sábado, 6 de junio de 2015

Mostrando el Pasado (y VI): Problemas, limitaciones y ausencias

Estatua Orante de Pedro I de Castilla

En la entrada anterior de mi revisión del nuevo montaje del MAN me quedé sin espacio cuando le llegaba el turno a las salas dedicadas a los reinos cristianos medievales. No obstante, esta detención aunque casual, ha sido muy oportuna. ya que remeda la que el propio MAN ha buscado en su narración de la historia peninsular. El hecho que se busca subrayar con esta interrupción es que la España actual es heredera directa de esos reinos medievales, siendo su evolución pareja a la del resto de la cristiandad occidental,  hecho que incluso ahora, en estos tiempos laícos cuando no de negación directa de la divinidad, sigue pesando sobre nosotros.

Por esa razón, haberse llevado las colecciones medievales cristianas, junto con las de la edad moderna, a las nuevas salas de la planta primera, aisladas así del resto del objeto, es una decisión muy apropiada, ya que anuncia el comienzo de un tiempo nuevo: cómo la península Ibérica acabó integrada en el occidente cristiano, revertiendo un proceso de integración en el Islám que a principios del siglo X parecía una conclusión hecha y que durante los siglos XI y XII se mantuvo como una posibilidad.

Dejando esto a un lado, esta cisura espacial denota también un cambio en el origen de los objetos expuestos que ya les había comentado referente a las salas visigóticas y árabes. No estamos tratando ya, salvo excepciones, con objetos encontrados en excavaciones arqueológicas, sino con artefactos rescatados de edificios en ruina o derribados, o con conjuntos procedentes de colecciones nobiliarias y reales. O por redundar más aún en esta idea, no hablamos de artefactos culturales de civilizaciones desaparecidas, perdidos y vueltos a recuperar, sino de materiales que una civilización consideró valiosos como signos de identidad, para así ser salvados de la destrucción que les amenazaba... o ser reconstruidos cuidadosamente si esta se había producido.



El problema, por supuesto, es que así el museo deja de ser  un museo de arqueología, para transformarse en uno de historia, e incluso, en ocasiones, uno de arte, donde figuran piezas que no encontraban lugar y acomodo en esos otros espacios. No quiere decir que sea menos interesante su visita, o menos importante lo allí expuesto, pero esta deriva hacia una colección de colecciones, pesa y mucho sobre la visión que se da sobre el pasado, ya que en muchas ocasiones se identifica claramente con la de las elites, dejando a un lado la experiencia de la gran parte de la población.

Este problema se debe en parte a que la colección del arqueológico ha quedado congelada en el tiempo. Tras la creación del estado de las autonomía y la fundación de los museos arqueológicos nacionales el flujo de piezas nuevas hacia el museo se ha interrumpido por completo, tornando imposible dar cabida a otras experiencias históricas y otros puntos de vista, por mucho que se barajen las piezas de la colección, ya que de donde no hay, no se puede sacar.

Lo anterior no debería tomarse como crítica política, sino como amarga constatación de como la renovación museográfica y metodológica del MAN se ve impedida por la congelación temporal de su propia colección. Y bastante es ya que no acabe dispersada, que voces hay que piden que se les restituyan piezas señeras, mientras que otras han optado por no devolver lo prestado. Y de nuevo, esto no es culpa del estado de las autonomía, porque ahora mismo tenemos al director Patruim queriendo desvestir a El Prado para vestir su flamante museo aún no inaugurado.

Pero volviendo al MAN. En ocasiones ya les he comentado que a pesar del aumento del espacio expositivo o de la accesibilidad pedagógica del nuevo montaje, en ocasiones éste da la impresión de angosto y confuso. Es en estas salas medievales, que antaño ocupaban casi un tercio de la planta baja, donde más se aprecia el efecto, ya que los objetos, muchos menos ahora que antes de la reforma, parecen apelotonados y amontonados, sin espacio para que puedan ser apreciados a gusto, o distinguidos los unos de los otros, mientras que en el antiguo montaje se agrupaban por iglesias y conjuntos, acompañados de maquetas y de fotografía de su estado actual. Una información más que necesaria, que ahora brilla por su ausencia.

Frente a ellas, destacan las salas nuevas, aquellas dedicadas a los siglos del XVI al XVIII, simplemente porque nunca estuvieron abiertas al público en el antiguo montaje y por tanto no hay con qué comparalas, aunque, como ya he indicado en otras ocasiones, acaben por parecer pertenecientes a otros museos distintos, como podrían ser el Naval, el de la Historia de la Ciencia o el de Artes Decorativas, y no estrictamente uno de arqueología, como es el caso.

Queda una última cuestión. Arbitrariamente se decide terminar la colección hacia el año 1800, coincidiendo con la aparición de la arqueología científica,... dando a entender que la misión de la arqueología se termina en ese tiempo, a cuyo conocimiento no puede contribuir. Extraña conclusión que espero no intencionada, porque uno de los avances fundamentales de la disciplina en estas últimas décadas es que precisamente la abolición de los límites temporales, como vendrían a demostrar ramas como la arqueología industrial interesada en la evolución de la tecnología y sus repercusiones sociales, a través de sus restos.

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