Goonland, Hermanos Fleischer, 1939
Sea una situación clásica. Popeye y su padre se ven rodeados por una multitud de sujetos mal encarados.
Obviamente, sucede lo que tiene que suceder.
Hasta que la violencia desatada acaba por romper el celuloide.
y los personajes se caen del espacio fílmico.
excepto nuestros héroes que quedan colgados de uno de los pedazos
situación sin salida que requiere la intervención de un ser superior.
que con cuidado y un imperdible lo deje todo tal y como estaba.
...y este es uno de incontables ejemplos que demuestran como los Fleischer son unos de los grandes de la animación clásica. Unos laureles que les fueron negados durante muchísimo tiempo, ya que el público prefería la perfección visual, la unidad temática y el pulido formal de la Disney, y rechazaba la anarquía visual, el desorden narrativo y la tosquedad del dibujo que caracterizaban a los Fleischer.
Un rechazado del público que contribuyeron a la quiebra y desaparición del estudio Fleischer en 1942, acelerado tras el fracaso de Mr. Bug goes to town (uno de los grandes largos animados completamente desconocido y que yo sólo he visto una vez, de niño) cuyo estreno coincidió con el ataque a Pearl Harbour y por tanto fue enterrado por esos otros asuntos más urgentes de la guerra mundial, sin que los Fleischer pudieran recuperar la inversión que habían hecho y con la que confiaban reflotar el estilo. Un fracaso suyo que dejó a Disney en solitario, sin un rival que pudiera hacerle sombra durante decenios y que llevo al error de igualar, para lo bueno y para lo malo, Animación con Disney, al igual que ahora se identifica Animación con Pixar.
¿Y eran realmente tan grandes? Pues aparte de inventar el rotoscopio, que permitía rodar en imagen real y luego convertirlo en dibujo animado (una técnica que ha sido resucitada ahora con el motion capture y que curiosamente comparte sus mismos defectos, es decir, que sorprendentemente el movimiento capturado resulta más antinatural que el dibujado), en los años 20, con la serie de cortos From the Inkwell, rompieron todas las reglas de la animación, uniendo una y otra el mundo real y el mundo animado, y haciendo que ambos se interfiriesen continuamente. Dicho esto, podría pensarse en la tipica yuxtaposición o superposición de la figura animada y la real como tantas veces se ha visto (tipo Mary Poppins, Gene Kelly bailando con Jerry o las vomitivas películas de los Looney Tunes). No, muy al contrario, lo que los Fleischer hacían eran mezclar ambos mundos, dejar que sus personajes se escapasen del tablero de dibujo e hicieran añicos el mundo exterior o viceversa, que la actuación del dibujante impidiese el curso correcto de las cosas en el fotograma (al estilo del Duck Amuck de Chuck Jones).
Unas características que continuarían en los 30, con los cortos de Betty Boop, la serie de Popeye o la sorprendente adaptación de Superman, productos a los que une el deseo constante de los Fleischer por innovar, tanto técnica como visualmente, unida a su concepción de la animación como juego y divertimento, que les lleva a ser incapaces de resistirse a hacer un chiste visual, aunque tengan que poner todos patas arriba, y el producto no quede tan bonito como debiera.
Una sensibilidad, por tanto, completamente alejada de la seriedad que anquilosa muchos productos Disney, incluso los cómicos, y que los convierte en unos creadores cuya figura se agiganta a medida que pasa el tiempo.
Como debe ser.
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