Tuzzi zucket gleichgültig die Achseln.
"Etwas stimmt mit ihnen nicht. Sie können offenbar ihre Erlebnise nich ganz erleben oder in sich einleben und müssen Reste davon abgeben. Und so, denke ich, entsteht auch ein übertriebenes Bedürfnis, zu schreiben"
"¿No se le ha ocurrido aún" - dijo (Ulrich) - "que es notable cuantas personas actualmente van por la calle hablando consigo mismas?"
Tuzzi se encogió de hombros, indiferente.
"Algo no está bien en ellos. Esta claro que no pueden experimentar completamente sus vivencias o disfrutarlas en su interior y se ven obligados también a renunciar al resto. Y de eso mismo, creo yo, proviene una exagerada necesidad de escribir. "
En círculos.
Algunos escritores, cuando redactan su obra, tiene perfectamente claro que quieren ir de A a B. Da igual el número de páginas que les lleve, 10, 100 o 1000, de igual el número de tramas secundarias que acumulen, el número de disgresiones en que se pierda. Todo, hasta los elementos más ínfimos, está orientado y preparado a llevar al lector de A a B, quiera o no.
Escritores, en definitiva, que a pesar de toda su riqueza lingüistica e idológica, no dejan de ser propagandistas de una tesis. Personas convencidas ya de antemano, que sólo buscan convencer a los demás, y a los que los argumentos contrarios, por muy demoledores que sean, sólo servíran para confirmarles en su creencias.
Para mantenerles en su ceguera, en definitiva.
Robert Musil, en Der Mann ohne Eigenschaften, no es de estos escritores. Cuando se lee su novela, cuando se llevan ya cientos y cientos de páginas de su prosa en el cerebro, empieza a darse uno cuenta de que no existe el B, de que la novela puede haber partido de un A, de un lugar y unas circunstancias determinadas y precisas, pero que se está dirigiendo a ninguna parte, que no sigue, como otras, un camino prefijado que se abandona, de vez en cuando, para hacer alguna que otra excursión, tras la cual volver al camino abandonado, sino que vaga en círculos alrededor del punto de partida, acercándose y alejandose de él, pero sin perderlo de vista, como polilla que revolotea alrededor del foco que la ha atraído.
Este vagar y revagar, este moverse en círculos alrededor del mismo punto, revisándolos, revisitándolos una y otra, lo que en otro sería una confesión de impotencia y de falta de ideas, en Musil, muy al contrario, es una muestra de su genialidad, aunque él odiaría ver esa palabra aplicada a su obra.
Porque lo Musil consigue es un algo casi imposible, el crear la ilusión de que el lector y el autor están descubriendo al mismo tiempo el mundo que se describe en la novela.
Todo aficionado a los libros conoce ese placer que sólo ellos pueden dar, el adentrarse en el pensamiento de otra persona, descubrir un punto de vista extraño al nuestro, sorprenderse al toparse con opiniones que no habíamos sospechado, pero pocas veces se encuentra con un autor que es capaz de hacernos creer que él también se está sorprendiendo, dudando, vacilando, en ese mismo momento. Alguién que, como el lector, se enfrenta a un mundo que no conoce, y tiene que adelantar hipótesis provisionales, pergeñar teorías que le permitan dar un sentido a lo que están viendo en ese instante, explicaciones que pueden ser correctas o falsas, a la espera de nuevos hechos que vengan a confirmarlas o a refutarlas.
Pocas novelas hay, por tanto, donde como en ésta se sienta que lector y autor habitan el mismo plano, que comparten, como observadores de la realidad, las mismas dudas y debilidades. Pocas historias hay donde narrador y espectador caminen en círculos alrededor de un mundo en perpetuo cambio y transformación, que convierte, por ese mismo cambio y transformación perpetuas, en hueros y vacíos todos los esfuerzos por sistematizarlo y regularlo.
Pocos autores hay que tengan la sinceridad, el coraje y la técnica como para conseguir transmitir este efecto, esta sensación que experimentamos todos los días pero que no queremos, no nos atrevemos a confesarnos.
La certeza de que el control, el dominio que creemos tener sobre nuestras vidas no es más que una ilusión que toleramos porque nos permite continuar viviendo.
La certeza de que no somos más que polillas volando en círculos alrededor de una lámpara. Polillas que creen volar en línea recta guiadas por la luz del sol.
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