El joven Samuel servía a Yahve en presencia de Helí. Era por entonces rara la palabra de Yavé y no era frecuente la visión. Un día, estando acostado en su lugar Helí, cuyos ojos se habían obscurecido y no podían ver, cuando todavía no se había apagado la luz en el santurario, Samuel, que dormía en el santuario de Yavé, donde estaba el arca de Dios, oyó la voz de Yavé que le llamaba, "¡Samuel1!" Él contestó "Heme aquí" y corrió a Helí y le dijo " Aquí estoy, me has llamado". Helí contestó: "No te he llamado, vuelve a acostarte". Y fue a acostarse. Yavé llamó otra vez a Samuel; y éste se levantó y yendo a donde estaba Helí, le dijo "Heme aquí, pues me has llamado". Helí repuso: " No te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte". Samuel no conocía todavía a Yavé, pues todavía no se le había revelado la palabra de Yavé. Yavé volvió a llamar a Samuel por tercera vez; y este se levanto y fue a Helí, y le dijo: "Heme aquí, pues me has llamado". Comprendió Helí que era Yavé quien llamaba al joven y le dijo: "Anda, acuéstate, y si vuelven a llamarte, di; Habla Yavé, que tu siervo te escucha" Samuel se fue y se acostó en su lugar.
1 Samuel, 3, 1-9
Es muy común hablar de humor judío para calificar a cierto tipo de humor basado en reírse de uno mismo, el me pego yo antes de que me sacudas tú, que se supone consustancial a los fieles de esa religión. Como todo, esa asociación es relativamente reciente, puesto que pocos libros hay más serios que la Biblia, si acaso el Corán, donde los ejemplos de humor se pueden contar, sin exageración con los dedos de una mano.
No es para menos. Cualquiera que haya leído el Antiguo Testamento sabrá que no hay bromas con Yahvé. Sin contar que unos de sus mandamientos es precisamente el exterminio de la población autóctona de Canaán, para que pueda ser ocupada por el premio elegido, los castigos ante cualquier violación de sus normas, sean voluntaria o involuntariamente, son Draconianos. No solamente no existe posibilidad de redención, como mucho de cierta atenuación, por mucha penitencia y buenas obras que realice el condenado, sino que el castigo se extiende a sus familiares y a los hijos de los hijos, acabando por sufrir las consecuencias personas completamente inocentes, que serán castigadas sea cual sea su conducta.
Por ello el pasaje de Samuel que he escogido es especial. Desde siempre ha sido uno de los favoritos en la lecturas de la Misa, como supuesto ejemplo de vocación divina, pero aún así el mero hecho de su ubicación ya bastaría para atraer la atención del lector, simplemente porque esa anécdota banal se halla entre dos pasajes terribles de la Biblia, entre la condena a la que somete Yahvé a Helí por una ofensa mínima y el castigo, la muerte, que reciben sus hijos por el pecado de su padre.
Como digo, sólo la colocación de esta anécdota banal entre dos pasajes terribles, tan terribles como el Dios supremo, bastaría para justificar la fama, pero es que además se trata de uno de los pocos pasajes de humor del libro de libros, y de un humor casi de slapstick de tiempos del mudo. Sin mucha dificultad es posible imaginarse al cuentacuentos de la comunidad, en una noche de verano, narrando con todo lujo de detalles y gestos, el sueño pesado de Samuel, como se levanta medio dormido al oír la voz de Dios y va a ver que quiere Helí, el cual le despide con cajas destempladas al ser despertado en lo mejor de su sueño.
Y así repetido hasta tres veces, cada vez con mayor exageración, entre las risas del público que anticipa lo que va a ocurrir, lo saborea y lo aplaude cuando lo ve finalmente representado.
Pero es que no podía ser de otra manera. Porque los libros de Samuel (y el de los Jueces antes que él y parte del de los Reyes) son especiales en el conjunto de la Biblia. A leerlos uno siente que se han recogido allí los cantares épicos de un pueblo, narrados generación tras generación, pulidos y embellecidos, transformados hasta transcender la Historia que los había originado, hasta el punto que todos se los sabían de memoria y no concebían su vida, su pueblo, su historia, sin ellos, al igual que los españoles sin el Cid, el legendario de romances y cantares, los franceses sin Roldan y Carlomagno, los ingleses sin Robin Hood o Arturo, o los alemanes sin sus Nibelungos...
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