lunes, 17 de abril de 2017

Cine Polaco (XVII): Popiol i diament (Cenizas y diamentes 1958) Andrzej Wajda



































En la selección de películas polacas realizada por Scorcese, un buen puñado se amontonan en apenas dos años, de 1958 a 1960. Corresponden a la explosión de creatividad cinematográfica, favorecida por el tímido deshielo postestalinista, que les he venido comentado en otras ocasiones. Aún así, a pesar de las limitaciones, estos directores se atrevieron a tratar temas antes imposibles y a hacerlo con la gramática en imágenes de sus contemporáneos más avanzados. Con una audacia que sorprendió al mundo, aún hoy es posible percibirla, y que se extendía a ramas artisticas afines como el diseño, con la escuela polaca de carteles, o la animación, con Jan Lenica y Valerian Borowczyk. 

Sin embargo, si hubiera que datar el inicio de esta explosión, buscar una película que fuera su certificado de nacimiento, ésta sería Popiol i diament, dirigida por Andrzej Wajda.

Para un público de nuestra época puede resultar difícil valorar la ruptura transgesora que supuso esta película en su tiempo, especialmente desde un punto de vista temático. Baste decir que la situación que se narra en ella había sido tema tabú hasta hacía casi nada y que, al verla, resulta casi imposible adivinar como logró atravesar las muchas barreras de la censura. En breves palabras, la propaganda estalinista hasta entonces había presentado una versión del final de la guerra mundial completamente monolítica. Según ella, las tropas soviéticas habían sido recibidas como liberadoras por la población polaca, que inmediatamente se habría puesto de lado de la revolución comunista. La única resistencia habría venido por parte de los propios nazis y de los pocos colaboradores fascistas polacos, traidores repudiados por el pueblo y pronto pasados por las armas. Después de esto, tranquilidad, unidad y entusiasmo en la construcción del estado comunista, con la ayuda del aliado soviético.

Sin embargo, la versión que se trasluce de Popiol i diament es muy distinta a la oficial. Primero, porque la acción se centra en las actividades de un grupo terrorista polaco que elimina a personalidades relevantes del nuevo régimen. Segundo, porque estos combatientes, organizados como un ejército clandestino, no son simpatizantes nazis, sino supervivientes de la resistencia contra el invasor. Héroes en ese combate sin cuartel y sin piedad, cuyo símbolo máximo es el levantamiento de Varsovia en agosto de 1944. Una revuelta que fue aplastada cruelmente por los nazis ante la pasividad soviética, incluyendo la destrucción planificada de la ciudad, convertida en un campo de ruinas que debía servir de ejemplo y advertencia a otros levantamientos populares.

Lo que estamos asistiendo, por tanto, no es una lucha entre patriotas y traidores, en donde la justicia estaría claramente de un lado, sino una auténtica guerra civil entre polacos. Concretamente entre diferentes secciones de la resistancia, el AK anticomunista y el AL prosoviético, donde éste último llevaba la delantera gracias al apoyo del nuevo ocupante soviético. Caso similar, sólo que a la inversa, que en la Grecia coetánea, donde el EDES procccidental y el ELAS comunista se enzarzaron en una violenta guerra civil tras la retirada de los nazis, resuelta sólo a favor del EDES gracias al apoyo de las divisiones británticas. Porque, aunque no nos demos cuenta, en el este de Europa la guerra mundial no terminó el 8 de mayo de 1945, sino que continuó varios años más, hasta 1948, cuando los bloques de la guerra fría finalmente cristalizaron, sin alterarse hasta cuatro décadas después.

En el caso de Polonia, la lucha del AK era sin esperanzas. Podían seguir combatiendo en los bosques y las ciudades, asestar algún que otro golpe de mano victorioso contra sus enemigos, pero al final serían cazados uno por uno, encarcelados, deportados o ejecutados. Sabedora de esto, la película de Wajda se tiñe de un claro sentimiento de melancolía, de amargura e inutilidad, de derrota anunciada, de fin inevitable de todo un tiempo, una cultura y un país. Hagan lo que hagan sus personajes, la sentencia ya está pronunciada, el final desatroso decidido. Sólo cabe vagar, cumplir el deber aunque sea absurdo, confiar que al final del camino exista una salida, un medio de volver a los tiempos de paz, a cualquier tiempo de paz, y reconstruir las vidas rotas, por la guerra, por los nazis, por la ocupación soviética.

Un espejismo, desgracidamente. Al final, sólo quedarán heridas, cicatrices, tanto en un bando como en otro. Brechas irreparables, que sólo el tiempo, la muerte de sus protagonistas, conseguirán colmar.

Cenizas, pero ningún diamante.

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