Se me hace muy difícil comentar objetivamente dla película de Shinkai Makoto, 5cm/s, ya que por razones personales me conmueve profundamente, evocando a mi presente partes de mi personalidad que creía ya muertas o enterradas, o mejor dicho, que aún pugnan por salir de la tumba a la que las tenía consignadas.
Pero hagamos un intento.
Viendo 5cm/s se hace evidente una de las grandes diferencias entre el anime de, digamos 2005, para acá y el de fechas anteriores. Mientras que el anime de hace una década era eminentemente pictórico, casi acuarelista, en la representación de los ambientes donde vivían sus criaturas, el de la última década, tras la adopción universal del ordenador como herramienta de trabajo, es esencialmente fotorrealista, llegando casi a calcar fotografías de lugares reales que apenas son modificadas en su traslación animada.
Este fotorrealismo en la descripción de los lugares es una de las características más llamativas de las películas de Shinkai. Si bien en muchas de las series y películas actuales este fotorrealismo traiciona la necesidad de abaratar costes, utilizando la ecuación fotografía + ordenador, no es el caso de la obra de Shinkai, donde llega a asumir rasgos casi sobrenaturales, de otra realidad más real que la propia realidad, hasta el extremo de encontrarse en completa disonancia con el diseño de sus personajes, más tradicional y abocetado, e incluso distraer de lo que está ocurriendo en escena, que pasa a ser secundario frente a ese hiperrealismo de los decorados.
Esa distracción podría ser un defecto, pero cualquiera que haya seguido la carrera de Shinkai, sabe que su estilo está basado precisamente en la alusión y la narración lateral, en muchos de sus planos, los personajes han sido relegados a los bordes de la escena, se muestran sólo parcialmente o ocultan su rostro al espectador. De la misma manera, sus películas parecen limitarse a ilustrar retazos de una historia mayor, que el espectador debe reconstruir en su propia cabeza, con las pocas pistas y alusiones que Shinkai nos deja contemplar.
Este estilo llega a su extremo en 5cm/s que, a pesar de ser un mediometraje (apenas una hora de duración), exige un esfuerzo considerable por parte del espectador, que debe volver a la cinta una y otra vez, para poder realmente comprender lo que está sucediendo/ha sucedido/va a suceder entre los diferentes personajes, a pesar de que el reparto se reduzca a un hombre y tres mujeres. Debido a ello, Tengo verdadera curiosidad por ver su última obra, Hoshi o Ou Kodomo, por comprobar si ha persistido en su estilo personal, el cual podría estar ya llegando al agotamiento, o bien a dado un giro radical a su carrera.
Curiosidad que es doble como podrán comprobar tras el corte.
La cuestión es que las obras de Shinkai no son sólo claramente reconocibles por su estilo, sino por tratar siempre el mismo tema, el amor imposible entre una pareja de enamorados a las que las circunstancias y el paso del tiempo, les impedirán consumarlo. En este sentido, esa constante temática de Shinkai ha sido llevada también hasta el extremo en 5cm/s, ya que en esta ocasión la separación no se debe a una guerra galáctica que nunca es presentada en pantalla, ni a la situación política en una ucronia en que la guerra activa sigue aún activa y el Japón fue dividido entre la URSS y los EEUU.
No, en esta ocasión la separación se debe a las causas más banales, la mudanza de las familias de nuestros jóvenes amantes a regiones demasiado distantes del Japón, seguida por la lenta disolución de los vínculos, cartas, mensajes, que les mantenían en contacto, hasta que el paso del tiempo, el anudamiento y ruptura de nuevas relaciones, acaban por enterrar ese su primer amor en el más profundo olvido, del que sólo saldrá en breves y fugaces ocasiones, para desvanecerse instantáneamente, llevándose consigo un poco más de esa experiencia fundacional que marcó sus vidas para siempre.
Lo anterior puede haber sonado algo extremado, inusual e incluso sentimentaloide para nuestras desengañadas concepciones actuales de las relaciones amorosas, que se reducen exclusivamente al sexo y su satisfacción, y parecen excluir a priori cualquier posibilidad de terremoto emocional, de enajemamiento y locura que haga por un momento real y posible esa ilusión de eternidad, de absoluta perfección que constituye el delicioso y engañoso veneno que llamamos enamoramiento.
Es así, cierto, pero la cuestión es que la manera en que Shinkai contempla las relaciones amorosas pertenece a otro tiempo, al del auténtico romanticismo, el que sólo las concebía en forma absoluta, amas y maestras de todo nuestro ser, que sólo podía existir por y para ellas, incapaz de liberarse por sí mismo una vez preso de la imagen de la otra persona, sin reparar que ese absoluto, esa falta de medida y mesura sólo podía desembocar el dolor, la catástrofe o la muerte.
Es aquí donde entra mi cuestión personal con las obras de Shinkai. Porque sus películas me ponen en contacto directo con mi yo de cuando tenía dieciséis años, el que soñaba con amar sin medida, ni fin, en arder en una pasión que le consumiese por entero, tal y como había visto en tantas películas, leído en tantas novelas.
Y así le fue concedido. En parte. Porque si bien conoció todo el horror y la desesperación de amar sin posiblidad de remisión ni salvación, excepto cuando el tiempo y la distancia borrase todo por entero, nunca le fue concedido gozar de esa gloria que para todos parece natural y sencilla, hasta que ha llegado el tiempo en que sabe que el tiempo que le fue concedido ha expirado, que ya no habrá más oportunidades.
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