Vaya por delante que las exposiciones de Fotografía que organiza la Fundación Mapfre en su sede del Azca - y que me suelo perder con demasiada frecuencia - son de lo mejor de ese arte que se puede ver en Madrid. La abierta este verano, dedicada al fotógrafo americano Emmet Gowin, no es una excepción, pero más que su calidad me gustaría comentar un pequeño detalle que muestra las muchas barreras y limitaciones, reveladoras de otras tantas hipocresías, que la promoción y divulgación del arte se ve obligada a tolerar en nuestra sociedad.
La fotografía que abre esta entrada es una de las muchas que Gowin dedicara a su mujer Edith. Es una imagen hermosa, muy aristicia, del estilo que la mayoría de la gente asocia con esos dos conceptos y quizás por eso haya sido elegida como poster anunciador y portada del catálogo de la exposición. No habría nada que objetar a esta decisión, sino fuera porque esta fotografía no es representativa del estilo de Gowin, al menos de lo que se puede ver en la muestra. Peor aún, podría decirse que es una traición a las intenciones del fotógrafo americano, como podrán comprobar tras el corte, en otra imagen de Edith.
No es que Gowin sea insensible a la belleza o que busque imágenes impactactantes. No. Lo que ocurre es que la belleza que este fotógrafo busca no es la de estudio, sino la que surge de forma espontánea de la naturaleza, aquella que tendemos a olvidar y pasar por alto, pero que debería estremecernos si en realidad fuéramos por la vida con los ojos abierto. Por ello, Gowin busca fotografía a su mujer, musa constante y perenne de su obra, en todo momento y situación, para recordarla, para plasmarla por en entero, en todas sus dimensiones vitales. Esfuerzo en que la fealda, la aparente fealdad, es tan importante como la belleza más excelsa y que conlleva necesariamente que siga fotografiándola aún hoy en día, cuando ya es vieja y se ha ajado, pues otra cosa sería una traición a su persona y al amor evidente que siente por ella.
Por eso mismo, una fotografía como la que abre esta entrada, como la elegida para presentar la exposición, es una excepción en su obra y ha sido desterrada de ella. Porque no es otra cosa que una mentira, una traición a la persona amada, a lo que nuestros ojos ven todos los días y que es nuestra realidad cotidiana, aquella que nos mantiene con vida, que nos da las fuerzas para continuar con nuestra labor, con el ejercicio de nuestro arte.
Pero claro, nuestra sociedad sólo concibe la belleza como relamida y peripuesta. Peor aún, los que dicen amar el arte sólo la conciben así y por ello, cualquier otra imagen que no hubiera sido ésa primera habría apartado a muchos. Un peligro que, en estos tiempos de crisis, pocas instituciones están dispuestas a correr, mucho menos a asumir.
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