viernes, 30 de octubre de 2020

En busca de Varda (VIII): L'une chante, l'autre pas (Una canta, la otra no, 1977)




























Ya les he comentado que mi exploración del cine de Agnès Varda, cineasta que desconocía por completo, me está llevando de sorpresa en sorpresa. Por su libertad narrativa, su capacidad de amalgamar elementos inmiscibles, su amor por el género documental y el cortometraje, entre otras muchas otras virtudes. Asímismo, en una década tan reivindicativa como los sesenta, en su cine no podía faltar el elemento político, en concreto en forma de un feminismo que abordaba en esa década una transformación decisiva. Por ello, en casi todas sus películas es evidente el papel central de sus personajes femeninos, bien protagonistas absolutas de la historia o, como mínimo, a la misma altura que sus compañeros masculinos. 

Ese cambio de punto de vista, hacia la descripción -y celebración- de la condición femenina, era una provocación contestataria en su época... y lo sigue siendo en la nuestra, cuando en demasiadas películas la mujer es aún un mero adorno, un premio para el machote de turno. Sin embargo, a pesar de la importancia de este necesario cambio de óptica, echaba de menos un poco más de militancia política: un compromiso explícito. Pues bien, ese puñetazo en la mesa es  L'une chante, l'autre pas (Una canta, la otra no, 1977), obra cuyo núcleo argumental es la historia de dos amigas íntimas, hasta el punto que los hombres pasan a formar parte del decorado, a pesar de la importancia que hayan podido tener en sus vidas respectivas. Es un cambio de tornas, deliberado y completo, con respecto a todo el cine anterior y casi posterior.

No se me entienda mal, no es que haya rencor ni menosprecio de un sexo hacia otro, rasgo que casaría mal con el talante expansivo y sociable de Varda, y su humanismo fundamental -al menos así es como me la imagino-. Es más bien una necesidad de narrar lo que había quedado oculto hasta entonces, de dar voz a quienes no la tenían. En este caso, mostrando como estas dos mujeres llegan a "realizarse", como se decía entonces, por sus propios medios, a pesar de las muchas zancadillas que les pone la vida en su camino. Gracias a su resistencia inquebrantable, cierto, pero en especial a la profunda amistad que las une, refugio común donde curarse las heridas, apoyo en el que apoyarse para levantarse tras ser derribadas.

Es una obra -de las primeras, además- que tuvo el valor de hablar de un tema tabú hasta entonces y aún ahora: el aborto. Con claridad, sin tapujos, y posicionándose a favor de él, como derecho inalienable de las mujeres, pero sin ocultar nada de su drama. Ambas protagonistas tendrán que pasar por ese mal trago, pero sin que ninguna lo desee en realidad y sin enorgullecerse de ello. Porque esa decisión fue, en gran medida, forzada por las circunstancias -debido a la pobreza, por ejemplo- y una vez en esa tesitura nadie vino a ayudarlas. El hecho de que estuviera prohibido las obligó a ponerse en manos de curanderos torpes, arriesgando su vida, a salir del país para encontrar quién se lo practicara-los famosos viajes a Londres de los años setenta-, o a pagar unos precios desorbitados en los que se fundiesen los pocos ahorros que se tuvieran.

Obstáculos de los que las dos protagonistas -la que canta y la que no- escapan mediante la afirmación irrenunciable de su independencia. Contra el mundo, contra sus amantes, contra su familia. Bien aprendiendo un oficio, a pesar del escepticismo y la oposición, casi odio acendrado, de sus progenitores: bien eligiendo -aún estaban muy cercanos los sesenta- el camino de la contracultura y de la libertad casi absoluta. Caminos que se marcan ellas mismas y en los que perseverarán a pesar de cualquier contratiempo. A pesar, en concreto, de los hombres con los que se relacionarán sentimentalmente y de los cuales tendrán que separarse, con dolor y a regañadientes, en el momento en que se interpongan en su carrera. Y en su felicidad, que no depende de un amor que se revela pasajero y prescindible, sino de esas vocación que ha elegido y de la amistad que las une.

Porque lo importante, como ya les comentaba, el centro y fundamento de sus vidas, es la amistad que se profesan. Lo único que ha perdurado a lo largo de tantos años, aparte de sus hijos.

(Y a pesar del final feliz con que concluye la película, no puedo evitar un cierto temor por uno de los personajes. Porque ese mundo contracultural, comtestatario, de los sesenta, estaba a punto de morir) 

(Y qué fresca y válida sigue pareciendo esta película aún hoy, cuando otras huelen a cerrado, aun rodadas por mujeres. Como el Vivre ensemble (Vivir juntos,1973) de Anna karina, que a pesar de su barniz de modernidad no es más que un dramón retrógrado decimonónico: la historia de una mala mujer que destruye la vida de un hombre maravilloso)



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