El éxito de esta entrada (alrededor de las mil visitas y subiendo) no deja de sorprenderme.
La escribí como reseña de una exposición magnífica que se pudo ver en Caixaforum madrileño (cuando era gratis, eso sí, y la Caixa no había implantado el copago cultural), dedicada a la arquitectura soviética de los breves años en que la vanguardia y la experimentación parecían inseparables de ese nuevo régimen político. El interés de esa muestra no consistía sólo en descubrir esos edificios únicos, sino en comprobar el estado actual en que el se encontraban, sus funciones desvirtuadas con el paso del tiempo, en ocasiones amenazados por la demolición, mientras que en varios casos, simplemente, en el camino a hacia la ruina.
Las causas del estado de abandono y desidia en el que se hallaban eran múltiples. Parte se debía a propia mala calidad de los materiales utilizados en un tiempo de revolución donde había que mostrar resultados cuanto antes, preferentemente antes de plazo, como ocurre curiosamente en nuestro tiempo, tan alejado y tan opuesto, pero al mismo tiempo tan similar y parecido al de aquellas revoluciones fracasadas. No obstante, la principal causa de ese deterioro era histórica y política. Ya en tiempos del estalinismo, esas audacias constructivas habían sido mal vistas, y peor lo habían sido en un tiempo presente que abjuraba del comunismo y de todo aquello que lo recordarse.
Los edificios, esos edificios estrella y símbolo, habían sido cerrados y olvidados. Los más afortunados transformados, adaptados a otras funciones para las que no habían sido concebidas, teniendo que aceptar cualquier reforma, cualquier deformación, si se quería que continuasen en pie, porque el otro destino, el único, era el de la ruina y la demolición.
Pero da igual, porque esa salvación in extremis no era otra cosa que un aplazamiento de una condena. Al final, más tarde o más temprano, el destino será el mismo, desaparecer sin dejar rastro. Y con ellos todo un tesoro artístico, última prueba y testimonio de un modo de pensar, de concebir, de soñar.
Y eso es lo que intentaba trazar esa magnífica exposición.
Falling into Ruins
La escribí como reseña de una exposición magnífica que se pudo ver en Caixaforum madrileño (cuando era gratis, eso sí, y la Caixa no había implantado el copago cultural), dedicada a la arquitectura soviética de los breves años en que la vanguardia y la experimentación parecían inseparables de ese nuevo régimen político. El interés de esa muestra no consistía sólo en descubrir esos edificios únicos, sino en comprobar el estado actual en que el se encontraban, sus funciones desvirtuadas con el paso del tiempo, en ocasiones amenazados por la demolición, mientras que en varios casos, simplemente, en el camino a hacia la ruina.
Las causas del estado de abandono y desidia en el que se hallaban eran múltiples. Parte se debía a propia mala calidad de los materiales utilizados en un tiempo de revolución donde había que mostrar resultados cuanto antes, preferentemente antes de plazo, como ocurre curiosamente en nuestro tiempo, tan alejado y tan opuesto, pero al mismo tiempo tan similar y parecido al de aquellas revoluciones fracasadas. No obstante, la principal causa de ese deterioro era histórica y política. Ya en tiempos del estalinismo, esas audacias constructivas habían sido mal vistas, y peor lo habían sido en un tiempo presente que abjuraba del comunismo y de todo aquello que lo recordarse.
Los edificios, esos edificios estrella y símbolo, habían sido cerrados y olvidados. Los más afortunados transformados, adaptados a otras funciones para las que no habían sido concebidas, teniendo que aceptar cualquier reforma, cualquier deformación, si se quería que continuasen en pie, porque el otro destino, el único, era el de la ruina y la demolición.
Pero da igual, porque esa salvación in extremis no era otra cosa que un aplazamiento de una condena. Al final, más tarde o más temprano, el destino será el mismo, desaparecer sin dejar rastro. Y con ellos todo un tesoro artístico, última prueba y testimonio de un modo de pensar, de concebir, de soñar.
Y eso es lo que intentaba trazar esa magnífica exposición.
Falling into Ruins
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