jueves, 10 de septiembre de 2009

Unexplored Musical Landscapes: Feldman (y XVII)

A cierta edad, nuestros gustos gustos cristalizan y aquello que la casualidad hizo que nos aficionásemos en ese tiempo se convierte en el polo de atracción, la tónica, por utilizar el símil correcto, al cual volvemos una y otra vez a lo largo de nuestras vidas.

En mi caso fue a los dieciséis. Ese fue el instante en que me vi por primera vez, completamente formado, y desde momento, lo único que me quedo fue progresar, o en los últimos años, decaer. Por su puesto no fue el resultado de un día. El encuentro con la gran literatura, fuera de escasos contactos anteriores, había tenido lugar el verano anterior, cuando me hice socio de una biblioteca popular (aún existe) y me traía clásicos griegos y romanos, descubriendo con emoción y sorpresa que aquello que me habían contado en historia había ocurrido en realidad... o al menos así lo sentía entonces, sin necesidad de poner avisos, paréntesis y advertencias a los textos en que me sumergía. Un año que también fue el del descubrimiento del gran arte, nuevamente, lo que entonces se pensaba que era eso, con las inmensas exposiciones Cezzane y Marcel Duchamp, respectivamente en el MEAC y la Caixa, al igual que el año antes había descubierto el cine, lo que se pensaba el gran cine, al enfrentarme en unos pocos fines de semana, con The River de Renoir, Ugetsu Monogatari de Mizoguchi y Chimes atMidnight de Welles.

A todos estos redescubrimientos, a esa autoconstrucción por sedimentación, había precedido el descubrimiento, otra vez la palabra, de la gran música, porque aquellos eran los tiempos en que equivocadamente, sólo se concebía una Música, un Cine, una Literatura, un Arte, y el resto no merecía ese apelativo, todo lo contrario de ahora mismo, donde esos conceptos sólo tienen sentido si van adjetivados con el receptor al que se destinan.

Pero esto no es lo que quería decir. Divago y me alejo de lo que quería decir. La cuestión es que en ese año, viernes a primera hora, tardes también a primera hora, en la clase de la historia de la música, me dejé arrastrar, ahogar y desaparecer, en la multitud de piezas musicales, desde las reconstrucciónes arqueológicas de las piezas griegas, los balbuceos gregorianos, hasta el aún-no-ruido de Stockhausen y Henry. Por supuesto, no todo me gustaba, los años de dictadura, de aislamiento, de incultura autoimpuesta por miedo al progreso, provocaban que incluso nosotros, los jóvenes, despreciásemos aquello que no alcanzábamos a comprender.

Sin embargo, la huella quedó. Aquella música incomprensible, la del siglo al que yo pertenecía ( al que aún pertenezco aunque ya haya pasado, y que mejor prueba de mi vejez y mi decadencia) no se me despintó, se me aparentaba un reto a mis facultades mentales, una barrera que tenía y debía ser capaz de superar y derribar. Así armado, con la guía, el no-canon, sino el mapa de carreteras que estaba trazado en el libro que utilizábamos entonces y que aún conservo, me propuse explorar esos paisajes intelectuales inexplorados, desconocidos, extraños e incompresibles, hasta que todos aquellos nombres fueran tan familiares, tan accesibles y transitados como los del siglo anterior.

Pero por supuesto, todos los mapas son incompletos, tanto en el espacio como en el tiempo, y aquel libro no narraba lo que habría de suceder tras el momento de su publicación, el futuro, más aún que el pasado, quedaba oculto entre nieblas espesas, y puesto que la Música ya sólo era música, ninguna de las revoluciones posteriores tenía eco más allá de las salas de concierto, en muchos casos, ellas y los aficionados, ocupados sólo en revisitar una y otra vez el mismo repertorio.

Por ello, ha tenido que ser gente más joven la que me pusiera en la pista de músicos de ayer mismo, como Feldman, que se me habían escapado completamente y cuya emoción al descubrirlos se viera empañada por tratarse de piezas, como Triadic Memories o Patterns in a Chromatic Fields, compuestas en los años 80, justo cuando yo creía estar creando el mundo de la nada y, como cualquier joven debe, pensar que conozco todo.

¿Y qué es lo que tiene Feldman? ¿Qué hace que alguién como yo, ya cansado de oír tanto, cuya ilusión y ganas se han desvanecido, cuyas capacidades intelectuales empiezan a no estar a la altura, se enamore violentamente de unas composiciones desconocidas hasta ayer mismo? Su belleza, si es que esa palabra tiene aún algún sentido, es la impresión de eternidad que producen, mejor dicho la de estar suspendido en un tiempo sin principio ni fin, donde no es posible apreciar las distancias y donde por tanto no existe el movimiento, ese arrastre hacia la nada que tanto nos aterroriza.

Una impresión de no-tiempo (¡en un arte esencialmente temporal como es la música!) conseguida por composiciones de gran longitud, donde no hay interrupciones ni detenciones, sino que la música fluye ininterrumpidamente, o mejor dicho, describe círculos sin salida que no llevan a ninguna parte ni lo pretende. Un efecto acentuado por conseguirse con un único instrumento, restringido a un exiguo número de notas y siempre al borde de no ser audible, entre las fronteras del sonido y el silencio, a punto en todo instante de desvanecerse y perderse definitivamente.

Pero esa eternidad no es feliz, es extremadamente bella, hasta la extenuación, pero la felicidad no está en ella, las notas de Feldman, disuenan, se entrechocan entre sí, sus temas no concluyen ni conducen, no se deducen los unos de los otros, más allá de compartir ese mismo estrecho rango de notas y estar siempre al borde del silencio.

Porque esa es la conclusión inevitable. En una de las variaciones el silencio ya no será roto, sin que nada, excepto la desusada duración de la pieza, nos hiciera pensar en que ése era el momento del fin. Y al igual que ninguna lógica interna hacía anticipar el final de la pieza, ninguna lógica externa hacía posible su existencia y despliegue más allá del ruido de fondo en que surgiera y en el que terminó por disolverse.

Al igual que nuestras propias vidas.

2 comentarios:

BUKEPHALOS dijo...

Jaja, algún día caerías, era cuestión de tiempo. (Y aún te quedan varios paisajes más por recorrer, más posts como este...) Gracias!

David Flórez dijo...

Será por falta de ganas de explorar...