martes, 20 de octubre de 2009
Brought back to Life
Leía hace unos días en El Paós, como la estatua de Nefertiti ocupaba ya el lugar de honor del Neues Museum en la mítica isla de los Museos Berlineses. Ese dato me llevó a consultar como iba a quedar finalmente organizado ese espacio, cuyos museos, el Bode, el Neues, el Altes , el Pergamon y la Alte NationalGalerie, prácticamente resumen la historia del genero humano, para llevarme la agradabilísima sorpresa de encontrar que la entrada a la colección arqueológica dedicada al Oriente Pr´pximo en el Pergamon iba a a estar presidida por la reconstrucción de la entrada al templo de Tell Halaf.
¿Y qué es Tell Halaf? se preguntarán los escasos lectores de este blog.
Para cualquier aficionado a la arqueología, Tell Halaf es un lugar mítico. No es ya que la cerámica de uno de sus estratos sirva de fósil director para todo un periodo prehistórico de la región, es simplemente que cuando Max von Oppenheim excavó el lugar a principios del siglo XX descubrió un impresionante palacio de comienzos del primer milenio a.C, decorado con esculturas gigantescas que no tenían igual conocido en la región, como la mostrada en la fotografía que encabeza esta entrada, tomada in situ cuando se descubrió la pieza.
Además, Max von Oppenheim no es un cualquiera en la historia de la arqueología, se podría decir que es uno de las personalidades reales más cercanas al personaje ficticio de Indiana Jones. Antes de ser arqueólogo, Oppenheim había sido aventurero, y había recorrido Oriente Próximo por entero, mezclándose con los habitantes, vistiendo sus ropas y aprendiendo la lengua y las costumbres. Su transición de aventurero a arqueólogo fue casi casual y se debió a haber escuchado un rumor, en uno de sus viajes, de unos campesinos que habían desenterrado unas estatuas colosales al cavar una fosa para un muerto. Tan extrañas y enormes eran las figuras, que los campesinos aterrorizados, las habían vuelto a cubrir, temiendo que fueran demonios.
La leyenda continua con Oppenheim indagando el lugar donde se había producido los hechos, haciéndose amigo de los lugareños y, ya integrado, preguntándoles directamente donde se había producido el hallazgo, cosa que éstos se apresuraron a negar, y ante la insistencia de Oppenheim, llegaron incluso a jurar sobre el Corán que aquello nunca había tenido lugar. Aquí es precisamente cuando se produce el elemento más novelesco de la historia, pues nuestro arqueólogo no dudo en acusarles de perjurio y, cuando los lugareños ofendidos desenvainaron sus cuchillos, añadir que encima iban a quebrar las leyes de la hospitalidad, ante lo cual, vencidos por el tenaz alemán, confesar donde estaban las estatuas buscada.
Es en este momento, cuando Oppenheim, tan parecido a Indiana, nos demuestra lo distinto que es un auténtico arqueólogo de la ficción cinematográfica, pues cuando los aldeanos desenterraron las primeras estatuas se dio perfectamente cuenta de la importancia del hallazgo, con lo que en vez de excavar para llevarse unos cuantos objetos, prefirió volver a enterrarlos, dirigirse a Berlín y allí organizar una expedición en toda regla, con la que pudiese reconstruirse, catalogarse y conservarse lo allí encontrado.
No era para menos, puesto que lo allí hallado bastó para que en Berlín se crease un museo especial para Tell Halaf, donde se podía admirar la grandeza de aquel palacio del primer milenio, rescatado del olvido 3000 años más tarde.
Pero aquí es donde entra la locura del ser humano, porque llegó la segunda guerra mundial, y en su curso Berlín fue bombardeada con tal rigor por los aliados que apenas quedó de ella piedra sobre piedra, y aún lo que quedó en pie sería destruido en la lucha sin cuartel contra los rusos en la última quincena de la guerra . Muchos de los tesoros artísticos de Berlín fueron puestos en lugar seguro, especialmente los de la isla de los muesos, y gracias a ello, podemos ahora admirarlo, pero el museo de Tell Halaf fue alcanzado y arrasado por las bombas aliadas antes que fuera evacuado, reduciendo sus estatuas milenarias, lo que tiempo había respetado y las arenas conservado, a escombros.
Podía haber sido el fin de la historia de Tell Halaf, pero no lo fue. En una labor detectivesca, llegada la paz, se cribaron los escombros del museo y separaron los fragmentos identificables de las antiguas estatuas, para volver a recomponerlas.
Para volver a traerlas a la vida por segunda vez.
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