viernes, 3 de noviembre de 2017

Apoteosis de la animación




























La primera vez que vi Mind Game (2004) de Yuasa Masaaki, hace una década, me sentí un tanto defraudado. Suele ocurrirme con las películas que vienen precedidas de gran fama. Inevitablemente se me desinflan, como si sus muchas virtudes no se correspondiesen con la imagen que de ellas yo me había formado en la cabeza. A mi decepción de entonces se unía mi concepción del anime en esa época, principalmente profundo y filosófico, envoltorio brillante de historias a las que se suponía profundas. Craso error que, en mi presente, me ha llevado a amar y a detestar esta forma animada. A partes casi iguales.

Por fortuna, también ocurre que, si tras esa decepción se esconde una obra realmente buenas, ocurre que un segundo visionado viene a rescatarlas. Sin esperarme grandes alardes y alharacas, es entonces cuando sus virtudes surgen a la luz, cuando realmente me son visibles y les presto atención, sin distraerme por lo que quisiera que fueran. Encontrándolas, al fin, como son en realidad, no por como me las imaginaba. Tal ha sido el caso de mi segunda vez con Mind Game, esta vez en calidad de Blue Ray.

Lo que más me chocaba de esta película sigue ahí. No tiene historia que contar. O mejor dicho, los múltiples hilos que la componen, las vías muertas en las que se encierra persiguiendo su trama, los muchos caminos laterales que jamas quiere o se atreve a recorrer, todos ellos, sin excepción, son tan maleables como las imágenes que la ilustran. El guion de Mind Game no es otra cosa que una excusa, los cimientos y la estructura sobre los que contruir un sentido homenaje a la forma animada. La apoteosis a la que me refiero en el título de esta entrada.

Más aún. Porque la palabra homenaje se queda corta, de ahí lo de apoteosis. No estamos hablando de un registro enciclopedico de las muchas formas y maneras en que la animación puede manifestarse, sea como realista o expresionista,  sea con giros hacia el pop y la psicodelia, incluso llegando a rozar la abstracción. Estamos hablando de una animación que, literalmente, pierde la cabeza, se entusiasma con sus propias posibilidades y se deja arrastrar, emborrachar, por ellas. Sin parar mientes en dónde se encontrar al despertar, pasado el arrebato, o qué exceso cometerá en el camino.

Es una película, por tanto, transida de cabo a rabo de energía, de ímpetu, de entusiasmo, de juventud, a apasionamiento. De alegría por la mera alegría, de acción por la mera acción, de placer intenso y profundo en el mero acto del movimiento. En su recreación y representación de forma alusiva y no como fotocopia. Hasta un extremo que, me temo, ni su director, Yuasa, ni la productora, el estudio 4ºC, han sido capaces de repetir con esa intensidad y entrega. Éste, porque hace mucho que dejo de ser la fábrica experimental que pretendía en sus inicios; aquél, porque su investigación estética le ha llevado por otros derroteros. Por otras cumbres, distintas de ésta primera, aunque no menos altas.

Estos arranques, hasta que dure el aliento y las fuerzas, conllevan que Mind Game sea una película de momentos. De escenas aisladas que son al final las que se recuerdan y no la tramoya que los sostiene. La alocada persecución por las calles de una ciudad japonesa, el encuentro con el creador tras la muerte del protagonista, la ardiente escena de amor entre los protagonistas, los interludios que resumen década enteras o proponen futuros nunca transitados, las fiestas en el interior de la ballena donde los protagonistas se han visto atrapados.

Pero sobre todo, la huida de esa misma ballena. Secuencia que sólo puede definirse de una manera: como caída hacia el cielo, en la que se van acumulando imposibles, hipérbolas cada vez mayores, que parecen no tener fin, que sorprenden por su misma incoherencia, pero que al mismo componen un crescendo que, como esa misma, caída, asciende y asciende, sin perder jamás las fuerzas ni hallar reposo.

No hay comentarios: