Poco a poco, según ha entrado el otoño, la temporada de exposiciones madrileña ha ido animándose. Entre las futuras que parecen interesantes, y que no tienen que coincidir con los museos más famosas, se encuentran la dedicada a los etruscos en el Museo Arqueológico Nacional y la de Bruno Schulz en el Círculo de Bellas Artes.
Una de las más raras, extrañas o curiosas, es la de que hay en el Centro de la Villa, de título Dios(es): modo de empleo, y que como puede suponerse se dedica al estudio del hecho religioso, como se decía en mis tiempos.
Una exposición que me ha dejado una impresión extraña, como que algo no cuadraba, hasta que hace unas horas me he dado cuenta de lo que no acababa de gustarme.
Como sabrán los habituales de este blog, weblog o como quiera que se llama, no es la primera vez que declaro mis convicciones religiosas, ergo, que no tengo ninguno y que son bastante ateo. Sólo que no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso. La idea de que la vida se acaba con la muerte no me parece algo de lo que haya que alegrarse, más bien me produce un profundo horror, un terror primordial que paraliza mi mente y mi entendimiento. El problema es que no veo prueba alguna de que existan esos dioses que prometen las religiones, ni por supuesto, de una posible supervivencia, más bien al contrario, todo me parece que apunta hacia la inexistencia de esos seres sobrenaturales y nuestra desaparición completa.
Sin embargo, y aquí aparece otra contradicción, creo que entiendo perfectamente eso que he llamado el hecho religioso. Mejor dicho, entiendo perfectamente la necesidad que tenemos de creer. Al fin y al cabo, yo también fue un creyente, hasta tal punto que aún recuerdo versículos completos de la biblia e incluso llegan a emocionarme profundamente, como todas las cosas aprendidas durante la infancia y que llegan a ser indistinguibles de uno mismo, de lo que es, de lo que se fue y de lo que será.
Porque eso es precisamente lo que te ofrece la religión, lo que nos hace apegarnos a ella, a pesar de que todas las pruebas muestran su falsedad. Una fe te ofrece una razón, un motivo por el que estar aquí y por el que estar viviendo. Una seguridad de que tus acciones servirán para algo, de que no estás solo y abandonado en este mundo, de que simplemente, todo tiene sentido, y que no eres un accidente del tiempo, olvidado para siempre, peor aún, nunca conocido.
Precisamente de ahí, de esa consciencia de lo que es y lo que representa la religión, de las razones que me llevarían a creer, y que quizás lo hagan cuando sea anciano y vea la muerte cerca, es lo que provoca mi insatisfacción con esta exposición.
En sí, el enfoque no es malo, puesto que es una visión antropológica, en el sentido, de que, a pesar de lo diferentes que nos puedan parecer las religiones, todas intentan resolver los mismos problemas humanos básicos, diferenciándose solamente en la soluciones aportadas y en como se plasma. De esta manera, la comparación de las religiones, sirve para descubrir esa humanidad compartida entre todos nosotros, lo que podríamos llamar las características de nuestra especie.
Sin embargo, el conocimiento que un visitante de esta exposición pueda llevarse a casa de las diferentes religiones del mundo es mínimo, superficial, puesto que en cierta manera, lo que se muestra parece más un parque temático religioso, y no un análisis de la fuerza, la potencia, la visceralidad que ellas tienen sobre nuestra especie, hasta el extremo de llevarnos a destruir a aquellos que no comparten nuestras creencias.
Una visión apresurada y superficial, de parque de atracciones, que se plasma en increíbles generalizaciones, como es el caso de la primera sala en que unos vídeos intentan mostrarnos lo que piensa un fiel de cada religión, su alma en definitiva.... sin contar con que dentro de cada religión, cada individuo lo ve de forma distinta, e incluso de formas contradictorias, unas moderadas, otras fanáticas, unas más desapegadas, otras más comprometidas, con lo que, bordeando el sofisma, se nos hace pasar la parte por el todo.
Por poner un ejemplo, no puedo estar más lejos de las opiniones del ateo que se nos pone como ejemplo. Para él, el hecho de que no hay otra vida, le lleva a aprovechar esta al máximo (un concepto que es extremadamente vago, por cierto), para mí la certeza de mi desaparición, me lleva a pensar que todos los caminos son válidos, puestos que todos confluyen en el mismo destino, ergo, la fosa.
Pero todo esto sería soportable. Al fin y al cabo, toda visión sobre un tema complejo, tiene que ser forzosamente parcial, debe entenderse como una acicate que nos lleve a aprender más. El problema está, como digo, en el tono de parque temático, de explicación destinada a niños que no saben nada y a los que hay que darles todo mascado.
Una visión donde no hay nada que nos muestre la gloria y el éxtasis que puede aportar una religión, ni la abyección y degradación que tan a menudo les acompaña. Una presentación plana y sin nervio, donde ni se plantean preguntas, ni se dan respuestas.
Una simplificación ad usum delfini, que poco tiene que ver con la situación actual de este mundo
Una de las más raras, extrañas o curiosas, es la de que hay en el Centro de la Villa, de título Dios(es): modo de empleo, y que como puede suponerse se dedica al estudio del hecho religioso, como se decía en mis tiempos.
Una exposición que me ha dejado una impresión extraña, como que algo no cuadraba, hasta que hace unas horas me he dado cuenta de lo que no acababa de gustarme.
Como sabrán los habituales de este blog, weblog o como quiera que se llama, no es la primera vez que declaro mis convicciones religiosas, ergo, que no tengo ninguno y que son bastante ateo. Sólo que no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso. La idea de que la vida se acaba con la muerte no me parece algo de lo que haya que alegrarse, más bien me produce un profundo horror, un terror primordial que paraliza mi mente y mi entendimiento. El problema es que no veo prueba alguna de que existan esos dioses que prometen las religiones, ni por supuesto, de una posible supervivencia, más bien al contrario, todo me parece que apunta hacia la inexistencia de esos seres sobrenaturales y nuestra desaparición completa.
Sin embargo, y aquí aparece otra contradicción, creo que entiendo perfectamente eso que he llamado el hecho religioso. Mejor dicho, entiendo perfectamente la necesidad que tenemos de creer. Al fin y al cabo, yo también fue un creyente, hasta tal punto que aún recuerdo versículos completos de la biblia e incluso llegan a emocionarme profundamente, como todas las cosas aprendidas durante la infancia y que llegan a ser indistinguibles de uno mismo, de lo que es, de lo que se fue y de lo que será.
Porque eso es precisamente lo que te ofrece la religión, lo que nos hace apegarnos a ella, a pesar de que todas las pruebas muestran su falsedad. Una fe te ofrece una razón, un motivo por el que estar aquí y por el que estar viviendo. Una seguridad de que tus acciones servirán para algo, de que no estás solo y abandonado en este mundo, de que simplemente, todo tiene sentido, y que no eres un accidente del tiempo, olvidado para siempre, peor aún, nunca conocido.
Precisamente de ahí, de esa consciencia de lo que es y lo que representa la religión, de las razones que me llevarían a creer, y que quizás lo hagan cuando sea anciano y vea la muerte cerca, es lo que provoca mi insatisfacción con esta exposición.
En sí, el enfoque no es malo, puesto que es una visión antropológica, en el sentido, de que, a pesar de lo diferentes que nos puedan parecer las religiones, todas intentan resolver los mismos problemas humanos básicos, diferenciándose solamente en la soluciones aportadas y en como se plasma. De esta manera, la comparación de las religiones, sirve para descubrir esa humanidad compartida entre todos nosotros, lo que podríamos llamar las características de nuestra especie.
Sin embargo, el conocimiento que un visitante de esta exposición pueda llevarse a casa de las diferentes religiones del mundo es mínimo, superficial, puesto que en cierta manera, lo que se muestra parece más un parque temático religioso, y no un análisis de la fuerza, la potencia, la visceralidad que ellas tienen sobre nuestra especie, hasta el extremo de llevarnos a destruir a aquellos que no comparten nuestras creencias.
Una visión apresurada y superficial, de parque de atracciones, que se plasma en increíbles generalizaciones, como es el caso de la primera sala en que unos vídeos intentan mostrarnos lo que piensa un fiel de cada religión, su alma en definitiva.... sin contar con que dentro de cada religión, cada individuo lo ve de forma distinta, e incluso de formas contradictorias, unas moderadas, otras fanáticas, unas más desapegadas, otras más comprometidas, con lo que, bordeando el sofisma, se nos hace pasar la parte por el todo.
Por poner un ejemplo, no puedo estar más lejos de las opiniones del ateo que se nos pone como ejemplo. Para él, el hecho de que no hay otra vida, le lleva a aprovechar esta al máximo (un concepto que es extremadamente vago, por cierto), para mí la certeza de mi desaparición, me lleva a pensar que todos los caminos son válidos, puestos que todos confluyen en el mismo destino, ergo, la fosa.
Pero todo esto sería soportable. Al fin y al cabo, toda visión sobre un tema complejo, tiene que ser forzosamente parcial, debe entenderse como una acicate que nos lleve a aprender más. El problema está, como digo, en el tono de parque temático, de explicación destinada a niños que no saben nada y a los que hay que darles todo mascado.
Una visión donde no hay nada que nos muestre la gloria y el éxtasis que puede aportar una religión, ni la abyección y degradación que tan a menudo les acompaña. Una presentación plana y sin nervio, donde ni se plantean preguntas, ni se dan respuestas.
Una simplificación ad usum delfini, que poco tiene que ver con la situación actual de este mundo
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