Para la mayoría de los aficionados al cine el nombre de Godfrey Reggio está asociado con los dos documentales que rodara a principios de los 80, Kooyanisqatsi y Powaqqatsi, especialmente el primero. Kooya, por abreviar, supuso una auténtica revolución en su tiempo y fue copiada hasta su saciedad, sin que ninguna obra, ni siquiera su hermanita Powaq, llegara a superarla. Como sabrán, se trata de un documental mundo, con música incidental de Philip Glass (una de sus últimas obras maestras, antes de que se dedicara al autoplagio), con un uso extensivo de la cámara lenta, rápida y del time-skip, en la que se buscaba realizar un retrato político de la sociedad occidental, demostrando que su propia dinámica, en la que los seres humanos no pasaban de ser meros engranajes en una maquinaría que les superaba, sólo llevaría a su propia destrucción.
Curiosamente, es este aspecto eminentemente crítico de Kooya el que menos se recuerda, oculto tras la belleza sobrenatural de muchas de sus imágenes, como las ciudades semejantes a organismos vivos o las multitudes convertidas en auténticos ríos humanos por obra de la cámara rápida, mientras que en muchas ocasiones la brillantez de la música de Glass negaba la gravedad de lo ilustrado por la cámara. Unas contradicciones que quizás llevaron a Reggio a dejar más explícitas sus intenciones en la siguiente cinta, Powaq, directamente centrada en la destrucción cultural, económica y social de los modos de vida occidentales sobre las gentes y cultura del tercer mundo.
El apocalipsis que pronosticaba Reggio en los 80 no tuvo lugar... entonces. Quizás, para nuestra desgracia, la auténtica caída de occidente haya comenzado con esta horrible e interminable recesión que ruge ya desde hace un lustro. No obstante, cuando Reggio rodó la tercera parte de su trilogía, Naqoyqatsi (la guerra como modo de vida, en traducción del Hopi original) en 2002 no pasaba de ser una posibilidad muy, muy lejana, un fantasma que aparentemente había sido conjurado para siempre, lo cual subrayaba aún más el hecho de que las primeras imágenes con las que se abría la película, y las únicas que no han sido retocadas y manipuladas en toda la cinta, son precisamente las de un inmenso edificio en ruinas.
Un edificio, quede bien claro, que no es cualquier edificio, porque el estilo arquitectónico hace referencia a un cierto pasado, al representado por el clasicismo, el equilibrio y la racionalidad, ya que la quiebra a la que se refiere Reggio no es simplemente material, sino ante todo espiritual, y afecta a la manera en que observamos y contemplamos el mundo, al propio concepto de realidad.
He señalado que las imágenes iniciales son las únicas "reales", sin manipulación de toda la película, el resto han sido bien generadas enteramente por ordenador o manipuladas con este mismo medio. El hecho que subraya Reggio y que en aquel entonces comenzaba a ser patente por primera vez, es que la mayor revolución social y filosófica de la última década del siglo XX fue la emergencia del mundo digital, representado por una herramienta de trabajo, el ordenador, capaz de realizar operaciones imposibles para los seres humanos, y de unos medios de conectar estas células aisladas, la Internet, que prácticamente lo conviertieron en un organismo pluricelular capaz de organizarse y actuar de maneras impensables para cada una de sus células aisladas.
En resumidas cuentas, surgió un mundo virtual, más real que la propia realidad, en el cual, lentamente, los seres humanos fueron pasando cada vez más tiempo de su vida diaria, hasta el extremo de hacérseles indispensable e irrenunciable. Un nuevo modo de vida, con el marchamo doble de calidad de ser nuevo y propio de aquellos que habitaban la cúspide de la pirámide social, que arrebató toda importancia a las fuerzas que controlaban y modificaban el mundo real: Ejércitos, Industria, Entorno, que poco a poco fueron difuminándose perdiendo su consistencia y transformándose en otros tantos sueños indistinguibles de los generados por el ordenador y transmitidos por la red de redes.
Una epidemia de irrealidad, una necesidad por soñar otros paraísos, curiosamente propia de aquellos países y gentes que ya vivían en el paraiso (o al menos lo que sería el paraíso para la gentes del tercer mundo) que como digo afectó a nuestra percepción de la realidad, convirtiendo a la realidad real en menos apetecible, menos real que la realidad programada y recreada. O en otras palabras, si durante decenios el realismo había sido considerado el ideal en las artes narrativas, como la literatura o la mayoría de los ámbitos cinematográficos, y la exactitud en la representación, el signo de la maestría artística, ahora la copia se había liberado de toda referencia a la realidad y buscaba substituirla por entero, utilizando como arma su perfección absoluta siempre mejorable, que transformaba a la realidad en algo de segunda clase, propio de bolsillos sin recursos que no podían permitirse the real thing
No era sólo esta primacía de la copia ideal manufacturada a nuestro capricho por el ordenador. Como indiqué, el segundo pilar de la revolución digital es la red de redes, a través de la cual una avalancha de imágenes, de opiniones, de escritos y comentarios, toda la sabiduría y conocimiento del mundo, en cualquier época, en cualquier lugar, en cualquier cultura, en cualquier idioma, en cualquier formato, estaba a nuestra disposición en la comodidad de nuestro hogar, sin más que encender el ordenador y hacer un par de clicks
Aparentemente.
Porque toda esta riqueza en cierta manera podía asemejarse con el boato del noble arruinado que habita un palacio del que ha tenido que cerrar la mayoría de las habitaciones porque no puede mantenerlas y donde todo va poco a poco descomponiéndose y pudriéndose. A pesar de todas sus aspiraciones de universalidad, la inmensa memoria de la humanidad que pretende ser la Internet es tan incompleta como cualquiera de las bibliotecas que obedecen al capricho personal de su dueño. Un registro donde la vida de sus documentos apenas abarca unos años, y lo más valioso puede desaparecer en un instante, sin que quede alguna constancia de ello, y en el que la información muta y se transforma a cada momento, convirtiéndo en una tarea imposible el distinguir que es genuino, que es falsificación, que es cierto, que es manipulación.
Un continuo bombardeo de información, donde poco a poco, aquellos que nos gobiernan, que dicen guiarnos, se van convirtiendo en presencias completamente indistinguibles de los constructos creados por por el ordenador y distribuidos por la Internet. Cáscaras vacías que pueden ser rellenados con cualquier concepto, por muy incompatibles que sean, y que sólo sirven para vender lo que en ese momento pueda producir beneficio.
Un mundo desquiciado por tanto, que en ese momento histórico, 2002, parecía fuerte y poderoso, pero que apenas un lustro más tarde, en 2008, se derrumbaría sobre sí mismo, legándonos a todos la difícil tarea de sobrevivir entre las ruinas.
Un mundo cuyos ideales y seguridades hace tiempo que se desvanecieron en humo, sin dejar rastro.
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