenía tiempo para disfrutar de lo que veía, de gozarlo al máximo en el breve tiempo que teníamos para la visita, de intentar memorizarlo hasta los más infimos detalles, para que aquello, al menos aquello, los sentimientos, el entusiasmo, el gozo, no se desvaneciese con el tiempo.
Porque Sergila es otra más de las infinitas sorpresas que se ocultan en Siria, tantas, que visitarlas y conocerlas llevaría varias vidas... porque Sergila no es sino una de las 600 aldeas conocidas como las "aldeas muertas", que ocupan el norte de Siria, y que aquí y allá, se ofrecen fugazmente al viajero que conduce por las carreteras que se extienden al norte y al oeste de Alepo, hasta la frontera turca.
No hay que pensar que se trata de un yacimiento arqueológico normal, no se tratan de ciudades de la edad del bronce, enterradas en sus Tells, como Mari, Ugarit o Tell Halaf, ni inmensas metrópolis de época grecorromana, como Apamea o Palmira, ni los castillos/ciudad de los cruzados, como Saladino, Makrab o el Krak de los caballeros.
Sergila es simplemente una aldea bizantina, ocupada del siglo VI al X, en la frontera que separaba el imperio con capital en Constantinopla y el imperio con capital primero en Damasco y luego en Bagdad y Samarra... y que había de desaparece más tarde, cuando los turcos Selyúcida reventaran la frontera bizantina y provocarán la invasión de los cruzados, bárbaros ambos, turcos y francos, en un mundo de gentes cultas y refinadas, árabes y bizantinos.
Una aldea entonces, como 600 otras, ¿qué puede tener algo así de importante? Un sitio que no tiene palacios a la gloria de sus dirigentes, ni ricas sepulturas que conserven el recuerdo de los reyes, ni iglesias o mezquitas veneradas desde generaciones, ni fortalezas orgullosas que desafíen al tiempo. ¿Qué puede tener un lugar tan humilde como ése?
Simplemente, que si hubiera gente en sus calles, si saliera humo de las casas, se pensaría que se ha vuelto a la edad media. Casas, iglesias, almacenes, villas, todo absolutamente, fue contruido en piedra volcánica durísima, casi indestructible, y se mantiene aún en pie, como si sus habitantes acabaran de marcharse, si exceptúamos el suelo de los pisos o el tejado de las casas, hecho en madera y podrido hace ya siglos.
Puede entrarse en las iglesias y ver la losa del altar y la columna que lo sustenta, los bancos donde se sentaban los fieles, las pilas donde se vertían los acéites del culto. Puede entrarse en las casas, a través pórticos fínamente labrados, de columnas esbeltas y frágiles, y descubrir allí, también los abrevaderos para las bestias, los bancos para las visitas, las escaleras que no llevan a ninguna parte, los huecos para las vigas de madera que sujetaban la planta noble, el cielo azúl de Siria, contra el cual puede imaginarse el tejado de la casa, descrito por los ángulos en piedra de sus extremos y los lugares donde reposaban los maderos que lo sostenía. Puede finalmente, descenderse a las cuevas donde almacenaban el acéite y ver las prensas donde lo obtenían y las tinajas donde lo guardaban.
Todo ya digo como sí los dueños fueran a volver en cualquier instante.
Pero, al mismo tiempo, no lejos de allí, se halla las tumbas donde reposan los dueños de aquellas plantaciones. Torres y pirámides, pequeñas y breves, pero que sólo alguien de gran riqueza podía costearse. Mausoleos en cuyo interior aún están los sarcófagos, rícamente decorados, con plantas y flores labradas en ellos, con pajáros que acuden a sus frutos, con rostros de dioses paganos aún no olvidados por aquellas gentes.
...y como digo, en ese instante, no tiene uno tiempo para hacerse preguntas, sino sólo para intentar grabar en la memoria aquello que ve, porque sabe que nunca ha visto nada igual, que quizás no volvera a verlo...
..pero las preguntas y sus posibles respuestas son futiles, inútiles, sin sentido. Al fin y al cabo, el recuerdo que quedará de nosotros es el mismo que el de los habitantes de aquellas ciudades muertas.
Ninguno. Nada.
¿Qué sentido tiene entonces buscar esencias o identidades que sólo existen en nuestras mentes?
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