Ya les he señalado la agradabilísima sorpresa que me ha supuesto el descubrimiento de la filmografía de Agnès Varda, Pues bien, tras ver su segundo largometraje, Cléo de 5 à 7 (Cleo de cinco a siete), de 1962, mi admiración ha ascendido a adoración. No es porque, o al menos no en exclusiva, esta película llegue al rango de obra maestra, sino porque hacía tiempo que no me enfrentaba a una película que no podía predecir. Ha sido como perderse en un laberinto, diseñado no para perderse sin remedio, sino para el placer de los que se aventuran en él.
Vayamos por partes. Como les había indicado ya, Varda es un cineasta poliédrico, que se nutre de muchas influencias y estilos, algunos inmiscibles, para alearlos en un único todo harmonioso. Entre ellos, la mirada de un fotógrafo sobre la realidad, una clara intención documental con visos antropológicos, además de una clara inclinación hacia narraciones idealizadas, desligadas de cualquier tiempo y lugar. Elementos, como ven, que o bien no casan con un arte, como el cine, basado en la imagen en movimiento, o bien son, o creemos que son, incompatibles entre sí.
Varda ya había intentado esa mezcla de estilos y puntos de vista en su primera película, La Pointe-Courte (1955). Allí no acababa de cuajar, de manera que parecía que estuviésemos viendo dos películas en vez de una. Simultáneas, entremezcladas, pero sin auténtica conexión entre sí, no sólo en los aspectos temáticos, sino en los formales y estilísticos. Pues bien, lo que parecía difícil, forzado, en esa primera película, se transforma en facilidad y naturalidad en Cléo de 5 à 7. Entre ambas películas media un abismo, el que se abre entre un director primerizo y un maestro, que parecería insalvabable en el breve intervalo de dos películas.
Por supuesto, esto no surgió de la nada. Como también les contaba en la entrada anterior, durante un intervalo de siete años Varda creo una serie de cortos -otra de sus virtudes-, en los que fue puliendo su estilo, acercándose a lo que quería lograr. En ese sentido, L'Opera-Mouffe (1958) es un ensayo general de Cléo de 5 à 7, aunque sea en modo menor y con un acabado más libre. Se trata así de una evolución lógica que no quita nada al valor de logro máximo que tiene Cléo de 5 à 7, dado que constituye la cristalización de un estilo, además de la demostración de su validez y madurez.
¿Y esto por qué? Cléo de 5 à 7 tiene una historia muy simple, engañosamente sencilla. Rodada casi en tiempo real, narra durante hora y media un periodo de dos horas crucial en la vida de la mujer protagonista, justo antes de conocer si en realidad está enferma de cáncer o no. Ese punto de inflexión vital obliga a imbuir a la película de un tono específico: la misma confusión que embarga a la película debe reflejarse en el aspecto visual de la misma. No en el sentido de introducir un montaje nervioso o de abandonarse a la exageración desenfrenada, sino para dar cabida a la amalgama de puntos de vista tan caro a Varda.
¿De qué manera? La intranquilidad de la protagonista le impide permanecer tranquila en un único sitio, lo que la lleva a moverse, sin destino y sin concierto, por un París que ya no es un lugar acogedor. Ni siquiera su hogar lo es. Es así como Varda consigue el imposible de insertar un documental en una obra de ficción. Los múltiples vagabundeos de la protagonista sirven para que contemplemos, a través de sus ojos, el París de la época, la variopinta vida que poblaba sus calles. Es aquí donde, asímismo, brilla el ojo de fotógrafo de Varda, el de alguien capaz de distinguir, por instinto, lo definitorio de una época en un momento efímero, enmarcándolo además de una forma artística. No en sentido preciosista, sino subrayando esa esencialidad capturada por azar.
Sin que esto, no se olvide, suponga una discordancia con la historia de la protagonista. Esas secciones documentales están teñidas, en todo momento, de la inestabilidad psíquica de la protagonista. De su soledad y alejamiento de sus semejante, incluso de las personas más cercanas, como bien puede ver en las capturas que abren esta entrada, donde ella no acaba de encontrar su lugar, en lo que suponemos es su café favorito, y opta por marcharse. No a un lugar concreto, sino a una nueva etapa de su vagabundeo, de su huida de sí misma.
Y sin olvidar, por supuesto, los muchos trucos/experimentos que trufan, a veces de manera sutilisima está película. Como la manera en que la cinta se transforma, de repente, en un auténtico musical, variando incluso la paleta del blanco y negro, no de manera arbitraria, sino, de nuevo, para subrayar ese abismo existencial del que se empeña en huir.
O para terminar, tratarse de una las pocas películas en que he visto filmar un silencio entre dos personajes.
Vayamos por partes. Como les había indicado ya, Varda es un cineasta poliédrico, que se nutre de muchas influencias y estilos, algunos inmiscibles, para alearlos en un único todo harmonioso. Entre ellos, la mirada de un fotógrafo sobre la realidad, una clara intención documental con visos antropológicos, además de una clara inclinación hacia narraciones idealizadas, desligadas de cualquier tiempo y lugar. Elementos, como ven, que o bien no casan con un arte, como el cine, basado en la imagen en movimiento, o bien son, o creemos que son, incompatibles entre sí.
Varda ya había intentado esa mezcla de estilos y puntos de vista en su primera película, La Pointe-Courte (1955). Allí no acababa de cuajar, de manera que parecía que estuviésemos viendo dos películas en vez de una. Simultáneas, entremezcladas, pero sin auténtica conexión entre sí, no sólo en los aspectos temáticos, sino en los formales y estilísticos. Pues bien, lo que parecía difícil, forzado, en esa primera película, se transforma en facilidad y naturalidad en Cléo de 5 à 7. Entre ambas películas media un abismo, el que se abre entre un director primerizo y un maestro, que parecería insalvabable en el breve intervalo de dos películas.
Por supuesto, esto no surgió de la nada. Como también les contaba en la entrada anterior, durante un intervalo de siete años Varda creo una serie de cortos -otra de sus virtudes-, en los que fue puliendo su estilo, acercándose a lo que quería lograr. En ese sentido, L'Opera-Mouffe (1958) es un ensayo general de Cléo de 5 à 7, aunque sea en modo menor y con un acabado más libre. Se trata así de una evolución lógica que no quita nada al valor de logro máximo que tiene Cléo de 5 à 7, dado que constituye la cristalización de un estilo, además de la demostración de su validez y madurez.
¿Y esto por qué? Cléo de 5 à 7 tiene una historia muy simple, engañosamente sencilla. Rodada casi en tiempo real, narra durante hora y media un periodo de dos horas crucial en la vida de la mujer protagonista, justo antes de conocer si en realidad está enferma de cáncer o no. Ese punto de inflexión vital obliga a imbuir a la película de un tono específico: la misma confusión que embarga a la película debe reflejarse en el aspecto visual de la misma. No en el sentido de introducir un montaje nervioso o de abandonarse a la exageración desenfrenada, sino para dar cabida a la amalgama de puntos de vista tan caro a Varda.
¿De qué manera? La intranquilidad de la protagonista le impide permanecer tranquila en un único sitio, lo que la lleva a moverse, sin destino y sin concierto, por un París que ya no es un lugar acogedor. Ni siquiera su hogar lo es. Es así como Varda consigue el imposible de insertar un documental en una obra de ficción. Los múltiples vagabundeos de la protagonista sirven para que contemplemos, a través de sus ojos, el París de la época, la variopinta vida que poblaba sus calles. Es aquí donde, asímismo, brilla el ojo de fotógrafo de Varda, el de alguien capaz de distinguir, por instinto, lo definitorio de una época en un momento efímero, enmarcándolo además de una forma artística. No en sentido preciosista, sino subrayando esa esencialidad capturada por azar.
Sin que esto, no se olvide, suponga una discordancia con la historia de la protagonista. Esas secciones documentales están teñidas, en todo momento, de la inestabilidad psíquica de la protagonista. De su soledad y alejamiento de sus semejante, incluso de las personas más cercanas, como bien puede ver en las capturas que abren esta entrada, donde ella no acaba de encontrar su lugar, en lo que suponemos es su café favorito, y opta por marcharse. No a un lugar concreto, sino a una nueva etapa de su vagabundeo, de su huida de sí misma.
Y sin olvidar, por supuesto, los muchos trucos/experimentos que trufan, a veces de manera sutilisima está película. Como la manera en que la cinta se transforma, de repente, en un auténtico musical, variando incluso la paleta del blanco y negro, no de manera arbitraria, sino, de nuevo, para subrayar ese abismo existencial del que se empeña en huir.
O para terminar, tratarse de una las pocas películas en que he visto filmar un silencio entre dos personajes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario