Llevaba bastante tiempo, demasiado diría yo, sin comentar una serie de anime. No es que haya dejado de verlas, de hecho, esta temporada veraniega está siendo más que interesante, pero lo cierto es que había temas y ocurrencias más importantes para comentar. O quizás es que me este empezando a cansar de esa escuela de animación, especialmente tras mis viajes por la gran - y olvidada - historia de esa forma y mis recientes desengaños al ver lo mal que han envejecido, tanto visual como temáticamente, algunas series realizadas apenas una década.
Tengo que decirles que siento cierto miedo de abrir algunas carpetas del ordenador, de revisar algún DVD de los que tengo almacenados, y encontrarme con más de una decepción, más de un mito que se derrumba.
Pero volvamos al presente, a este verano de 2013. Entre el grupo de series que pueden llegar a ser notables - siempre hay que esperar a que terminen antes de poderlo afirmar con rotundidad - se encuentra la nueva entrega de la franquicía Monogatari, simplemente titlada Monogatari 2, tras Bakemonogatari, Nisemonogatari y Nekomonogatari, y a la espera de ver si al final se materializa la tan esperada Kizumonogatari. Supongo que no les revelo nada si les digo que este conjunto de series, junto con Madoka Magica, se han convertido en los buques insignias de la productora Shaft, las dos series cuyo éxito completo han permitido a ese estudio salir del Ghetto de las producciones de bajo presupuesto y empezar a dotar a sus obras de una animación más que notable, sin los errores y las torpezas que, desgraciadamente, caracterizaban su producción anterior.
No es que Shaft no fuera un estudio importante, a pesar de esa tosquedad y precipitación que parecían haberse convertido en su marca de fábrica. Los que sigan este blog sabrán de mi admiración por esta productora y cómo en la última década, al mando de su director Shinbou Akiyuki, se ha convertido en uno de los estudios imprescindibles, sobreviviendo a la debacle causada por la crisis, que se ha llevado por delante a monstruos como Madhouse o Gainax. Alguien me dirá que esos estudios siguen bien vivos, pero lo cierto es que como ha pasado con Sunrise o Bones, Madhouse y Gainax parecen haberse rendido a las circunstancias, abandonando cualquier pretensión de experimentalidad - o al menos de no ser completamente comerciales - para dar a los otakus lo que piden y más.
El triunfo y el prestigio de Shaft en estos años se han basado en conseguir una aparente cuadratura del círculo. Si se miran las excusas narrativas de las series de Shaft/Shinbou éstas parecen recurrir a los consabidos tics del mundo otaku, de las ñoñas historias de amor al fan service más descarado. La diferencia estaba en un clarísimo punto de ironía constante, que hacía las revisiones de Shinbou especialmente hilarantes, y, sobre todo, en la inclusión de secuencias experimentales o simplemente excentricas que ponían patas arriba las expectativas del Otaku medio mientras que eran especialmente esperadas y disfrutadas por los aficionados que gustábamos de otros platos más refinados.
El epítome del estilo shaft eran sus incréibles openings, durante muchos años lo mejor de cada temporada, y en las cuales el estudio rivalizaba en imaginación, experimentación, novedad y excesos, que hacían que mereciera ver sus series sólo por ellas. Este afan por buscar nuevas vías se extendía también a cada una de sus series, que parecían surgir de estudios muy distintos - excepto por esos rasgos excéntricos de estilo ya comentados - y que alcanzaron su plenitud en las dos obras maestras ya indicadas, Bakemonogatari del 2009 y Madoka Magica del 2011, extraña conjunción de lo mejor del estilo de Shinbou y de una animación por encima de la media.
Ya he comentado el inmenso éxito que fueron ambas series y la inyección que supusieron para Shaft. Cabría esperar, por tanto, que hubieran abierto las puertas a Shinbou para hacer lo que le pareciera, como le pareciera, con la calidad que merecía. Sin embargo, y a pesar de la altísimia calidad de las series recientes de Shaft, no puedo evitar pensar que han llegado demasiado tarde. La locura experimental que sorprendía al espectador en los momentos más inesperados de sus series parece haberse atenuado un tanto, como afectado por cierto cansancio creativo, cuya mayor expresión es la ausencia reciente de esas intro/cóctel molotov que Shinbou nos arrojaba cada temporada - hecho al que no es ajeno la partida de muchos de sus colaboradores a otras productoras, de manera que el año pasado todas las series parecían tener cierto toque Shaft.
Puede ser una falsa impresión mía, pero parece que hemos cambiado ese prurito innovador por una animación más fluida y cuidada, como si el ímpetu de la juventud hubiera sido substituido por la serenidad de la madurez, algo que en este caso es malo. De hecho si se compara una serie como Ef: A tale of Memories, que estoy revisando ahora mismo, con el Monogatari 2, se comprueba como la primera, a pesar de su tosquedad tiene cierta frescura y espontaneidad que está ausente de la otra, mucho más perfecta técnicamente pero algo muerte.
De todas formas, estoy siendo demasiado estricto. Monogatari 2 es una serie que a pesar de sus defectos, se basta y se sobra para dejar a la mayoría de producciones de este año a la altura del betún. Shinbou puede estar cansado, puede haber caído en cierta rutina, pero cuando recupera el pulso, es capaz de obsequiarnos con secuencias tan deliciosamente abstractas, como este viaje imaginado de una de las protagonistas, Hanekawa, en busca de si misma y de una solución al atolladero en el que ella misma se ha encerrado.
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