domingo, 4 de julio de 2010

100 AS (XXIa): Le Petit Soldat (1947) Paul Grimault















Esta nueva entrada de mi análisis de la lista de cortos animados de Annecy, dedicada a Le Petit Soldat (1947) de Paul Grimault, me sirve también para anunciar dos novedades en estas breves reseñas. La primera, que desde esta misma entrada empezaré a añadir comentarios a y comentarios b a algunas posiciones de la lista. ¿La razón? Simplemente que desde este momentos se podría decir que entramos en terra incognita, puesto que ciertos cortos incluidos en la lista son casi imposibles de encontrar (ya se sabe, la animación es una forma bastarda del cine que ni siquiera es apreciada por los connaiseurs, con lo que la posibilidad de que ciertas obras sean publicadas es casi imposibles) y en las fuentes habituales que han intentado compilar la lista han sido substituidos por otros cortos, ni malos ni mejores, sino intentando cubrir estas obras perdidas con clamorosas ausencias, únicamente debidas a que toda lista es siempre incompleta y excluyente.

La segunda novedad es mucho más personal y simplemente estriba en que, obviamente, no todos los cortos aquí recogidos pueden ser de mi gusto y, desgraciadamente el que toca este fin de semana es de los que me apasionan menos, o por ser más precisos, me gusta y me desagrada casi por igual.

Esta ambivalencia en mi sentir no debería ser una sorpresa para cualquiera que haya leído atentamente este blog. En mi comentario de hace meses sobre Le Roi et L'Oiseau, del mismo autor, ya señalaba mi incomodidad sobre el trabajo de ese autor, referido a su estilo de dibujo que me parecía completamente pasado de moda. En esa ocasión, ese arcaísmo tenía una clara justificación, debido a las dificultades de producción de la obra, comenzada a finales de los años 40, prácticamente arrebatada de las manos de su creador por el productor y vuelta a recuperar en los 70 tras larga batalla final. Sin embargo, y esto es algo que puede sorprender, ese reparo mío es perfectamente aplicable a este corto, estrenado en 1947, simplemente por que en esa época ese estilo de dibujo y animación parecía ya antiguo y desfasado.

Ese desfase es un desagradable efecto de la victoria del estudio Disney a mediados de los años 30, que llevó al mito, mantenido hasta ayer mismo, de que la única animación valiosa era la de la Disney, mientras que el resto no había existido o no merecía la pena. La consecuencia directa de ese triunfo fue que el resto de creadores empezaron a copiar el estilo Disney, tanto en sus diseños como en sus historias, hasta casi finales de los 50, dándose la paradoja, que incluso estilos tan separados de la forma Disneyana como el anime empezaron casi siendo un spin-off estilístico de Disney (o al menos de ese estilo 1930, como puede demostrar el caso de Tezuka).

Europa no fue una excepción y prácticamente toda la animación comercial de los 30 y 40 parece dedicarse a replicar ese estilo de éxito, con la indeseable consecuencia, debida en parte a la cisura del conflicto mundial, que cuando a finales de los 40, la UPA y la Warner iban a llevar a la animación americana a un punto sin retorno, la animación europea continuaba repitiendo el mismo modelo de las Silly Symphonies de Disney, por aquel entonces completamente pasadas de moda, incluso para el mismo estudio que las creara; de lo cual este corto de Grimault es un triste ejemplo.

Esto no quiere decir, por supuesto, que los creadores europeos se limitasen a aplicar la regla y producir fotocopias de las obras del otro lado del Atlántico. Si se mira con atención el corto, más allá de su corteza de cuento infantil, a poco que se sepa de la historia de la Segunda Guerra Mundial es fácil darse cuenta que la historia que narra es un trasunto de las penalidades de ese conflicto, desde la orden de movilización, transformada en una orden de destrucción general, que convierte a todos lo hombres en soldados a la fuerza, hasta el retorno a una patria arrasada, donde sólo han prosperado los peores, aquellos que saben aprovecharse de la desgracia y el dolor ajenos para llenar sus arcas... casi como ahora mismo.

Y es en esa descripción donde puede también descubrirse la grandeza de Grimault como animador, ese don que consiste ser capaz de representar con líneas y colores los movimientos y sentimientos humanos, y que exige del animador grandes dotes de observación y de perspicacia. Como demostración de lo que digo, basta el breve segmento que he incluido como capturas, donde el dolor de la derrota, la consciencia del incierto futuro que sigue al fin de toda la guerra, se plasma en el vacilante y penoso andar del soldado herido, que va dejando tres rastros en la nieve, el de su bastón, el de su pierna estropeada y el del pie que aguanta su peso.

Y como siempre, les dejo con el corto, para que lo juzguen

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