El estar junto a ti no me devuelve la vida, ni el estar lejos amenaza con quitármela,
este alejamiento no me permite acercarme a ti, ni tú vienes a mí.
Ni me haces justicia ni me tienes misericordia, no recibo de ti ningún auxilio,
pero no hay modo de escapar de ti.
Tu amor me cierra todos los caminos , y no sé a donde dirigirme.
Las una y mil noches, noche 112
What if I never speed?
Shall I straight yield to dispair,
and still on sorrow feed
That can no loss repair?
Por vos nací, por vos tengo la vida
Por vos he de morir y por vos muero.
Uno de los rasgos característicos de la una y mil noches son los poemas esparcidos en los cuentos y que sirven de comentario a lo narración (y resulta curioso comprobar el abismo cultural que media entre los que escribieron esa obra y nuestra sociedad, donde recitar poesía se ha convertido en un acto que da vergüenza y que no debe realizarse en púbico).
Por supuesto, dado el clima de la obra, la mayor parte de esos poemas son poemas amorosos (o eróticos, por utilizar el palabro de moda). Poesía amorosa que en su mayor parte no es gozosa, sino dolorida, un invariante cultural que supera los tiempos y las culturas, y que obliga a elegir una de dos situaciones típicas, la imposibilidad de conseguir al amado o ausencia de éste. Tipos que suelen tener también una asignación sexual, la espera normalmente en labios femeninos, la frustración, como en el poema que encabeza esta entrada, en labios femeninos.
No es sorprendente, o al menos no debería sorprendernos. Hasta la invención y popularización de los anticonceptivos, la experiencia sexual estaba fuertemente polarizada, por decirlo de forma vulgar y popular, entre los que querían hacerlo y no tenían ocasión, y lo que también querían hacerlo, pero no se dejaban, por temor a las consecuencias de todo típo.
Por ello, la experiencia común de los hombres hasta ahora mismo, se podía resumir en una sola palbara, la frustación, provocada por la imposibilidad de obtener el objeto amado, debido, principalmente a su negativa. La idea (y por favor, no entremos en discusiones de machismo o feminismo, sino simplemente veamoslo como plasmación artística de un sentimiento y experiencia comunes) de la dulce enemiga, de la mujer que te daba la vida y al mismo tiempo te la quitaba.
Situación y experiencias que cristalizaban en un amplio abanico de sentimientos, depresión, melancolía, abandono, desesperación y por supuesto, violencia. Una violencia que, como última paradoja se dirigía contra el mismo objeto amado, al cual se quería castigar, o al menos obligar a sufrir de la misma manera que uno había sufrido... aunque se supiera perfectamente que la culpa no era suya.
Unos sentimientos y unas descripciones artísticas que como digo superaban a las culturas y a los tiempos. Por ello una idea como la plasmada en unos cuentos árabes del siglo X, donde el enamorado ve bloqueados todos los caminos de su vida por su propio amor, y cuya única liberación vendría de renunciar a ese amor suyo, decisión que obviamente le es imposible tomar, se puede encontrar en la Inglaterra Isabelina del siglo XVI, teñida eso sí, de una desgarradora melancolía, la de aquel que sabe que nunca alcanzará lo que ansía y al cual, no le queda otra cosa que lamentar haberse enamorado, que desearía no haberlo hecho nunca y al cual sólo le llegará la paz con la muerte.
Por supuesto, dado el clima de la obra, la mayor parte de esos poemas son poemas amorosos (o eróticos, por utilizar el palabro de moda). Poesía amorosa que en su mayor parte no es gozosa, sino dolorida, un invariante cultural que supera los tiempos y las culturas, y que obliga a elegir una de dos situaciones típicas, la imposibilidad de conseguir al amado o ausencia de éste. Tipos que suelen tener también una asignación sexual, la espera normalmente en labios femeninos, la frustración, como en el poema que encabeza esta entrada, en labios femeninos.
No es sorprendente, o al menos no debería sorprendernos. Hasta la invención y popularización de los anticonceptivos, la experiencia sexual estaba fuertemente polarizada, por decirlo de forma vulgar y popular, entre los que querían hacerlo y no tenían ocasión, y lo que también querían hacerlo, pero no se dejaban, por temor a las consecuencias de todo típo.
Por ello, la experiencia común de los hombres hasta ahora mismo, se podía resumir en una sola palbara, la frustación, provocada por la imposibilidad de obtener el objeto amado, debido, principalmente a su negativa. La idea (y por favor, no entremos en discusiones de machismo o feminismo, sino simplemente veamoslo como plasmación artística de un sentimiento y experiencia comunes) de la dulce enemiga, de la mujer que te daba la vida y al mismo tiempo te la quitaba.
Situación y experiencias que cristalizaban en un amplio abanico de sentimientos, depresión, melancolía, abandono, desesperación y por supuesto, violencia. Una violencia que, como última paradoja se dirigía contra el mismo objeto amado, al cual se quería castigar, o al menos obligar a sufrir de la misma manera que uno había sufrido... aunque se supiera perfectamente que la culpa no era suya.
Unos sentimientos y unas descripciones artísticas que como digo superaban a las culturas y a los tiempos. Por ello una idea como la plasmada en unos cuentos árabes del siglo X, donde el enamorado ve bloqueados todos los caminos de su vida por su propio amor, y cuya única liberación vendría de renunciar a ese amor suyo, decisión que obviamente le es imposible tomar, se puede encontrar en la Inglaterra Isabelina del siglo XVI, teñida eso sí, de una desgarradora melancolía, la de aquel que sabe que nunca alcanzará lo que ansía y al cual, no le queda otra cosa que lamentar haberse enamorado, que desearía no haberlo hecho nunca y al cual sólo le llegará la paz con la muerte.
What if I never speed?
Shall I straight yield to dispair,
and still on sorrow feed
That can no loss repair?
John Dowland, Third book of madrigals
Pero señalaba, justo al principio, que ésta era la experiencia compartida por todos los hombres hasta ahora mismo. Porque, al menos en occidente desde hace cuarenta años, si alguien no tiene sexo, no es porque nadie se lo impida, sino porque no quiere. Vivimos en una sociedad fuertemente sexualizada, donde casi todo se interpreta en clave sexual y donde se ha producido una fuerte cisura entre generaciones, hasta el extremo de que la vida corriente que viven los jóvenes (y nuevamente no se vea aquí crítica alguna, sino una simple constación) hubiera sido considerada como aberrante hace unos cuantos decenios, impiediendo así no ya que la gente de más edad aconseje y guie los jóvenes sino que simplemente los comprenda.
Una auténtica y revolucionaria inversión de las constumbres. Un tiempo en el que lo que se censura, no es hacer tal o cual cosa extraordinaria, sino precisamente no hacerlo, y especialmente no querer hacerlo.
Por ello, a veces me pregunto si las nuevas generaciones pueden comprender, entender, sentir como suya, las ideas de la literatura de antaño.
Inmediatamente me respondo que no. Es imposible.
Todavía en mis tiempos (en los tiempos de mi juventud, allá por la decada de los 80 del siglo pasado) se podía decir, sin que fuera una exageración, que Garcilaso era nuestro contemporáneo. Todos habíamos experimentado el estar enamorados (o creernos enamorados por ser más exacto) de una mujer que nunca nos concedería lo que pretendíamos...y también la amargura de saber que cambiar de objeto no resolvería nada.
Pero ahora, ¿Quién podrá entender estos versos?
Por vos nací, por vos tengo la vida
Por vos he de morir y por vos muero.
Garcilaso de la Vega
Nota: Por clarificar. La melancolia por el pasado, o mejor dicho por conectar con expresiones artísticas que asemejan mi experiencia, no significa que lo idealice. Por decirlo de una manera muy simple, mejor estar sano y satisfecho sin romanticismos, que amargado y desesperado con ellos.
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