...Así pues, yo creo que estas cosas  para los crédulos  son suficientes y de total garantía, esto es, que los  hombres anteriores al diluvio habitaban la tierra que hay entre el  Océano y el Paraíso, y ni existía Babilonia sobre la tierra ni la  realeza caldea, como creen Beroso y su seguidores, en contradicción con  las sagradas escrituras, ni el poder egipcio, como pareció a Manetón,  que falseó y magnificó al pueblo egipcio en sus escritos...
...A partir de aquí el poder real discurre  en sucesión continua hasta Bidis durante 13.900 años.  Sin embargo,  entiendo que el año es lunar, es decir, consta de 30 días; en efecto, al  que ahora llamamos mes, los egipcios en su tiempo lo designaban con el  nombre de año...
Jorge  Sincelo (muerto hacia el 810) Égloga Cronográfica...
Desde  muy niño, una de mis grandes pasiones ha sido la arqueología. Quizás es  que siempre he tenido cariño por los objetos antiguos y polvorientos,  una inclinación no muy útil en estos tiempos en que se nos exige estar  constantemente actualizados, so pena de convertirse en un paria social.  Sin embargo, esta afición mía no es un mero prurito de anticuario,  deseoso de coleccionar objetos para almacenarlos en estanterías y luego  mostrárselos a las visitas. Como es sabido, detrás de todas las ciencias  humanas anida un intenso deseo por conocernos a nosotros mismo y, en el  fondo, todo arqueólogo, enfrentado y clasificación de ruinas y basuras,  a lo que realmente aspira es a vislumbrar como pensaban y sentían  aquellas gentes de pasados remoto, en que manera sus experiencias son  transladables a las nuestras, para así  aprender sobre nuestra naturaleza,  nuestro presente y nuestro posible futuro.
Unos objetivos que  son negados de plano por ese postmodernismo tan de moda hoy en día,  según el cual ninguna civilización puede llegar a comprender otra, lo  cual por supuesto debe utilizarse como advertencia metodológica, al  advertir de los peligros que se corre al proyectar nuestras ideas sobre  otras gentes, sin intentar aprender de ellos; pero que llevado al  extremos, a ese pesimismo absoluto del postmodernismo, no supone otra  cosa que la muerte de la disciplina.
Con este background, no es de extrañar que uno  de mis lugares favoritos sea el Museo Nacional de Arqueología, uno de  los grandes museos españoles, cuya colección es prácticamente inagotable  (y que desgraciadamente se haya congelada en el tiempo desde 1980, por  un efecto indeseable del estado de las autonomías). Ahora mismo, sólo se  muestra una mínima parte de sus fondos, por hallarse inmerso en un  proceso de reforma que dos años y medio en su primera fase. Una  renovación que no deja de darme miedo, ya que esta institución, desde  aproximadamente 1980 era uno de los museos más acogedores de este país,  en el cual podían pasarse horas y horas sin aburrirse, por lo que temo  que se vea tocado y destruido por ese proceso de ablandamiento según el  cual la historia, el arte y la cultura deben mostrarse al público como  si la edad mental de éste fuera de cuatro años.
No obstante, no  tiene porqué ser así. De hecho una renovación era necesaria y urgente,  ya que en estos treinta años nuestras ideas y conocimientos han cambiado  dramáticamente, especialmente con el paso de una arqueología cultural  (basada en los objetos tipo que definían culturas y que se asociaban  equivocadamente con pueblos distintos) con una arqueología más  antropológica, en la que el cambio ya no es atribuido únicamente a la  conquista violenta y a la substitución de poblaciones, sino a la  difusión, el intercambio o, simplemente las modas, y donde los más  mínimos objetos pueden ser una pista sobre la estructura social,  política y económica, e incluso, a las construcciones mentales de esas  gentes tan alejadas de nosotros.
El lector atento se estará  pensando que tiene que ver esta larga introducción con el texto que he  elegido como cabecera de esta entrada. Simplemente que la tienda de un  museo como el arqueológico es perfecta para conseguir libros sobre el  tema, y en este caso caso yo andaba a la busca de una edición del libro  que el sacerdote egipcio Maneton escribió  en el siglo III a.C resumiendo la historia de su patria, para mostrar a  los invasores macedonias la importancia, antigüedad y nobleza del país  que acaban de conquistar.
Este libro tiene una importancia  fundamental en la egiptología. Manetón dividió  la historia de Egipto en dinastías, una clasificación que sigue siendo  utilizada por los estudiosos  y además con los mismos números que este  escritor utilizará. No sólo eso, los descubrimientos posteriores de  listas reales de la época, como la piedra de Palermo, unos anales del  Imperio Antiguo, o el papiro de Turín, que abarca desde los inicios  hasta Ramsés II, se han mostrado  coincidentes con lo relatado por Manetón,  que debió trabajar por tanto con documentos oficiales, muy al contrario  que Herodoto que escribió literalmente de oídas (y fue una de las  causas que motivaron al Egipcio a la hora de escribir).
Sin  embargo, y en un magnifico ejemplo de las dificultades a las que se  enfrenta la investigación histórica de la antigüedad, la obra de Maneton, no nos ha llegado tal y como  él la concibió ni entera ni en fragmentos. Todo lo que nos queda son  referencias de otros autores que lo utilizaron para reforzar sus tesis o  bien para rebatir lo que argumentaba el Egipcio.
Para hacerse  una idea del proceso de filtrado y deformación que ha sufrido la  historia escrita por Maneton,  basta pensar que las primeras referencias que tenemos provienen del  siglo I, cuando Flavio Josefo,  el judío que escribió una historia de su pueblo. lo utiliza para  argumentar que José, el de la  Biblia, realmente gobernó en Egipto y que fue uno de los reyes Hicsos que Maneton atribuye a la dinastía XV. Sabemos que Josefo debió manejar una copia  completa de Maneton, pero que en  los siglos posteriores esta se perdió y todo lo que quedó fue un  epítome, un sucinto resumen con los nombres de los reyes y algún dato  extraordinario, que sería utilizado por dos propagandistas cristianos, Sexto Julio Africano y Eusebio, a la  hora de construir sendas cronologías del mundo desde la creación.
Para  embrollar más el cuadro, ninguna de ambas obras ha llegado a nuestros  días (de Eusebio tenemos una  traducción latina de Jerónimo,  pero no de las secciones que nos interesan). Sería un monje bizantino, Jorge Sincelo, ocupado nuevamente en  una cronología universal, quien compararía ambas versiones, la de Africano y la de Eusebio, para intentar extraer un hilo  conductor común, aunque ambos se contradijesen constantemente.
Y  es ahora cuando entroncamos con el pasaje que he incluido, puesto que  los autores cristianos no eran meros copistas inocentes, sin intereses  en lo que transmitían. Ellos partían de un supuesto que no podía ser  falso, el hecho de que el mundo había sido creado cuatro mil años antes  del nacimiento de Jesús, con el diluvio situado dos milenios después,  por supuesto, con ese punto de partida, una cronología como la de Manetón, que se extendía muchos  milenios más hacia el pasado y que no contenía referencia alguna al  diluvio, tenía que ser falsa por naturaleza, al contradecir directamente  la revelación romana.
De ahí el afán de Sincelo por demostrar que los años  egipcios no eran años sino meses y convertir su cronología en otra más  acorde con sus ideas.
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario