Te he visto, en sueños, tendido a mi lado y he bebido de tus labios el más dulce refresco.
¡Juro que ha de ser verdad todo lo que he contemplado y que he de obtenerlo a pesar del envidioso!
Nunca han visto los ojos imagen más hermosa que la de dos amantes en un mismo lecho,
abrazados, vestidos con el traje de la satisfacción, utilizando como almohada la muñeca y el brazo.
La gente pega en hierro frío cuando los corazones están enamorados.
¡Oh tú que censuras el amor de los que aman! ¿Podrías sanar a un corazón corrupto?
Si entre tus contemporáneos encuentras uno que te ame, ése es el que te conviene: vive con ése.
Releía esta cita de las una y mil noches (desgraciadamente, no apunte la noche que era) y pensaba que, si siguiera mis hábitos, mis vicios, debería convertirse en una excusa para escribir una entrada larguísima, de esas tan habituales en este blog, cuyas ideas y las líneas en que están escritas acabasen enrollándose y enredándose sobre sí mismas, como los anillos de una serpiente.
Pero, como he dicho, releía esta entrada y sentía que no había necesidad, que todo estaba escrito allí, que mi palabras sólo servirían para desdorar esas líneas, puesto que en ellas estaba encerrada una lección moral que seguía siendo tan válida, ahora, en esta nuestra sociedad tecnificada y siempre cambiante, como antaño, en plena edad media, en un mundo que se pretendía inmóvil e inmutable.
Que quizás todo se reduzca a eso, a encontrar ese contemporáneo, ese aquel en cuya compañía aguardar a la muerte, para evitar pasar a solas el invierno que sucederá a la primavera y al verano, y que será largo, casi eterno, de forma que te hará olvidar completamente que existieron esa primavera y ese verano, peor aún, que alguna vez tú llegaste a vivirla.
Pero no es sólo eso, no basta el encuentro, como bien indica el pasaje, se necesita también el valor, el coraje de adueñarse de lo que es tuyo por derecho propio, sin que se necesite otra razón que la belleza de ese estado y el placer que de él se reportará. Coraje, no para vencerse a uno mismo, pues llegado a ese punto, no cabrán las dudas, sino para derrotar a los envidiosos.
Porque desde el momento en que se hagan público, todos esos envidiosos serán tus enemigos mortales, simplemente porque ellos no pueden gozar, nunca pudieron gozar o nunca podrán gozar de aquello que tu disfrutas.... y si ellos no pueden obtenerlo, concluirán, nadie más puede tener derecho, así que buscarán tu caída y tu perdición, por el mero placer de destruir.
Y así ocurre como que el que encuentra un tesoro, que no puede hacer nada mejor que ocultarlo a los ojos de la gente, pues estos lo codiciarán y buscarán arrebatárselo, y si no pueden, procurarán destruirlo.
Pero, como he dicho, releía esta entrada y sentía que no había necesidad, que todo estaba escrito allí, que mi palabras sólo servirían para desdorar esas líneas, puesto que en ellas estaba encerrada una lección moral que seguía siendo tan válida, ahora, en esta nuestra sociedad tecnificada y siempre cambiante, como antaño, en plena edad media, en un mundo que se pretendía inmóvil e inmutable.
Que quizás todo se reduzca a eso, a encontrar ese contemporáneo, ese aquel en cuya compañía aguardar a la muerte, para evitar pasar a solas el invierno que sucederá a la primavera y al verano, y que será largo, casi eterno, de forma que te hará olvidar completamente que existieron esa primavera y ese verano, peor aún, que alguna vez tú llegaste a vivirla.
Pero no es sólo eso, no basta el encuentro, como bien indica el pasaje, se necesita también el valor, el coraje de adueñarse de lo que es tuyo por derecho propio, sin que se necesite otra razón que la belleza de ese estado y el placer que de él se reportará. Coraje, no para vencerse a uno mismo, pues llegado a ese punto, no cabrán las dudas, sino para derrotar a los envidiosos.
Porque desde el momento en que se hagan público, todos esos envidiosos serán tus enemigos mortales, simplemente porque ellos no pueden gozar, nunca pudieron gozar o nunca podrán gozar de aquello que tu disfrutas.... y si ellos no pueden obtenerlo, concluirán, nadie más puede tener derecho, así que buscarán tu caída y tu perdición, por el mero placer de destruir.
Y así ocurre como que el que encuentra un tesoro, que no puede hacer nada mejor que ocultarlo a los ojos de la gente, pues estos lo codiciarán y buscarán arrebatárselo, y si no pueden, procurarán destruirlo.
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