Escher es un artista del siglo XX que ha sufrido una doble incomprensión.
Por una parte, tuvo la "desgracia" de vivir en un tiempo en que el arte intentaba, por todos los medios alcanzar una doble abstracción, tanto en la forma, negando al espectador la posibilidad de reconocer los representado, caso del expresionismo, cubismo y las diversas formas abstracción, como en el tema, impidiendo la adscripción de una ideología o de un significado a la pintura, caso del surrealismo. Una búsqueda que tenía tintes de rebelión y revolución, de reacción contra las academias y las reglas del pasado, y que llevaba a despreciar, como reaccionario, falso y cobarde, cualquier arte que no se mostrara lo suficientemente airado y avanzado.
Como era el caso de Escher, un pintor/dibujante cuyo estilo era limpio, casi fotográfico en la forma, aparentemente opuesto a los ideales formales de su generación, y cuyos enigmas temáticos no se proponían irresolubles, sino solamente "chistes", notas de atención que intentasen sorprender al espectador y no una selva de significados mutuamente excluyentes en los que perderse sin encontrar salida.
Una visión que llevó a despreciar a Escher como pintor literario, una etiqueta que se aplico curiosamente también a un rabioso surrealista como Magrite, y que ahora nos parece completamente falsa y equivocada, mejor dicho, que se ha revelado como demasiado ligada a un tiempo y a unas causas que pertenecen al pasado, igual que ellos pensaban de los pintores anteriores. Una realisation, que dirían los ingleses, que nos permite redescubrir a pintores muy valiosos, otra historia completa del arte del siglo XX, que había quedado enterrada por esas fes y religiones artísticas que en su tiempo se suponían absolutas.
Pero hay otro aspecto, en el que Escher, o mejor dicho la apreciación de su obra, se ha visto falseada, y se trata de su aceptación popular. Una visión en la que Escher se reduce a la paradoja visual, al enigma matemático, a la imagen chocante que enseñar a los amigos. Una visión pop, que extrañamente coincide con la de la high culture, la del pintor literario, cuya fuerza radica en el tema que presenta y no en la forma en que lo presenta.
Una reducción a unas cuantas imágenes icónicas que supone un empobrecimiento del artista, de sus intenciones y de su trayectoria. Algo que no es único de Escher, sino de muchos otros más famosos, más vanguardistas o más importantes, como podría ser el caso de Dalí, Renoir o Lichtenstein, donde se ignora, se huye o directamente se desprecia todo lo que no pertenezca al Kanon.
Por ello, para mí fue un descubrimiento visitar la megaexposición Escher que organizar hace ya un tiempo la Fundación Canal de Isabel II, simplemente por darme la oportunidad de disfrutar de todo lo que Escher había pintado antes de llegar a ser Escher, y de como toda esa experiencia se reflejaba en toda su etapa Escher, como si en realidad nunca hubiera abandonado ese modo y ese sentir.
Pequeñas maravillas, por la humildad del tema y por la altura estética, como ese charcos con el que encabezo esta entrada.
Un dibujo del que cuenta menos se intente comentar, mejor, porque basta con mirarlo y degustarlo.
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